En un clima frío y lluvioso, con amedrenamiento fundamentado y retroalimentado por medios de comunicación que lo que más temen es una reiteración, de nuevo, en las urnas, de soberanía e independencia de Catalunya, hoy mucha gente hemos desafiada la desafección y las causas de una campaña nada estimulante. La gente que hoy hemos salido a votar hemos hecho, más que un ejercicio cívico y democrático de valentía, una elección consciente de miedos. La del contagio era una, claro está, y muy grande. Las cifras de presidentes y vocales de mesa que habían pedido ser excusados (hasta el viernes 12 de febrero eran un total de 35.637, se habían admitido 23.311 y denegado 3.065, y quedaban todavía unas 3.750 pendientes de resolver el día antes) obligaba a mirar con respeto y agradecer, de manera especial, el tiempo y el civismo del presidente y vocales de cada mesa. Los datos sobre las "excusas" presentadas, repetidas una y otra vez, no animaban nada. Como tampoco lo hacía la previsión y las cifras de abstención que, desde hoy a partir de la 1 h del mediodía y sin entrar en contextos más necesarios que nunca, se han ido publicando. Incluso el presagio de repetición de elecciones iba en el mismo sentido, cuando todavía estaba vivo el recuerdo de la suspensión de lo que algunos magistrados consideraron "incorrecto".

Mi turno de votación, el primero, el de las personas mayores y de riesgo, ha convocado a personas que entraban en el colegio bajo la lluvia, con las gafas empañadas, llevando la papeleta de casa y sin acompañantes, en general. Personificaban, fuera lo que fuera lo que votaran, la determinación a seguir presentes en la cosa pública, y mantenían la distancia de seguridad en unas colas, a aquella hora, sin gente joven, ni niños expectantes delante el rito de la democracia formal, o dando vueltas curioseando por un colegio que les era bastante familiar y lo habían reconvertido, por un domingo (cdmo pasó el 1 de octubre del 2017), en crisol de soberanía. Se han echado de menos los grupos familiares que se acercaban a votar, el domingo que toca, entre bromas y reencuentros de vecinos. Hoy también se ha votado, pero en un gran silencio, roto solamente por los jóvenes voluntarios de la Cruz Roja, que hacían más ligeras las invalideces físicas para preservar la validez política. De repente, y de nuevo, la esfera de lo que es público y lo que es privado ha parecido escindida por uno de los pocos extremos del ritual político formal que lo que ahora denominan "burbujas de convivencia" habían socializado.

En el juego de miedos que hemos vivido este domingo, está también el miedo a que se olvide que el 155 todavía está presente

El miedo a la pandemia nos ha acompañado hasta las urnas. Pero hemos acudido porque otros miedos jugaban fuerte. El de acabar devaluando y perdiendo un derecho a voto que costó conquistar (con mucho más tiempo y lucha por parte de las mujeres) y en el cual se adivinan fragilidades prefabricadas. El miedo a blanquear mentiras, comportamientos y un lenguaje que recuerda demasiado un franquismo muy "españolazo" que no se debe olvidar nunca y vuelve con fuerza, blanqueado y tolerado. El miedo al último avatar del franquismo, infiltrado en las fuerzas llamadas del orden y tutelado por los propietarios de las más altas togas. Y el miedo al hecho de que, si no hacemos oír la voz de la ciudadanía también en el voto, el nivel medio de mediocridad de nuestras y nuestros representantes seguirá bajando hasta el absurdo de la destitución judicialmente estrafalaria del último presidente y la aceptación parlamentaria del exilio del presidente que lo precedió. Y que las indignas penas de prisión de los políticos, de Jordi Cuixart y Jordi Sànchez y la presidenta de la undécima legislatura, Carme Forcadell, no se vea como la vanguardia de una represión inaceptable que no se detiene, que sigue golpeando con el "gobierno más progresista" y llega ya a más de tres mil personas.

Y en el juego de miedos que hemos vivido este domingo, está también el miedo a que se olvide que el 155 todavía está presente, y el miedo a la abstención que da excusas a la reacción y fabrica, con mentiras, amenazas y la añoranza de un pasado sobre el que es una frivolidad imperdonable querer pasar página, los peores monstruos.