Homenaje a Joan Brossa

Dicen la verdad los niños y los poetas. Y los magos. Y los que saben el valor de las palabras. Y los guerrilleros de la verdad. Los que van más allá de las letras y entran sin temor en las imágenes y los conceptos. Dicen la verdad —y nos ayudan a verla— los sabios como Brossa, que transmutan la hoz y el martillo en un signo de admiración y de interrogación, y hacen en el hilo rojo, para fortalecerlo, un nudo que se escurre sin dejar ningún pliegue. Y así, hacer más liso y fácil el camino y el método de soberanía. Dicen la verdad los que hermanan a los herederos con los desheredados, los que asimilan los callos de las manos con las de los cerebros acostumbrados a pensar en el riesgo. Sin dejar de sonreír. Con la curiosidad bien despierta para que siga iluminando los ojos mientras los pájaros vuelan. Como hacía Joan Brossa. En la vanguardia. En la transgresión. En la risa. En la Barcelona de los daus al set que siempre bordea los imposibles. En las verdades confesadas que, para Brossa, "los grandes enemigos del pueblo eran los militares, los curas y los banqueros". Y podríamos añadir quizás ahora a algunos jueces con sentencias de manual escritas desde la edad media.

El 19 de enero Joan Brossa habría cumplido 100 años. Y, como en uno de sus juegos de manos de adolescente, sobre un telón de ateneo cívico parpadea este primer verso de un poema que no pierde vigencia. O, más bien, se convierte en descripción adecuada para un 1 y un 3 de octubre del 2017, que tanto se parecen a los paisajes imaginarios del poeta: episodios potentes que empiezan bajo la lluvia, hacen aparecer urnas chinas de la nada y continúan en juegos de manos en el interior de túneles. La mano es más rápida que la vigilancia severa, y los presidentes se zafan mientras la gente, sentada en las escaleras de una escuela, demuestra cuán inútiles e innecesarias son las leyes que se imponen.

Brossa dice que entre el poder que la gente no se da cuenta de que tiene está el de hacer una huelga definitiva, que en una semana hunde la economía

Brossa dice que entre el poder que la gente no se da cuenta de que tiene está el de hacer una huelga definitiva, que en una semana hunde la economía. La del 3 de octubre tuvo un carácter diferente: quedó corta en descalabros financieros, pero implicó hermanamientos inesperados, reencuentros en democracia en las plazas y calles rebosantes de soberanía. La huelga del 3-O no la había imaginado ni el poeta. Aportó contenido de clase cubriendo lo que para muchas era una carencia y dejó, en el tiempo y en los ánimos, una huella de carácter cívico que no se marchita por mucho que pase el tiempo y se une en las mentes, de forma perdurable, con los escasos segundos de una república que no se sabe exactamente si fue proclamada. Los primeros días de octubre y las detenciones posteriores de activistas y mujeres y hombres de las asociaciones culturales y pacíficas, de la presidenta del Parlament y de miembros del Govern abrieron paso a los poemas visuales, en amarillo, que hacen de las playas, de los puentes y de las vallas de las obras paisajes especialmente brosianos.

Y es que Brossa era, y es, demasiado Brossa. Si un agente antidisturbios se hubiera atrevido a desafiar al mago con el grito: "¡La república no existe, idiota!", solo habría conseguido hacer más inescrutable su sonrisa. De hecho, en una paradoja de los tiempos que nos toca vivir, no hay espacio para la república mientras no pare de crecer el número de la gente republicana y se apoderen de la razón todas las personas en pie que viven en el convencimiento de que el miedo ya no es para nosotros. Mientras tanto, el enigma juguetón, a manera de divisa, toma el lugar de los temores. Porque los republicanos y republicanas nos reconocemos entre nosotros y nos damos cuenta de que cada día somos más, y más grande el poder que podemos ejercer y que nos corresponde.

No hay mejor forma de acabar este pequeño homenaje a Brossa que hacer real (y nuestro) el deseo de que el alba nos aleje los rencores y renazca a la vida cívica aquella libertad empezada. La libertad que sentimos cuando leemos a Brossa. La libertad que nos aporta dignidad cuando seguimos, como en la Oda a Francesc Macià, nuestra ruta como pueblo.