Los ritos de constitución del Ayuntamiento de Barcelona, capital de Catalunya, no esconden como el poder municipal (y también el de la Generalitat) son de cartón piedra cuando lo que se cocina en los despachos se aleja de sensibilidades más amplias, que rechazan por sabiduría popular los discursos "chiribita". Son aquellos discursos de palabras bonitas que de hecho son un fastidio y no dejan ver con nitidez ni los hechos, tal como son, ni los fondos adulterados. Cuando hay políticos (de amplio espectro) que se equivocan con demasiada reiteración y quedan como agarrotados en sectarismos reductores, los sospechosos habituales manipulan y ganan poder avanzando, a ras de tierra y bajo tierra, como los gusanos. De repente, un hecho que parece contranatura nos golpea el rostro con la desvergüenza de quien, cambiando las reglas al último momento, gana el partido. La primera caída de caretas fue el aplauso ruidoso, desvergonzado y entusiasta de los parlamentarios del PSC, Ciudadanos y PP al portavoz de CSQP en la undécima legislatura. En supuesta defensa de las minorías, se vulneraba la razón de ser del Parlament. Y no era ninguna anécdota. No era un momento cualquiera. Era el movimiento inaugural, en abierto, que se hacía para cerrar el paso a la soberanía de Catalunya y que dos años después pondría inconvenientes a los acuerdos de gobierno más progresistas, sacudiendo migajas de izquierda del PSOE, y abriendo eslabones débiles de los comuns y de Podem.

El sábado pasado, con los campos bien delimitados a partir del 155, la segunda bofetada la da el político de menos credibilidad de las coordenadas 48°51.2046′ N y 2°20.928′ E, soltando la obviedad pesada como una losa a la cara de Ada Colau: "Usted no sería alcaldesa sin nuestros tres votos". Y apacigua acto seguido el ardor del pescozón con el ungüento de felicitación por el "coraje político". Coraje para blanquear la reconquista, por el desteñido de rojos y violetas, para bajar el perfil de la "España roja", y sumarse al anatema de la Catalunya republicana y soberana que significa, de hecho, la "España rota". Una decantación de preferencias que pronto será secular y a lo que se añade, "cono sumo gusto", por ADN compartido y exigencia aritmética en la capital borbónica, el ultraconservadurismo fachendoso de los de nombre de diccionario.

El sábado por la tarde, Ada Colau volvía a ser alcaldesa por la gracia de Valls, y Joaquim Forn era la enésima excepcionalidad democrática. Concejal y preso político con todas las letras, le decía a Colau: "Sabe tan bien como yo que esta es una operación política dirigida por los que usted llama poderosos". Pero los fondos buitre como Blackstone, la aseguradora DKV y los intereses hoteleros, entre tantos otros, el sábado por la tarde eran invisibles. En el Consell de Cent solo se cernía el espectro de Manuel Marchena que imponía sus "cronogramas" y sus dictados. Así, no podía Quim Forn atravesar la plaza Sant Jaume ni ser testigo de la mala educación de Manuel Valls, el carísimo asalariado de la Upper Diagonal, que se negaba a dar la mano al presidente Torra ahora que sus patrocinadores ya no maldecían Barcelona y la volvían a ver, como decía el poeta de Sabadell,  “polida, oficiosa, inscrita en el joc brut de la riquesa dels favorits i les bagasses”.

Todavía el Presidente Quim Torra Pla recordaba los últimos versos de la Oda a Barcelona de Pere Quart cuando Quim Forn ya subía en el coche camino de la prisión más injusta. Y para cada uno de nosotros quedaba el consejo del poeta:

“Malfia’t de la història.

Somnia-la i refés-la.”

Solo por Twitter pudimos saber que Forn se llevaba con él la energía que había sentido con los gritos de apoyo en el Saló de Cent y en la plaza Sant Jaume. Y añadía "No sé cuándo podré volver, pero lo que sí os garantizo es que, esté donde esté, seguiré luchando por la libertad, la justicia, por Barcelona y Catalunya".

Y el coche no logotipado enfilaba hacia Brians y Soto del Real, como manda Marchena. Aquí se queda, para pensar, la indignación por las políticas mal hechas, los pactos desastrados, los diálogos embarullados... Y algunas derrotas. Pero "lo volveremos a hacer", afirma Jordi Cuixart. Y lo haremos mejor, con más acierto.

Como concluye Pere Quart en Oda a Barcelona:

“Vigila el mar,

vigila les muntanyes.

Pensa en el fill que duus a les entranyes.”