Las fiestas mayores de un verano que acaba se celebran en calles repletas de gente joven, de espaldas a recomendaciones y normas, por el gozo de la fiesta, por un deseo de inmunidad sin fundamento que las autoridades lamentan. En unos cuantos kilómetros, encuentros clandestinos con drogas de diseño (o no tanto) previo pago de una entrada. Aquí la infracción y el riesgo lo convocan el beneficio privado de quien no quiere ver que en su negocio la salud pública tiene la última palabra. En este caso, si acaban sabiéndolo, las autoridades interrumpen, detienen, multan... aunque parece que el delito sale a cuenta: nuevas convocatorias ya se gestan en las redes. Y por desobediencia mal entendida, por el desafío de los más autoritarios a las autoridades, los difusores de las fake news se encuentran con los del movimiento antivacunas.

En Occidente, los que ponen en peligro la salud comunitaria comparten la inconsciencia, el vacío absoluto de empatía, la preferencia por la ignorancia que tolera el incivismo y la falta de pedagogía de la razón que puede dar verosimilitud a las teorías de la conspiración. Los portadores de banderas con pajarracos, sin mascarilla, nos recuerdan a la República de Salò, todo un presagio de lo que puede significar el capitalismo mundializado.

En el ámbito político, la falta de estructuras coherentes del capitalismo ha dado voz mundial a líderes tan inconsistentes como Trump y Bolsonaro. Ha puesto en el timón de grandes naciones a los que, en palabras de Pier Paolo Pasolini, deciden sobre la excepción y ejercen, como si estuviera en la ruleta rusa, su derecho a jugar sobre la vida y la muerte.

Con respecto a Catalunya, afirmaba en plena pandemia el economista y profesor Germà Bel que "pasada la emergencia sanitaria nos encontraremos con una drástica caída de ingresos, tanto de la financiación autonómica (no tenemos concierto) como de tributos propios y cedidos a la Generalitat, enfrente de una percepción muy extendida de que los recortes todavía están vigentes". Calificaba la combinación de tóxica cuando, para Bel, un elemento sobraba porque el gasto devengado de la sanidad catalana ya habría superado el gap de los recortes. Hacía falta, pues, procurar los ingresos necesarios para las políticas de futuro. Pero olvidaba Germà Bel que los años de recortes habían tenido unos costes psíquicos y de personal del que el mundo de la sanidad no se ha repuesto, y que nos ponen ahora en peor situación para hacer frente a la conmoción de la Covid (sin olvidar que el encarecimiento de los productos vendidos por la farmaindustria y las externalizaciones de los últimos años significan a igual gasto, menos remuneración para el personal sanitario).

Quizás no es del todo ético reprobar a la ciudadanía (sobre todo la gente joven) por inconsciente, cuando las autoridades no parecen querer darse cuenta de la urgencia de incrementar el número de profesionales de la medicina

Las tareas a hacer en el futuro inmediato son muchas. Por ejemplo, con respecto a las escuelas, emprender la pedagogía necesaria en cada grupo, según edad, barrio y medios, para la formación de una ciudadanía consciente del momento y los riesgos con los que tiene que convivir. En las residencias de personas mayores, erradicar el beneficio del centro de actuación, y conseguir que sean protagonistas las personas y el conocimiento enfrente del miedo, en una socialización amable. Y una última prioridad a no ignorar, cuando las depresiones vuelvan a aumentar en número y rigor, es el combate a todos los estigmas que rodean el mundo de la salud mental o las discapacidades psicosociales, en un sistema sin exclusiones, más universal, accesible y acogedor.

La pandemia ha puesto de relieve, en todo el mundo, la fragilidad de los sistemas de salud y hace pivotar ahora en nuestra casa la necesidad de apoyo, atención y cuidado sobre los Centros de Atención Primaria. Unos CAP con muchos menos profesionales y servicios de los que haría falta y que se tendrían que haber reforzado ya. O hacerlo de manera inmediata. Quizás no es del todo ético reprobar a la ciudadanía (sobre todo la gente joven) por inconsciente, cuando las autoridades no parecen querer darse cuenta de la urgencia de incrementar el número de profesionales de la medicina (también de enfermería) para poder atender, sin añadir nuevas tensiones, las nuevas y viejas cronicidades. Para fomentar una atención domiciliaria real, siempre que pueda suplir con solvencia -gracias a la profesionalidad del personal de los CAP- una hospitalización más solitaria y difícil. Y para poder velar, en colaboración muy estrecha con escuelas e institutos, ahora que el curso empieza y la pandemia no se rinde, por la salud y conciencia de niños y adolescentes.