Hay momentos que las exigencias de los que más ruido hacen en plena pandemia nos remiten a las dificultades para interrelacionarnos entre seres humanos. No lo demostraban solamente los gritos de vecinos contra vecinos, sino también los de madres o padres en los gobiernos pidiendo —a manera de capitulación y agobio— que se liberen a los niños o "se abran" las escuelas. Todo lo que tienen de razonable los dos llamamientos se puede perder en la ligereza del aire que proyecta la voz. Quizás lo que urge no es poner fin, como sea, a cómo los niños viven su cotidianidad alterada, sino asumir que cuesta mucho tener demasiado tiempo para pensar, cuidar y amar en una sociedad infectada de superficialidad y egoísmo. Quizás sería bueno reconocer que la ficción enlatada o de las tertulias esconde las desigualdades de unas condiciones de vida infrahumanas diseñadas por lo que se llamó homo economicus: una especie que se pretendía humana y que de hecho, no llegó a existir nunca fuera de los manuales de economía de Chicago.

En los últimos días ha corrido mucho por las redes un artículo de Roger Palà en el cual se proclama que "el Gobierno catalán tiene que tener como prioridad que todos los niños vuelvan cuanto antes a los centros y, si es necesario, tendrá que contratar batallones de maestros y transformar centros cívicos y bibliotecas en aulas". Para el periodista abrir las escuelas no es una de las prioridades fundamentales. No. Es la prioridad, y punto. Ni una palabra sobre el peligro de que entre estos "batallones de maestros" se cuelen algunas como la que se hizo viral en las redes explicando, entre cazuelas y palos de golf, que "el coronavirus" no existe. La seño, que había estado —decía— hasta el 11 de marzo dando clase a 30 alumnos sin infectarse, deducía que podía de nuevo abrir "su" colegio sin peligro, porque es el "Gobierno" el que ha hecho creer "que tenemos un virus muy peligroso" para generar caos, confusión y crear una crisis en toda España. Maestros así, no, gracias.

Con respecto a Catalunya, unas cifras también bastante difundidas dan la razón en la urgencia de abrir los centros educativos: 360.000 alumnos no tienen ordenador para seguir las clases online, unos 180.000 no se pueden ni conectar a Internet y a muchos padres y madres (no solamente por su currículum escolar) les cuesta ayudarles a seguir el curso. Las clases de TV2 son del pleistoceno y la dedicación del personal docente también choca con el muro de la desigualdad. Una profesora declaraba: no es sólo que una parte importante de alumnos no tienen conexión a Internet, es que llamas por teléfono y los problemas son para entenderse". Es, pues, buen momento para reconocer que aplicar la subsidiariedad bien entendida (que decida con sensibilidad la institución más próxima al problema) es la política que más nos puede acercar a la equidad. La supuesta "igualdad" también en políticas educativas y en un sistema no solo dual, sino con Opus incrustado, es y seguirá siendo fuente de desigualdad. Con un sistema educativo amenazado y en precario, no entiendo que el hito más importante a alcanzar sea el de saber qué día empieza el nuevo curso, ni si se podrán dedicar dos o tres semanas de junio a recuperar contactos presenciales... Y, ya de paso, tampoco entiendo que no se piense en julio, si la Covid-19 lo trastorna todo, y las colonias escolares (donde se manifiestan y se sufren más las desigualdades sociales) hacen más difícil respetar las normas de prevención.

Repensemos con radicalidad todo el modelo, ahora que es muy adecuado de hacerlo: las altas tasas de fracaso escolar, los atentados a un modelo de integración que siempre se puede mejorar, pero nunca debilitar ni prostituir por politiquería. Establezcamos señales de alarma para cerrar el paso al negacionismo, a la misoginia, a la segregación, al reforzamiento de un sistema dual injustamente privilegiado en la financiación de miserias. Un sistema educativo que consolida la desigualdad de oportunidades y en el cual las herramientas para el pensamiento crítico suele ser como una rara avis en clases con demasiados alumnos y un bullying demasiado habitual.

Entiendo el grito de "abríd las escuelas" (sobre todo por parte de las madres que parecen dedicar mucho más tiempo que los padres a hacer de "maestros suplentes"). Pero abramos las que es bueno de abrir para la salud entendida como un todo. Abramos como prioridad donde los niños y niñas, en casa, son más infelices o sufren violencias. Donde les hace falta más espacio, salud, oxígeno, atención...

Esta pausa impuesta nos tendría que servir, pues, para entender e identificar mejor los determinantes sociales que, desde la escuela, configuran las desigualdades en salud y aislar los mecanismos que las generan

Es cierto que las escuelas pueden y tienen que tener un papel único e importante en la definición de los conocimientos, actitudes y comportamientos. Niños y adolescentes pasan muchas horas de vida aprendiendo cuestiones fundamentales (y otras completamente prescindibles). Pero las escuelas tendrían que ser también los lugares que marcan la vida abriendo puertas y ventanas a la curiosidad y el futuro de los niños, donde se vive y transmite la memoria colectiva y se recuerda la historia de la gente. Un lugar donde no se margina la filosofía y donde reír y desarrollar las aptitudes tiene que ser lo mismo, y donde se aprende a vivir en el respeto a los otros... y se crece también en salud.

Sabemos que las niñas y los niños que van a las escuelas de peor calidad, con menos recursos, más violencia y un clima escolar enrarecido, tienen más probabilidades de acabar teniendo una salud física y mental peor. Esta pausa impuesta nos tendría que servir, pues, para entender e identificar mejor los determinantes sociales que, desde la escuela, configuran las desigualdades en salud y aislar los mecanismos que las generan. Para que abrir las escuelas ayude a deshacer los miedos compartidos y dé valor a las amistades que no pueden, todavía, abrazarse.