Una de las cosas más terribles de ir cumpliendo años es que aumentan las situaciones en las cuales predomina la sensación del déjà vu. Ayer me volvió a estremecer cuando el exconseller Puig Gordi daba los votos de la dirección de Junts en el congreso de Argelers. De repente, reviví una votación de estudiantes de los comités de curso en los que mi grupo, el del PSUC, del "Partido" como se decía entonces, había propuesto una lista de consenso para escoger delegado de curso. Todos los votados formarían el comité, pero se proponía que la persona delegada, con el mismo número de votos, saliera por el consenso de todos. No pudo ser: algunos compañeros pasaron de boca a oreja la consigna de no respetar el acuerdo y votar solamente a uno de ellos, mientras la mayoría votaba en bloque. Y la tarde de ayer parecía volver, en un tono muy mayor, la gamberrada de disfrutar, por poco tiempo, de un "mecachis, qué listo que soy" que utiliza eso que llaman consenso para ganar un palmo de altura... por unos momentos. Porque la dureza y la realidad de la política exigen mucho más, obligan a dar muchas vueltas pero nunca a esconder la cara, y acaba —la mayoría a veces, y por meses y años que pasen— con la demostración de lo que es verdad o fingimiento. El punto final a la cuestión lo da, cuando se llega al final sin trampas, un quod erat demonstrandum... y si el problema no se ha resuelto, a los que prometían salidas falsas con talante burlón y aire de triunfador, todavía se les espera.

Seguía las conexiones con pesar y esperanza, porque aquellas playas de la Catalunya del Nord, a diez minutos de donde se celebraba la primera parte del congreso, y que se iban reivindicando y denunciando, las había pisado mi padre, prisionero y exiliado, y quería ver cómo se construía y reforzaba aquel hilo republicano y antifascista que no debería marchitarse nunca. Entre las fotos proyectadas quería descubrir a un chico alto y moreno, de veintipocos años, con la cara delgada y los ojos muy grandes, abiertos y tristes, mirando hacia el sur, adivinando su casa en el diseño continuado de playas y montañas que no sabían nada ni de fronteras, ni de hambre, ni de la inhumanidad del gran castigo para los vencidos. Y, sin embargo, sonreí pensando en la cara que habría puesto mi padre si alguien se le hubiera presentado, como decía al secretario general nuevo, Jordi Turull: "Buenos días, soy de un partido independentista y ya", porque la frase me parecía más propia de un guion de los Monty Python que una versión definitiva de lo que había y podía prometerse ser Junts a medio congreso, antes de votar programa el próximo mes de julio, y reconocer que si cualquier relato necesita contexto, mucho más requiere un partido amplio y diverso, de los padres más o menos voluntarios de un 1 y 3 de octubre, y de los hijos que quieren ponerse de pie, sin miedo, como nación.

Si la fuerza de Puigdemont y Comín acompaña, multiplicada por la verdad y el juego limpio, no habrá que seguir huyendo de ningún lado oscuro a pesar de las dificultades que ya están y se adivinan. I podremos empezar a recordar Argelers con cierta ternura

Incluso con el estómago vacío y los pies desnudos sobre la arena de Argelers, mi padre, que había ido a la guerra con dieciocho años, era consciente de que había luchado por Catalunya y su gente trabajadora, pero también por todo lo que hace que una república lo sea: la libertad, la igualdad, la fraternidad. Y la voluntad de conseguir vivir sin fascismos, en paz pero con dignidad. La dignidad de los vencidos que merecían ganar y de los que no se puede hacer mención reduciendo sus ideas ni su visión de un futuro mucho más culto y amable, pero también de un futuro en catalán.

Por un momento, mirando algunas caras de las primeras hileras, me pareció que sobrevolaba un mal augurio, y tuve ganas de abrazar a Laura Borràs, y también a Aurora Madaula y David Torrents, para transmitir empatía y fuerza. Pero después recordé las palabras y el entusiasmo del president Carles Puigdemont por la mañana, y de un discurso a otro reviví las declinaciones del guanyarem de Toni Comín convirtiendo la retirada de centenares de miles en el retorno a la libertad, por el gusto a la libertad, como diría Ponsatí, de millones de catalanas y catalanes. Y pensé que, si la fuerza de Puigdemont y Comín acompaña, multiplicada por la verdad y el juego limpio, no habrá que seguir huyendo de ningún lado oscuro a pesar de las dificultades que ya están y se adivinan. I podremos empezar a recordar Argelers con cierta ternura