Deben de ser cosas de la edad pero hay políticos en ejercicio que cuando los oigo hablar solo les puedo imaginar vestidos con una bata a rayas y peleándose para tener más plastilina. Sin poder estar quietos en su sillita del parvulario, nos proponen compartir sus juegos sin avisar de que cambiarán las reglas cada vez que vayan perdiendo. "Figura que" es su fórmula iniciática para cualquier experiencia —o incluso para su existencia. Así, "figura que" son mayoría cuando son minoría. Que han ganado cuando han perdido. O "figura que" si unen el más ramplón de cada casa sumarán de todos los sitios, cuando en su caso —ya esté en euskera o catalán— lo más probable es que restarán. Bastante.

El juego no es solamente por grupos, también se puede jugar en solitario. O enfrentando al que "figura que" es el más listo a toda la clase. De hecho, eso lo hemos visto. Se le ha preguntado a lo que iba de sabelotodo si prefería destinar recursos a salvar la selva del Amazonas o restaurar Notre Dame. Y el que iba de sabio prefería, al fin y al cabo, un mundo sin oxígeno al hecho de que desaparezcan los arbotantes y contrafuertes (muy góticos y muy europeos, eso sí) que se reparten el peso de la estulticia del mundo que representa. Pero no todo son juegos de "saber y ganar". También hay otros juegos para torpes, que "figura que son el alcalde", que solamente consiguen que los entren los penalties si la pelota rebota primero en otro niño.

Y se puede ampliar mucho la gama de juguetes. No entiendo cómo los fabricantes no se han dado cuenta del nicho de mercado que tendría El Parlamento de míster Potato todavía, donde un grupo de párvulos que "figura que" son un grupo parlamentario, pueden gritar, insultar y patalear. Podrían incluso acabar revolcándose por el suelo, o haciendo otras filigranas que casi reclaman exorcismos, pero tampoco quiero dar ideas porque los peldaños de los Parlamentos no son lo bastante anchos y se podrían hacer daño. De momento, los traviesos, que quieren sumarse por Santiago y cierra España cierran muy fuerte los ojos y niegan las obviedades más obvias: por ejemplo, que no solamente van al parvulario niños de azul y niñas de rosa, y que no siempre las niñas tienen vagina y los niños penes... y que para entender la vida, las personas, y hacer política de verdad hace falta alguna cosa más que cuatro frases hechas, cinco citas de Matrix y tres cursillos de un par días en la universidad de Harvard (Aravaca).

Y si no les acaban de convencer los Parlamentos de cartón piedra también se puede optar, si la imaginación se atreve, por enriquecer el mercado de juguetes poniendo al lado del barco corsario o el Ford Apache, las Audiencias de nuestra querida Concha, o los Supremos de Manuel, donde niños y niñas se disfrazan con togas y puñetas y se inventan palabras, y se sueltan hacia el egoismo, el egotismo y la parcialidad, como hacen las criaturas casi siempre (y la alta magistratura de vez en cuando). Un sitio donde se recupere el juego del siglo XVI (dicen) de la pídola, siempre que los que se agachen y den la espalda sean siempre los mismos y los que quieran saltar sin bastantes méritos de estirpe, cartera o carné, acaben cerrados (rigo-rago) en chirona.

Podríamos todavía pensar en más juegos educativos. Pero de hecho, formalmente, la sociedad ya intenta formar en colectivo y positivo, y evitar excepciones o pins que "figura que" preservan libertades cuando de hecho las amenazan. Tienen mucho a perder los que van por la vida con rencores de perdedor cuando han nacido para ser los Trump de cada casa. Y más que perderán si desde la escuela primaria se trabajan habilidades como las de escuchar y aprender de los otros, compartir, aceptarse, y ser una misma (no una mala copia de la norma) y desarrollarse. El panorama se complica cuando se quiere que niñas y niños acaben la primaria con herramientas suficientes para desarrollar pensamiento crítico y tener respeto por los otros, y sus diferencias. Y con interés por conocer el mundo y compromiso para mejorarlo. Eso quiere decir, rehuir como instrucción general la de ir "a por ellos", los y las que son iguales en clase y en género, pero nos presentan como diferentes para amputar la capacidad que como seres humanos tenemos de comunicarnos en múltiples lenguajes, expresando las propias vivencias y emociones y tejiendo y destejiendo nuestra historia.

Y entonces "figura que", en la política real, se crea una mesa de diálogo y desde el Ministerio de Universidades, el ministro en persona, el académico Manuel Castells —una de las últimas incorporaciones por parte del Gobierno— nos hace una versión de formato reducido del Libro Gordo de Petete sobre teoría política: "En el Ejecutivo todos somos constitucionalistas", declaró el pasado viernes, "porque todos prometieron la Constitución al tomar posesión del cargo". Parece ser que el ministro propuesto por Ada Colau nos quiere hacer creer que el sometimiento a los viejos ritos implica carácter. Y si es así, si los que más tendrían que fomentar el pensamiento crítico lo tratan a patadas, si los que más tendrían que tener sensibilidad para entender van en un pack de figuras de attrezzo y no escuchan a nade si no son de los suyos, no conseguiremos nunca salir de parvularios.