Hubo un tiempo en el que los ejércitos los formaban mercenarios. La población civil, naturalmente, recibía las consecuencias de las guerras, pero nunca en términos tan imposibles de aceptar de dolor y vidas como empezó a suceder en el siglo XX cuando el estado de la II República fue el campo de pruebas del terror haciendo recaer sobre la población civil las peores consecuencias del levantamiento franquista. Nos explican los historiadores que lo que se conoce como "guerra civil" fue de hecho la primera guerra europea donde la aviación agresora fue agente de miedo, destrucción y muerte en pueblos y ciudades. La Luftwaffe, enviada por Hitler en apoyo a las fuerzas del bando nacional con el nombre de Legión Cóndor, fue el entrenamiento hitleriano para la IIGM (1939-1945) y más allá de bombardear centros de material de guerra, de industrias o centros de comunicaciones, sembró el terror y la desmoralización en la retaguardia. Solamente hay que recordar el horror que nos transmite, hoy todavía, el famoso Guernika de Pablo Picasso.

En la revista Sàpiens podemos leer que solamente en muertes directamente relacionadas con el conflicto, "entre 1939 y en 1945, el continente había perdido 36 millones y medio de vidas, que en aquella época equivalía a toda la población de Francia." El país que más vidas humanas perdió fue la URSS, con una cuenta siempre aproximada de 28 millones de personas, un número en el que las víctimas civiles eran el doble de las de militares. En Europa, solamente el Reino Unido y Alemania tuvieron más bajas militares que muertos civiles, y víctimas civiles fueron, también en su mayoría, los 6 millones de judíos, los gitanos, comunistas y miembros de la resistencia que murieron en los campos de concentración, las cámaras de gas, por fusilamiento, por desnutrición o por las enfermedades agravadas por las duras condiciones de supervivencia.

Sobre la guerra y todas las guerras, nos decía una pensadora como Simone Weil que se implicó profundamente en la lucha por la democracia y formó parte de las Brigadas Internacionales de 1936, cuando se produce el levantamiento franquista, que "es más probable que sea el petróleo la causa de los conflictos internacionales que el trigo." El petróleo o el gas, pero siempre, siguiendo a la Weil y el castigo que las guerras representan desde 1931 para la población civil, con un fuerte sesgo de clase. Quien más pagará (de hecho, está pagando ya) la actual guerra en Ucrania, son las clases sociales más humildes, las que más perjudicadas se verán por el incremento de precios, por las dificultades de la vida cotidiana, por el pasmo y la convivencia menos amable a medida que crecen las desigualdades, sin tener ninguna seguridad de que el orden internacional que quede establecido cuando finalmente se depongan las armas, justifique que la victoria es justa.

La población europea está siendo arrastrada a participar en un juego geopolítico en el que no tiene nada que ganar. Son los grandes poderes económicos, como de costumbre, los que pretenden sacar provecho del enfrentamiento.

En un momento como el que estamos viviendo, atravesado por tantas incertidumbres, de nuevo nos duele la mirada dolorida por la visión de centenares de miles de personas que emigran sin saber dónde, huyendo de los bombardeos, o durmiendo en las estaciones de metro. Intentan evitar ser víctimas de las bombas que vuelven a caer, con mucha más tecnología y capacidad destructiva, que las que en los años 30 del siglo pasado ordenaron que se echaran, desde los aviones de Mussolini e Hitler, sobre Catalunya y Guernika. Y si podemos suscribir con Simone Weil que "la vida será menos inhumana en la medida en que la capacidad individual de pensar y de actuar sea mayor", nada hace pensar que a corto plazo la vida de nadie sea más humana.

Por eso parecerían acertar el camino todos aquellos colectivos que en el actual conflicto bélico ponen de nuevo en primer plano la deshumanización de los intereses geo-estratégicos y de la política. Así lo ha hecho también Attac y su Consejo Científico que han redactado un manifiesto con el cual animan a los movimientos sociales a sumarse a una necesaria y urgente movilización ciudadana por el NO A LA GUERRA.

De su contenido, vale la pena destacar que "la población europea está siendo arrastrada a participar en un juego geopolítico en que no tiene nada que ganar. Son los grandes poderes económicos, como de costumbre, los que pretenden sacar provecho del enfrentamiento."

Desde Attac queremos poner el acento en la gravedad de las consecuencias más directas e inmediatas del choque militar: 1) por una parte, el incremento del poder y beneficios de la industria armamentista y energética-especulativa, las dos síntesis del actual factótum "grandes-fondos-de-inversión". 2) de la otra, el sufrimiento y el empobrecimiento del grosor de la ciudadanía afectada, que sufrirá con el estallido de la guerra, además de graves pérdidas humanas, la destrucción habitacional y un encarecimiento salvaje de todos los bienes y servicios dependientes de los precios de la energía. Solo hay que recordar cómo han quedado los países que han experimentado guerras "liberadoras".

Y aunque acaban recordando que habrá tiempo para proponer los términos por donde tiene que transitar la solución diplomática y negociada del conflicto, el uso de la fuerza se tiene que desterrar absolutamente y para siempre de las relaciones internacionales.

Quizás era también a eso, a desterrar la violencia, a lo que se refería Simone Weil cuando decía que la vida será menos inhumana cuando la capacidad individual de pensar y de actuar por la igualdad y por la paz, sea mayor.