Ha vuelto a pasar, tampoco es el único en esta situación —y no hablo solo de personas anónimas—, pero el caso de Vinicius es de los más flagrantes. En Mestalla esta vez, de hecho, dentro y fuera del estadio, al jugador del Madrid se le llamó "mono" y otras cosas, ninguna de ellas con intención edificante. Pero la polémica que se ha generado con argumentos para todos los gustos —algunos de ellos, más de los que pensamos, doblemente discriminatorios—, para mí es peor todavía o, cuando menos, del mismo nivel que los insultos de los energúmenos contra el jugador.

Todos aquellos y aquellas que han justificado, de una forma u otra, que Vinicius se lo merece o se lo busca porque es un provocador, se lo tienen que hacer mirar con urgencia, más todavía cuando pretenden hablar desde la sensatez y la razón. Hay tener mucha cara ética y moral para intentar justificar lo que pasó y pasa habitualmente. Aparte, si hago caso de las explicaciones que después han dado la mayoría de los que se han expresado en estos términos, de ponerse en evidencia una cruda contradicción entre los valores que se dice que se defienden y los valores que se abrazan en realidad.

Hay ámbitos donde el sentimiento y la expresión racista se encuentran en un punto de efervescencia que habría que detener con urgencia, pero no será posible si la acción no es conjunta y en todos los ámbitos sociales

Este mismo tipo de argumentos son los que denotan la profundidad, el arraigo, que tiene el racismo en nuestra cultura. Que somos racistas ya lo tendríamos que saber, además todos y todas, siempre que no vigilamos, a la que llevamos el automático puesto. Lo somos más todavía cuando damos por supuesto que no es nuestro caso, que no somos racistas. De hecho, todo aquel o aquella que no se lo piensa es quien tiene más peligro de reproducir el racismo sin ni darse ni cuenta de ello o sin voluntad de hacerlo. No es que eso sea disculpable, aunque claro que sube de grado cuando queridamente se ejerce de racista. Parece, además, que hay ámbitos donde el sentimiento y la expresión racista se encuentran en un punto de efervescencia que habría que detener con urgencia, pero no será posible si la acción no es conjunta y en todos los ámbitos sociales.

No hace muchos días, el día 15, el alcalde de Madrid le dio la medalla del ayuntamiento madrileño a Ana Rosa Quintana, la presentadora de televisión. En el discurso de aceptación del premio, Ana Rosa, una de las reinas de la mañana de la televisión estatal y ahora también seguramente de las tardes, espetó tan tranquila que se había criado en Usera, "un barrio obrero, antes de que se convirtiera en Chinatown".

La conocemos de hace tiempo por el tema de la novela que escribía pero no escribía y lo hacía otro, que, además, ya había escrito alguien antes; asunto que, por otra parte, en absoluto detuvo, sino al contrario, su carrera mediática. Así es cómo funciona España en todo lo que tiene que ver con valores sociales, la elección no es habitualmente la mejor. O, cuando menos, ha sido así hasta ahora, porque en ambos casos parece que hay una reacción más decidida, aunque sea incipiente e insuficiente, para no mirar hacia otro lado ante las actitudes racistas.

En el caso de Ana Rosa, con una campaña ciudadana que ha recogido en muy poco tiempo más de 30.000 firmas para que se le retire el premio. Aunque las autoridades pertinentes ni siquiera hagan ver que va con ellas. En el caso de Vinicius en el mismo momento en que se produjeron los insultos —dentro del campo, no fuera—, el árbitro aplicó el protocolo, parece que el mismo Valencia expulsará a los seguidores, identificados, de por vida, y la Fiscalía ha abierto ya diligencias por presunto delito de odio. ¡A ver hasta dónde llega todo!