Lo proponía David Madí en su debut en Ca n'Ustrell, quien a la vez también se estrenaba compitiendo con el hasta ahora imbatible Basté. Y si bien la batalla promete —Ustrell la librará— difícilmente llegará a tanto como el culebrón contra Jordi Pujol.

Es más que obvio que a Jordi Pujol lo han ido a cazar. El despliegue efectuado en Andorra por el ejecutivo de Mariano Rajoy no fue poca cosa. Coacciones, intimidaciones, sobornos y chantajes. Para acabar sin concretar nada. Diez años después de la confesión de la deixa del president Pujol, seguimos sin juicio de ningún tipo, ni ninguna prueba concluyente que haya podido poner en marcha un juicio que demostrara que el president Pujol era el cabecilla de una familia mafiosa al nivel de la Camorra italiana.

No es que el tema se haya exagerado. Es que se ha construido una tesis de clan criminal sobre conjeturas y especulaciones tan interesadas como el momento político, cambiando de paradigma sobre el que algunos se apresuraron a flotar, en lo alto de la ola.

Que en el entorno de CDC —y, por supuesto, en Unió— las hicieron sonadas con la adjudicación de obra pública era tan notable que la cosa forzó un cambio de siglas. Un inequívoco síntoma de reconocimiento de culpa, por un lado, y de debilidad, por otro. Ni PSOE ni PP han hecho nada parecido cuando han aflorado sus excrecencias. No existe, ni remotamente, ningún indicio que incrimine a Pujol del calibre del "M. Rajoy" o de la X de los GAL. Sin embargo, mientras los primeros disfrutan de su jubilación, a Pujol lo han mortificado en vida.

El intento de convertir a Jordi Pujol en el peor sátrapa de la historia de la democracia cuajó con la pasividad, y a veces connivencia, de compañeros de filas temerosos de que les pudiera salpicar algo y de adjudicar toda hipotética maldad al president Pujol y su familia. Más que en clan se los convirtió en el "banco malo".

No existe, ni remotamente, ningún indicio que incrimine a Pujol del calibre del "M. Rajoy" o de la X de los GAL. Sin embargo, mientras los primeros disfrutan de su jubilación, a Pujol lo han mortificado en vida

Que contra Pujol se removió cielo y tierra para incriminarlo es tan cierto como que la amnistía que reclamaba la jefa de filas de Junts en Madrid para su predecesora no solo era inoportuna, era de vergüenza ajena. Pero da igual, cuando se ha perdido todo sentido de la ponderación y la razón ha sido sustituida por los actos de fe.

A Madí también se le puede cuestionar la oportunidad. No tanto la intención de fondo. Pero hay otras vías para denunciar la operación de Estado y reivindicar a Jordi Pujol y su legado. La primera habría sido no apartarse del president Pujol como si fuera una paria, que es exactamente lo que hicieron buena parte de los que se lo deben todo. Lo condenaron al ostracismo para salvarse ellos. Y la segunda, exigir un juicio justo, que también significaría inmediato.

Pujol quizás ya no podrá ni defenderse. No tanto por los achaques de la edad—donde ha habido fuego siempre quedan brasas— sino por un juicio que, de consumarse, viene precedido de una causa tan viciada que, si se celebrara, sería una infamia a la propia causa del derecho y la democracia. Aunque esta cotice a la baja.

Ni Pujol fue un ser celestial, ni mucho menos un discípulo de los Corleone. Lo que sí fue es presidente de Catalunya durante 23 años, que no es poco.