Miércoles 20 de noviembre de 2019, justo cuando el TSJC estaba a punto de inhabilitar al president Quim Torra, servidor escribía un artículo aquí mismo donde decía que el presidente 131 —al acceder al cargo— "sabía que ERC y Convergència se afanarían por volver cuanto antes al autonomismo de toda la vida y que, en caso de seguir los designios de la partitocracia tribal, el independentismo se convertiría bien presto en un movimiento estéril de libertad, amnistía y (como mucho) Estatut d'Autonomia". Un lustro después, la predicción —para la que no había que ser ningún genio— se ha cumplido, y el espacio unilateralista que representaba el propio Torra (a quien los ciudadanos hemos pagado la nómina de expresident para que pueda escribir un libro sobre Armand Obiols que leeremos con gran entusiasmo, faltaría más) se ha convertido en una mera muleta que lucha por devorar las migajas convergentes.

Lo que nadie podría saber en ese momento es la frialdad absoluta con la que la ciudadanía ha recibido el indulto general de los encausados por el procés. La amnistía no tiene quien la ame, y la prueba de ello es que el procesismo ha iniciado la campaña del 12-M con un discurso más autonomista que una delegación provincial de Hacienda, repleto de apelaciones al "buen gobierno" y blablablá. No es de extrañar que, en esta tesitura del "pasar página", Salvador Illa esté bien posicionado para captar el voto de centro catalanista, a pesar de su pésima gestión ministerial durante la Covid (y de haberla ejercido rodeado de militares y comisionistas). También es normal que Illa haya dejado fuera de juego al desdichado Aragonès, que todavía sigue hablando sobre buena gestión, inconsciente de que —por contingencias como el informe PISA o un asesinato penitenciario— Catalunya ha manifestado la oceánica mediocridad de sus consellers.

Solo el poder de la abstención podrá calibrar hasta qué punto los electores están dispuestos a renovar el mapa político

Los propagandistas de La Vanguardia se han apresurado a recordar que la ciudadanía afronta los próximos comicios bien alejada de cavilaciones independentistas para centrarse en la cancioncilla de los "problemas reales de la gente", como la sequía, la crisis de vivienda e incluso el posible advenimiento de la Tercera Guerra Mundial. La realidad es justamente la contraría: precisamente ahora que los partidarios de la independencia han entendido la nulidad de cualquier pacto legal con el poder madrileño y que todos juntos sabemos a ciencia cierta que la enésima "mejor financiación de toda la historia" que pueda brotar de un Govern autonomista siempre resultará insuficiente para hacer prosperar la nación, ahora que todo eso ya está bien claro y que los partidos tradicionales ya no son vehículos legítimos para defender la secesión, es justamente cuando se podrá comprobar más que nunca la fuerza más tozuda del independentismo.

El poder convergente ha intentado modular el desencantamiento del electorado soberanista y la fuerza del abstencionismo con el abracadabra del posible retorno de Puigdemont al país, y también controlando bajo cuerda las falsas alternativas de Sílvia Orriols y Clara Ponsatí (dos políticas que no habrían llegado vivas a la contienda electoral sin la ayuda de los medios controlados por el meollo pujolista de toda la vida). Como ya escribí, el antiguo presidente 130 ha planteado el desembarque en el país mediante un chantaje de parvulario y una coalición de partidos para evitar la marca de Junts que parece una macedonia de friquis. "Votadme y volveré para restablecer el Govern legítimo que castró ilegalmente el 155", canta Puigdemont por enésima, sin aclarar lo que, en el fondo, es su decisión más importante: a saber, qué hará el antiguo presidente si no acaba ganando el 12-M ni en votos ni por suma de escaños.

Solo el poder de la abstención podrá calibrar hasta qué punto los electores están dispuestos a renovar el mapa político, no rendirse a la pacificación del país diseñada por Pedro Sánchez y restablecer el espíritu del 1-O para alejarlo de sus ilusos enterradores. Si el abstencionismo no tiene éxito, el régimen del 78 legitimará todas las mentiras de nuestros mártires y les acogerá con los brazos abiertos para pagarles una generosa pensión de viudedad. Si pensáis que exagero, volveré a citar el artículo al que me refería al inicio, donde me dirigía a Quim Torra diciéndole: "no te preocupes, carísimo 131, que cuando acabe la inhabilitación España te mantendrá el sueldo de expresident, con la correspondiente oficina y pajes para garantizarte la seguridad, y cuando la pasta se acabe, podrás volver a hacernos de editor con el prestigio que te han dado las colonias en la plaza Sant Jaume". Pues bien, supongo que no hay que decir nada más.