Como la nieve es agua, me encanta que haya nevado. Tengo que confesar, sin embargo, que cuando me llevas a la montaña en invierno, lo primero que hago es buscar un bar para tomar un café con leche esperando que tengan, dentro de la variada oferta de leches vegetales, de avena. Sí, confieso que sufro de ecofobia, y de las pocas cosas que puedo disfrutar con la naturaleza como postal bucólica es del enoturismo, porque tiene todo aquello que me despierta los sentidos: paisaje y gastronomía.

Hace unos años abusé de vivir en medio de la nada, en una caseta de viña en el centro del Véneto, con un modo de vida al estilo de Solitud, la gran novela de Víctor Català. Esta soledad no la digerí muy bien. Mi ginecólogo me decía que abortaba porque mi psique necesitaba gente alrededor, hablar con alguien, dar clases, participar en programas de televisión... en definitiva: ¡ser el centro de atención! Y es verdad, yo sin el estrés, me estreso tanto que parezco neoyorquina. Ya digo yo que Sants is the new Soho, y tan tranquila.

Mi tesis doctoral iba sobre la sinestesia en la cata de vinos. E intentábamos, con Josep Roca, a través de la ópera, la cromoterapia y el color, traspasar las pantallas con el objetivo de que la gente hiciera la cata de vinos con nosotros disfrutando del programa En clau de vi, emitido los viernes por la noche en el 33. Recientemente, he vuelto a tener una megasinestesia con la pantalla, aunque supongo que en el cine me habría sentido dentro de una fresquera. Desde que he visto La sociedad de la nieve, tengo frío.

El miedo moderno no es a consecuencia de los Freddy Krueger de turno, sino por circunstancias más próximas a la cotidianidad: ver sufrir y morir a los que quieres

Me da rabia que Bayona no haya ganado el Oscar. Soy tan motivada que cuando necesito ánimos, me pongo discursos de los Oscars. Me da fuerza ver a gente que ha conseguido lo que deseaba a pesar de las crudas dificultades. No es que sueñe tener uno, que como no sea el de mejor guion adaptado. Pero sí que me encantaría desfilar por la alfombra roja oscarizada. El mejor look ha sido el negro de Margot Robbie, dejando el protagonismo del rosa Barbie para su compañera America Ferrera, que sí que estaba nominada como secundaria. La moda también es comunicación.

Pocas películas, como el buen vino, tienen la capacidad de ser el centro de las conversaciones en una mesa. Vi a La sociedad de la nieve en el sofá de mi casa. Como siempre tengo a los niños, el poco tiempo que tengo libre lo aprovecho para trabajar y por eso la vi en pantalla pequeña. Con los hijos a unos metros de mi aliento, no es fácil ver una película. Así que iba haciendo las pausas de rigor por la ansiedad de la historia y para comprobar si Vita y Leo jugaban tranquilos en su habitación. Estaba conmigo Olimpia, una de mis mejores amigas desde los años como estudiante en la Pompeu, especialidad, Humanidades, y con la calefacción a todo trapo. Y mira que conocía la terrible peripecia de los chicos de los Andes, pero incluso sabiendo la historia, sufrí como una neófita en el tema. Me pasó una experiencia similar con Lo imposible, una película que me quitó las ganas de pasar unas vacaciones en un bungalow delante del mar. La dimensión espiritual de la película La sociedad de la nieve está en la voz de un narrador que muere antes de que Nando Parrado y Roberto Canessa se pongan en contacto con Sergio Catalán, el pastor que controlaba su rebaño de ovejas en la ribera del río Barroso. Y también en la obsesión para sobrevivir, un canto a la vida, de aquellas personas que malvivieron 71 días en medio de una alfombra de nieve y de hielo. Si me falta algo, es saber cómo subsistieron después de la tragedia, una vez superado el impacto de retar a la muerte y ganar, y cómo pudieron recuperarse física y emocionalmente. No es cotilleo, o quizás sí. Me dio pena comprobar, no por los supervivientes, que los hombres resisten físicamente más que las mujeres. Soy demasiado pequeña para ver pelis así, aunque sean ficción. Una película es una película, pero cuando está tan crudamente basada en la realidad, me deja fuera de juego. Cuando acabó La sociedad de la nieve, volví a morderme las uñas y no pude dormir como habría deseado. El miedo moderno no es a consecuencia de los Freddy Krueger de turno, sino por circunstancias más próximas a la cotidianidad: ver sufrir y morir a los que quieres.

Sé que no queda bien, pero a mí la naturaleza no me relaja, y me da más bien miedo. Mi abuelo materno, el León de Sants, murió ahogado cuando estaba a bordo de su barco en circunstancias que se llevó a la tumba. Tanta naturaleza, sea el mar con las gaviotas planeando por el cielo, o un bosque en calma, me hacen sentir nerviosa. Me siento más segura en la ciudad, escuchando, de noche, el camión de la basura de mi calle. El único mar que aguanto es un océano de viñas. ¡Y prefiero un museo que un bosque, y maridar un cuadro de JMW Turner con un vino de hielo antes de que llegue la primavera!