Del Romea al Poliorama. Del año 1898 al 2023. Cuando Santiago Rusiñol escribió L'alegria que passa en Sitges, a finales del siglo XIX, no se imaginó que 125 años después de su estreno, ya de pleno en el siglo XXI, una compañía de teatro —quizás similar a la que él describe en la mencionada obra— revisaría aquel texto modernista y lo haría moderno, que no es exactamente lo mismo pero se le parece. Dagoll Dagom empieza a despedirse de los escenarios con el último espectáculo de nueva creación. La próxima vez que levanten el telón ya será para decir adiós y, muy probablemente, lo hagan con Mar i cel, su mascarón de proa, nunca mejor dicho.

Estamos ante un texto crítico y poético, llevado magistralmente a escena por Marc Rosich (su dramaturgia de Mequinensa en el TNC, a partir de la obra de Jesús Moncada, ya fue sublime), con una música impactante de Andreu Gallén y una coreografía transformadora de Ariadna Peya (los dos ya habían colaborado exitosamente con Dagoll Dagom en Maremar). El ritmo de la obra contagia entusiasmo y una llega después a casa pensando que la propuesta es radicalmente imprescindible y que la capitana del barco, la incombustible y talentosa Anna Rosa Cisquella, merecerá descansar y dejar de hinchar las velas cuando la compañía apague las luces definitivamente pero que su creatividad y estilo de producción se echarán mucho de menos.

El musical 'L'alegria que passa' nos enseña que toda alegría tiene un damnificado, que hay pueblos habitados pero no habitables y que un pueblo gris que no despierta es un pueblo cobarde condenado al miedo eterno

El espectador —que desde el primer momento hasta el último queda atrapado en la butaca— cada diez minutos puede escuchar una frase genial que podría exactamente ser un epígrafe. Quizás por eso los nueve miembros de la compañía actoral, justo antes de salir a escena, se abrazan en corro en camerinos y exclaman una al unísono, como un mantra. Cada día una diferente, que los originales de Rusiñol son tan buenos y la adaptación de Rosich tan esmerada, que siempre hay donde escoger.

"¡Cuando uno despierta, todo empieza!". "¿De qué sirve hacer grandes proezas si no sabes ser lo bastante honesto?". "La vida te pasa por delante pero igual que pasa, ya se escapa. Por mucho que estires fuerte las manos, igual que el humo el día se escapa". Y así ir haciendo, función tras función. Un grito de guerra y de paz, como la dualidad de actores y actrices que interpretan dos personajes cada uno, en un ejercicio fabuloso de desdoblamiento, como se desdobla el espacio, que tan pronto es un escenario como se convierte en una bambalina. Y sí, mención especial a una espectacular Àngels Gonyalons, en el papel de Clown y de alcalde (por cierto, dos hombres en el cuerpo de una mujer).

El musical nos enseña que toda alegría tiene un damnificado, que hay pueblos habitados pero no habitables y que un pueblo gris que no despierta es un pueblo cobarde condenado al miedo eterno. Igualmente, muestra la posibilidad de romper la rueda y la esperanza de que cuando la alegría te entra en el cuerpo, hay una grieta por la que escapar. El hilo conductor es un espíritu crítico que nos interpela a abrir los ojos y busca, como dice la propia Cisquella, hablar del compromiso de la sociedad con el artista, sí, pero también del compromiso del artista con la sociedad.

Dagoll Dagom ha paseado por el Antaviana de Calders, el Mar i Cel de Guimerà o el Aloma de Rodoreda y ha demostrado, de la mano de Sisa, que la Nit de Sant Joan puede salir el sol. Ahora, con Rusiñol y L'alegria que passa, inicia su despedida y nos invita. Bienvenidos a mi pueblo, bienvenidos al pueblo gris. Oh, bienvenidos, pasad, pasad, de las tristezas haremos humo, que mi casa es vuestra casa si es que hay casas de alguien. Acróbatas, músicos, intérpretes y cantantes empiezan la última semana en cartelera. Quedan solo seis funciones y con pocas entradas disponibles. Pájaros de barro, queriendo escapar. Aves de paso, queriendo aterrizar. Y aquel regusto de boca de una época teatral y musical memorable. La alegría que queda.