En 2010, en plena crisis económica, se publicó en catalán el libreto Indigneu-vos!, del diplomático, antiguo miembro de la Resistencia francesa y superviviente de un campo de concentración Stéphane Hessel. Exhortaba a los jóvenes a indignarse frente a un mundo gobernado por los poderes financieros que lo acaparan todo. El hombre murió en 2013, pero antes tuvo tiempo de publicar Comprometeu-vos!.

Una década más tarde, vemos las imágenes de los vecinos del norte tratando de paralizar Francia contra la reforma de las pensiones. Los franceses deben trabajar ahora hasta los 64 años. En España ya es obligatorio hasta los 66. Comparaciones de sistema de pensiones aparte, la pregunta es por qué en Francia las protestas son protestas. ¿Quizás por qué levantaron un día de 1789 y cambiaron el mundo y aquí los levantamientos son por la bandera? No sé.

Parece mentira que los únicos indignados sean unos señores que pierdan privilegios; los que deberían estarlo son el resto, empezando por los más jóvenes

El caso es que motivos para indignarse no faltan. Y no hace falta recurrir a la crisis climática, los pantanos vacíos o la guerra. Basta con mirar el día a día de nuestro bolsillo. Quién se puede comprar una vivienda, quién puede utilizar el ascensor social, cómo cuesta llegar a fin de mes. La lista es interminable. Es verdad que protestas ha habido. En Madrid, las batas blancas contra la privatización. En Catalunya hemos tenido una tanda de maestros, médicos y taxistas indignados. Claro que protestan los colectivos profesionales. Y los funcionarios públicos. Y los abuelos contra las sucursales bancarias. Siempre hay alguien cabreado. Pero nada que ver con Francia.

Hago un paréntesis sobre la política y Catalunya. Ya hay más que evidencias de que hubo un GAL sin pistolas, pero la respuesta ciudadana es de encefalograma plano. En Catalunya, la gente no está indignada. En Catalunya, si se me permite el populismo de Instagram, la gente hace calçotades por encima de sus posibilidades. Y seguramente por una doble resaca. La del procés, con sobredosis de movilización, y la de la pandemia. Bien, más que de la pandemia, de los confinamientos. En Catalunya tuvimos un gobierno que fue el campeón del mundo de encerrarnos en casa y hubo una pésima gestión de las residencias de ancianos. Pero es como si nadie tuviera ganas de mirar hacia atrás. Ahora no toca. Ahora toca solete, conciertos, esquí, playa, true crime o calçotada. Da igual. Los que pueden, claro. Cierro paréntesis.

Hemos visto en el Congreso de los Diputados a un señor que representa a la antigua izquierda que se ha hecho de Vox. Existen más ejemplos evidentes. Son unos señores —hombres blancos— que están indignados por el mundo que viene. Y uno de los mundos que vienen lo trae el único movimiento que excita ahora mismo, el único que está cambiando la realidad, que es el feminista. Por eso parece mentira que los únicos indignados sean unos señores que pierdan privilegios. Los que deberían estarlo son el resto, empezando por los más jóvenes, a quienes, con suerte descriptible, se dirigía Hessel.