La gestión española de la pandemia del coronavirus es una de las más nefastas en todo el mundo. Del mismo modo que Rodríguez Zapatero, José-Luis el Necio, no quiso ver en 2008 lo que debería de haber sabido, ahora Sánchez, Pedro el Geyperman, ha reaccionado tarde y mal ante la crisis sanitaria más importante desde la propagación del virus del Ebola en el continente africano. Entonces aquella crisis humanitaria no preocupaba a casi nadie, porque no era una pandemia que afectara a Europa, y los errores de gestión se pasaron por alto. El coronavirus, en cambio, se extiende por todo el hemisferio norte y muy marginalmente por el hemisferio sur. Los estados ricos —incluyendo la dictadura comunista china— se sienten amenazados y reaccionan atropelladamente. El mundo ha alabado la reacción de los jerarcas chinos, pero el modelo a seguir no es el de una dictadura centralizada y jacobina, sino el de las democracias más avanzadas. Dinamarca, Noruega e Islandia han reaccionado de forma ejemplar, mucho antes incluso de detectar algún caso de infección en su territorio. Contrariamente a lo que propugna el economista Garrett Jones en su último libro, 10% Less Democracy, en el que reclama más poder para las élites y menos para el pueblo, para la masa, como dice él, cuanto más democrático es un Estado y más abierta es una sociedad, más racionales son las medidas que toma su gobierno. Históricamente ya sabemos como acaba el gobierno de las élites.

Cuanto más democrático es un Estado y más abierta es una sociedad, más racionales son las medidas que toma su gobierno.

No creo que Pedro el Geyperman, haya leído a Garrett o ningún otro libro. Es de la generación a la que regalan másteres y grados por la vía de la corrupción más abyecta. Pero está claro que la reacción de su gobierno coincide con la de los que optan por el autoritarismo o la desaprensión. Mientras la ministra de economía italiana, Laura Castelli, anunciaba la congelación del pago de las hipotecas y la congelación de los préstamos a los negocios de las zonas más afectadas, además de facilitar un subsidio especial de 500 euros mensuales hasta finales de primavera para los trabajadores autónomos que han tenido que suspender su actividad, Josep Sánchez Llibre, gerifalte de la patronal catalana y antiguo dirigente de CiU, reclamaba una bajada de impuestos para las empresas y facilitar el despido libre. Dos actitudes, dos maneras de entender el poder. La campaña de propaganda que puso en marcha el primer gobierno de coalición “progresista”, a la que se han sumado con entusiasmo los principales diarios españoles y los catalanes habituales, no se distingue de la que habría impulsado Vox si Abascal fuera el presidente del gobierno español. La coincidencia entre lo que dice Ortega Smith en el video nacionalista —y xenófobo— que difundió la semana pasada y el eslogan “#este virus lo paramos unidos” o con los anuncios televisivos gubernamentales que empiezan señalando a China como el culpable del “mal”, abruma. Patrioterismo en estado puro. Qué manía tienen los “progresistas” en confundir unión con unidad y jactarse exageradamente de la patria española. Los expertos recomiendan lo contrario de lo que recomendó Pedro el Geyperman en la alocución televisada de sábado. La recomendación de los médicos es que nos separemos los unos de los otros y que evitamos el contacto que pueda derivar en un todo multitudinario, en aquel “unidos en lo universal” de resonancias franquistas que exige Sánchez. La campaña gubernamental por el coronavirus no es sanitaria. Es política, como las medidas que se han tomado. ¿Aplicar un 155 encubierto evitará que se propague la pandemia? No, sobre todo si podemos ir a la peluquería o bien se permite que la gente vaya de un lado para otro descontroladamente. El problema no es la autoridad, sino qué medidas toman las autoridades y cómo se coordinan entre ellas. La actitud de Sánchez es criminal. ¡Qué ganas tenía Grande-Marlaska de arrebatar a Miquel Buch el mando de los Mossos sin los subterfugios actuales!

Puesto que estamos en pleno retroceso de la democracia, el independentismo debe ser la punta de lanza de quienes defienden una solución democrática y no autoritaria al nuevo (des)orden mundial.

A finales de la semana pasada el presidente Torra pidió el confinamiento de Cataluña para evitar la propagación del virus. No obtuvo respuesta desde España y en Cataluña la reacción burlesca de los trols del nuevo pactismo autonomista evidenciaban todavía más que el Régimen del 78 está muerto y que la única opción política seria es retomar el objetivo que culminó el 1-O. Ante el fracaso de la Unión Europea para afrontar esta crisis sanitaria y la anterior crisis económica, la reacción nacionalista y autoritaria de gobiernos como el español debería ponernos en estado de alarma política. Cuanto más visibles son los déficits de la gobernanza autonómica y la voluntad destructiva gubernamental, más indiscutible es que, a pesar de los errores, el camino emprendido el 2012 era —y es— el correcto. Dicen que las crisis son una oportunidad. En Cataluña llevamos años acumulando crisis (la del déficit fiscal, la de las infraestructuras, la bancaria y ahora la sanitaria) con el Estado al que pertenecemos absolutamente en contra. Puesto que estamos en pleno retroceso de la democracia, el independentismo debe ser la punta de lanza de quienes defienden una solución democrática y no autoritaria al nuevo (des)orden mundial.