Padecer un atentado no santifica a quien lo sufre ni le convierte en un buen político. Simplemente le convierte en víctima. Le ocurrió a José María Aznar, que el 19 de abril de 1995 estuvo a punto de saltar por los aires, como Carrero Blanco, y el odio se le cuajó muy adentro, a pesar de que sufrió sólo un ligero corte en la barbilla. En todo caso los 40 kilos de amonal y otros tantos de tornillería que destrozaron el Audi blindado en el que viajaba Aznar buscaban arrebatarle la vida. El líder de los conservadores postfranquistas dejó de pensar políticamente para actuar movido por el fanatismo, que es lo que también le ocurrió a Federico Jiménez Losantos después del ridículo secuestro que acabó con un tiro en la rodilla. El periodista incluso lo verbalizó: “Más vale ser un liberal fanático que un terrorista disimulado” —escribió en su día. Con ETA la derecha y la extrema derecha vivían mejor, se encuentran a gusto en ese ánimo justiciero permanente, haya o no haya terrorismo.

Manuela Carmena, la exalcaldesa de Madrid de muy corto mandato, también fue una víctima del terrorismo de manera indirecta pero igualmente dolorosa. Lo fue de la cuadrilla ideológica opuesta en plena transición política. El 24 de enero de 1977, Manuela Carmena se encontraba reunida con su colega José María Mohedano en el local de la calle Atocha, 49. De repente, comenzaron a sonar sirenas de policía. Se oían gritos. Carmena y Mohedano se asomaron a la ventana para saber qué estaba ocurriendo. Se dan cuenta de que el ajetreo proviene de otro local, el de la calle Atocha, 55, donde tienen la sede sus compañeros abogados. Manuela Carmena podría haber estado en ese despacho pero no estaba. Lo que ocurrió entonces le marcó para siempre. Es lo que pretende el terrorismo. Lo explicó el filósofo francés Jean-François Revel, la “estrategia de la tensión” es básica para quienes atacan los valores democráticos. Revel se centró en el comportamiento de los “revolucionarios” y esa absurda idea de que es más fácil pasar del fascismo al comunismo que de la democracia al comunismo. Por lo tanto, los “revolucionarios” deben primero inducir a los gobiernos democráticos hacia un comportamiento fascista a fin de edificar, en la segunda fase, un socialismo a partir de las cenizas del fascismo. Un delirio ideológico que ha manchado con sangre la historia contemporánea.

Cuando la venerable septuagenaria Manuela Carmena viene a Barcelona y sostiene que Vox ha aparecido a consecuencia del proceso soberanista catalán, está claro que aprendió muy poco de lo que tuvo que vivir en 1977

Lo que no se le ocurriría ni a Jean-François Revel ni a nadie en su sano juicio es atribuir la existencia del terrorismo fascista a los comunistas del despacho de abogados de Carmena. Sería una estupidez de proporciones mayúsculas que sólo se podría atribuir a la debilidad en España del pensamiento democrático. Pío Moa (él mismo antiguo terrorista de esos GRAPO que no me atrevo a calificar de izquierdas), Carlos Dávila, Alfonso Ussía, César Vidal, Hermann Tertsch y la senil muchachada de periodistas y publicistas fascistas que tienen como líder a Jiménez Losantos también aseguran que Franco se sublevó porque los socialistas y los separatistas catalanes intentaron un golpe de estado en 1934 en Asturias y Catalunya. Franco se cargó la democracia por culpa de Largo Caballero y Lluís Companys, dos malos muy malos. La suerte fue que no les atribuyen el asesinato del presidente Kennedy, que fue cometido por un fanático muchos años después. Largo Caballero empezó a morirse en el campo de Sachsenhausen, cerca de Berlín, hasta que falleció en 1946, ya liberado. Companys fue fusilado por el franquismo en 1940 sin ningún tipo de contemplación, como también lo fueron el socialista Julián Zugazagoitia (1940) y el cenetista Joan Peiró (1942). Franco y sus secuaces sabían lo que estaban haciendo.

Cuando la venerable septuagenaria Manuela Carmena viene a Barcelona y sostiene que Vox ha aparecido a consecuencia del proceso soberanista catalán, está claro que aprendió muy poco de lo que tuvo que vivir en 1977. Así de claro se lo han dicho en las redes un sinfín de demócratas. Incluso el diputado de JxCat Francesc de Dalmases puso en circulación un mapa de España indicando el reparto provincial de votos a Vox. En Madrid es donde la extrema derecha se pone las botas. Y si bien es verdad que en la capital del reino los fascistas son legión, sería terriblemente estúpido atribuirle a la venerable anciana postcomunista la razón de ese auge. El huevo de la serpiente lleva ahí desde 1939, cuando Franco instauró una dictadura que los comunistas y los separatistas catalanes combatieron sin conseguir plenamente su objetivo de instaurar en España una democracia de verdad. Los franquistas siguen estando incrustados en los aparatos del Estado y salen a amedrentar cuando se sienten amenazados.