Hay artículos que preferirías no tener que escribir. Este es uno de ellos. Y no habría querido escribirlo porque tenía previsto escribir otro para comentar la (re)investidura de Carles Puigdemont. Ahora sabemos que la sesión de investidura que debía celebrarse el pasado martes se desconvocó por decisión unilateral del presidente del Parlament y de ERC, sin contar con nadie, pero sobre todo sin comunicarla al candidato propuesto por los tres grupos parlamentarios soberanistas de la cámara. Es normal, pues, que la CUP y JuntsXCat se quejaran por un comportamiento irregular. Sólo ERC y un sector del PDeCAT —el oficialista— celebraron este cambio respecto de lo pactado la noche anterior. Una alegría, por cierto, que el viejo partido republicano y los euro-demócratas compartieron, sorprendentemente, con Mariano Rajoy. Hay coincidencias que comentarlas es en balde.

El mismo martes, pocas horas después del ajetreo de primera hora de la mañana, el Tribunal Constitucional comunicó que rechazaba las alegaciones que Carles Puigdemont y JuntsxCat habían presentado contra las medidas cautelares que obligaban a suspender la investidura si el president no se presentaba al pleno del Parlament. Esa resolución demuestra cómo acabarán las nuevas alegaciones que Torrent dijo que quería presentar al TC. Además, por Madrid ya circula la noticia de que el Tribunal Supremo prevé inhabilidad a tanta gente como sea posible ¿Y luego qué? ¿Debemos constatar una vez más lo que ya sabemos? Torrent ha contribuido al desprestigio del proceso soberanista con la intención de protegerse, cosa muy legítima y humana, de la represión del Estado o bien es que ERC todavía no ha digerido los resultados del 21-D. El efecto del aplazamiento sine die de la investidura será, sin embargo, que el Estado conseguirá alargar la aplicación del 155, inestabilizar el autogobierno y que siga la persecución del president Puigdemont para inhabilitarlo de facto, que es justo lo contrario de lo que pretendían los republicanos al emprender esta maniobra. El martes quedó demostrado que la desconfianza entre republicanos y junteros es letal y crónica.

Para recuperar la normalidad primero hay que restituir lo que el pueblo aprobó con su voto

La apelación de ERC a recuperar “la normalidad” es una ironía, en especial porque desde la famosa admonición de 2014 de Carme Forcadell al president Artur Mas para reclamarle valentía, los republicanos han instado a todo el mundo para que desobedeciera. Tanto da ahora lo que pasase entonces. La historia ya les juzgará y pondrá a cada cual en su lugar. El inconveniente es que todavía quedan por resolver las consecuencias de lo que pasó, dado que el vicepresident del Govern y el conseller de Interior están encerrados en la cárcel de Estremera, y no parece que vayan a salir pronto, los Jordis lo están en Soto del Real y Carles Puigdemont vive exiliado y no tiene ningún sentido que regrese, si no es para ser (re)investido presidente. Para recuperar la normalidad primero hay que restituir lo que el pueblo aprobó con su voto. Dar marcha atrás es aceptar el 155. Otra cosa es que finalmente se busque una fórmula para asegurar la gobernabilidad de la autonomía. O de lo que quede de ella.

España se está convirtiendo en uno de esos Estados autoritarios que ahora se estilan en Europa y más allá, donde también brota, regada por el poder, los medios de comunicación y un montón de intelectuales, la típica xenofobia contra una minoría. O si se quiere plantear de una forma más suave, siguiendo el Índice de la Democracia que cada año elabora el think-tank británico The Economist Intelligence Unit (EIU), España es una democracia imperfecta que ha perdido calidad. Imperfectos o autoritarios, Rajoy y el tripartito del 155 se vieron obligados a convocar las elecciones del 21-D. Y esas elecciones las ganó, cuando menos dentro del bloque independentista, JuntsxCat con una campaña basada en la restitución del president. Por lo tanto, la disputa entre los republicanos y los junteros no es una lucha entre “trabucaires y florentinos”, por decirlo a la manera de algunos antiguos comunistas que no han dado jamás pie con bola. No es una confrontación entre legitimistas y pragmáticos. Refleja, en todo caso, una divergencia de fondo sobre cómo tiene que empezar la nueva legislatura. JuntsxCat quiere que arranque con la restitución del president depuesto, aunque después deba asumirse que no se puede gobernar desde la distancia ni desde la cárcel. Lo primero es lo primero y algunas decisiones deberán tomarse andado el tiempo. Ejercer el poder tiene su liturgia y los pactos tienen que ser claros para poder cumplirlos. JuntsXCat también se equivocó cuando decidió no explicar a los republicanos qué quería hacer y por qué y hasta dónde estaban dispuestos a llegar en el desafío contra el Estado.

El pasado martes se cumplió el 70 aniversario del asesinato de Mahatma Gandhi, el líder pacifista que luchó, pagando un sacrificio personal muy alto, por la independencia de la India. Son conocidas algunas frases que resumen muy bien el comportamiento gandhiano, pero conocemos una que hoy podríamos aplicar a lo que estamos viviendo: “Sé el cambio que quieres ver en el mundo”. Tengo la sensación de que Carles Puigdemont y JuntsxCat tienen muy aprendida esta lección. Quieren ser el cambio porque han llegado a la conclusión de que lo que está en juego no es sólo la soberanía de Catalunya. Es mucho más que eso. Se trata de conservar la democracia y los gobiernos avalados por las urnas que el nuevo autoritarismo no respeta. Por eso es importante (re)investir al president Puigdemont. Sólo así tomará sentido lo que se ha venido haciendo hasta el momento. Dar por liquidado el proceso soberanista sería una irresponsabilidad mucho mayor a la que los unionistas atribuyen a los independentistas por haber osado conquistar la libertad.