Si no la han visto, háganlo. Peaky Blinders es una serie producida por la BBC (Netflix) y es un buen fresco de la historia británica posterior a la Primera Guerra Mundial. Los Peaky Blinders son una banda de gánsteres gitanos de Birmingham. Un robo equivocado provoca que la familia Shelby (así es como se llama el clan) se vea involucrada en una situación límite: sin querer obtienen unas cajas que contienen armas de gran calibre, cuya desaparición activa las alarmas del gobierno británico. Todo por el miedo gubernamental de que esas armas caigan en manos del IRA. La matriarca de los Shelby, Polly, pide al líder de la banda, Tommy, que se deshaga de las armas porque intuye el peligro si las retienen. El joven líder, en cambio, quiere sacar rédito de ese hurto involuntario. Será entonces cuando aparezca el inspector Campbell, un policía que ha tenido éxito en la lucha contra los terroristas en Belfast, y a quien un jovencísimo Winston Churchill, en su época de ministro ferozmente anticomunista, encargará la misión de recuperar las armas sea como sea. No hay duda de que la policía se entrega a la tarea, con el aliento y la cobertura del gobierno, utilizando una brutalidad propia de los bárbaros y los matones de los bajos fondos. Actúan sin esconderse.

“¿Habéis aprendido algo? ¿Habéis sacado alguna conclusión? Si lo habéis hecho, es probable que se pueda encontrar una senda en la que entenderse”. Con este tono de cohete chispero se dirigió Pedro Sánchez a Gabriel Rufián en la primera sesión de la fallida investidura. Hoy veremos cómo acaba. ¿Qué es lo que debía de haber aprendido Rufián y, por extensión, el conjunto del independentismo? ¿A qué debería renunciar Rufián para conseguir que el “rey de la casa” se dignara a afrontar el principal problema que tiene hoy España? Convertir en invisible el conflicto con Catalunya debe de ser uno de los muchos consejos que Pedro Sánchez recibe de Iván Redondo, pero le empequeñece como estadista. Esconder la cabeza bajo el ala y responder a la oposición con la típica chulería castellana —que el inspector Campbell también usa— es otra demostración de que Pedro Sánchez es, sencillamente, un mal político. Quizás sea hábil con el verbo y con las fintas tácticas, pero está claro que Sánchez no sirve para abordar la peor crisis política española desde los años de la Transición, que también fueron muy complicados. Si los diarios españoles no fueran tan nacionalistas y, por lo tanto, tan ciegos cuando se trata de Catalunya, a estas alturas estarían comparando a Pedro Sánchez con Theresa May, la líder conservadora británica que ha sucumbido a su peor crisis política porque no ha sabido afrontarla de verdad.

¿Qué hemos aprendido de la actuación del Estado a raíz de los hechos de octubre? Pues que el Estado está dispuesto a todo para preservar la unidad nacional, incluso a utilizar la guerra sucia

Parece como si Pedro Sánchez estuviera decidido a repetir las elecciones el 10 de noviembre. Quiere acabar con Pablo Iglesias y domesticar a Albert Rivera y cree que la repetición de las elecciones puede llegar a ser la gran oportunidad para hacerlo. De paso, intentará que el PSC desbanque a ERC y se sitúe en primera posición en Catalunya. El independentismo tiene muchas formas de evitarlo, pero primero es necesario que se aclare y responda serenamente a las preguntas que Sánchez dirigió a Rufián, por incómodas que sean. ¿Qué hemos aprendido de la actuación del Estado —y en particular del PSOE— a raíz de los hechos de octubre? Pues que el Estado está dispuesto a todo para preservar la unidad nacional, incluso a utilizar la guerra sucia. La respuesta al proceso soberanista fue la represión pura y dura. ¿Cuál es la conclusión que debemos sacar de tanta ignominia? Pues que el Estado solo aceptará la rendición si los pecadores independentistas representan públicamente un acto de constricción. Los socialistas persiguen la desarticulación del independentismo para encerrarlo en las catacumbas, donde estaba en los años ochenta, entretenido en pelearse entre las diversas tendencias.

También podríamos llegar a una conclusión muy diferente si, de entrada, el independentismo admitiese que erró en la estrategia de desconexión con el Estado, tal como ya expliqué en la anterior columna. Perder no conlleva, necesariamente, tener que rendirse. Tampoco serviría de nada, porque el estado español querría que el independentismo desapareciese para siempre. Una de las muchas diferencias entre lo que pasó en el País Vasco con ETA y el proceso independentista catalán es, precisamente, esta. ETA se rindió porque éticamente no podía hacer otra cosa. Asesinar personas por sus ideas o porque son agentes del Estado no es un combate democrático, es una guerra tan sucia como la del inspector Campbell pero con otros argumentos. Y en las guerras siempre hay vencedores y vencidos. En cambio, en un combate democrático, el enemigo —porque en las democracias también hay enemigos, sobre todo si dominan la fuerza coercitiva— es derrotado por el vigor y la persistencia de los movimientos de resistencia no violenta. No se tarda más tiempo en triunfar por la vía pacífica que por la vía de la violencia. Incluso es más legítima. Los palestinos llevan años guerreando y todavía están donde estaban. O peor. Como explicaba el antiguo diplomático Carne Ross en un artículo reciente (traducido al catalán por mí), no existe un único modelo para llegar a formar un Estado. Cada cual tiene que encontrar su vía y aprender las lecciones que le proporcionan las victorias y los fracasos. La lucha, en definitiva.

En la serie Peaky Blinders, la policía británica es presentada como un auténtico brazo armado de la conspiración y la persecución al margen de la ley. Torturaba y asesinaba sistemáticamente y sin reparos a los comunistas y a los independentistas irlandeses. Los GAL de Felipe González no eran ninguna novedad cuando se organizaron para combatir a ETA. Pero ni los Shelby ni los patriotas irlandeses se rindieron. No me lo invento. Fue así. Los Shelby sobrevivieron e Irlanda proclamó la independencia. Pero para derrotar al enemigo, unos y otros tuvieron que cambiar de estrategia y aceptar el coste de la primera ola represiva. Tommy Shelby, por ejemplo, que en un primer momento colaboró con la policía británica para deshacerse de los comunistas y del Sinn Féin y así salvaguardar a la familia y sobrevivir, al final tomó una decisión, harto de la escalada de violencia policial y de las traiciones, y se deshizo del inspector Campbell como es habitual en un ambiente mafioso. A veces debes elegir y entender qué ha ocurrido. Los Shelby sabían que estaban solos, pero también se daban cuenta de que la única forma de sobrevivir y ganar era mantenerse unidos. Los gitanos, un pueblo perseguido y marginado, se agrupan en clanes, como los independentistas catalanes, pero también saben muy bien dónde está el enemigo. Y se aprovechan de eso. La última temporada de esta serie que se puede ver, cuando menos de momento, acaba con una escena fantástica que me van a perdonar que la explique. Tommy Shelby es elegido diputado de la Cámara de los Comunes por el partido laborista porque ese es el precio que exige a Churchill. Política en estado puro, pero en ningún caso una concesión.