Pleno cancelat Elsa Artadi Sabrià - Sergi Alcazar

Sergi Sabrià (Esquerra) y Elsa Artadi (Junts), dos de los negociadores para formar gobierno / Sergi Alcàzar

1. El próximo viernes se acaba el plazo para celebrar la primera convocatoria del pleno de investidura. Faltan cinco días y la pelota todavía está en el tejado. Teniendo en cuenta las abismales diferencias entre los tres partidos de la mayoría independentista, no sería extraño que finalmente no pudieran llegar a un acuerdo. Si todos tensan la cuerda para imponer sus criterios, será realmente difícil superar las diferencias. El sistema de ideas que separa Esquerra de Junts, una vez escindida la derecha del PDeCAT, es muy menor que la zanja ideológica que separa los dos partidos mayoritarios del anticapitalismo de la CUP. Si no estuvieran a matar, Esquerra y Junts no deberían tener problemas para acordar un programa de gobierno que se propusiera controlar la pandemia, recuperar la economía y reforzar el estado del bienestar no desde la perspectiva antisistema, que es el santo y seña de la CUP, sino con una orientación socialdemócrata y liberal. O sea, desde la defensa escrupulosa de la libertad y del fomento de una economía pública y privada que evite el jacobinismo de los estados que antes se denominaban del socialismo real.

2. Por lo tanto, si Esquerra y Junts están a la greña no es por motivos ideológicos. Si en Catalunya existiera un SNP, tendríamos sorpresas, porque dirigentes de Esquerra estarían situados a la derecha de algunos dirigentes de Junts. Dudo que ninguno se separara para afiliarse a la CUP. Esta no es la cuestión, pues. Otra cosa es que las animadversiones personales, el factor humano que también condiciona la política, se enmascaren con aspavientos ideológicos. ¿Cuál es el escollo que retarda las negociaciones para formar gobierno? La discrepancia estratégica. Este es el núcleo de la negociación y el antagonismo entre los dos antiguos socios es tan profundo que no está claro que antes del viernes puedan superarlo. Desde que Esquerra rectificó de rumbo y Rufián pasó de acusar a Puigdemont de no se sabe qué —aquel tuit mítico sobre las 155 monedas de plata lo perseguirá toda la vida— a ser el gestor en Madrid del pacto con el PSOE, los republicanos están enrocados en querer imponer la vía del pacto con el PSOE como única solución al conflicto catalán. No es una negociación con el Estado, sino entre partidos y por eso los jueces y la policía actúan a sus anchas. Junts solo cree en una negociación que implique al Estado y por eso propugna que la forma de obligarle a sentarse en la mesa de negociación es debilitándolo previamente.

 ¿Cuál es el escollo que retarda las negociaciones para formar gobierno? La discrepancia estratégica

3. No es lo mismo negociar de partido a partido que hacerlo con el estado. Cualquiera que haya participado en un proceso de resolución de conflictos sabe perfectamente cuál es la diferencia. En Irlanda del Norte, que es un caso que estudié sobre todo durante la negociación de los acuerdos de paz de 1998, las conversaciones entre partidos y gobierno tenían el aval del estado y no dependían tan solo de las mayorías parlamentarias de cada momento. Cuando en Londres llegaron a la conclusión de que había que poner fin a tantos años de violencia por la vía del diálogo, conservadores, liberaldemócratas y laboristas apoyaron el proceso de pacificación, que solo fue rehusado por una minoría extremista. Cuando las negociaciones son entre partidos, pasa lo que ocurrió la semana pasada en el Congreso de los Diputados, que el ministro de Justicia español, Juan Carlos Campo, dice ahora que la tramitación de los indultos no es lo más importante. En diciembre del año pasado afirmaba todo lo contrario. Entonces el PSOE necesitaba los votos de Esquerra, mientras que, en estos momentos, después del fiasco murciano y ante las elecciones en la Comunidad de Madrid, más bien le molestan. El tacticismo es el enemigo de cualquier pacto.

4. Puesto que la dinámica de enfrentamiento entre Junts y Esquerra no tiene ningún amortiguador, porque la sociedad civil no consigue convertirse en vaselina que aligere el roce entre los dos grupos, sino que a menudo está al servicio de un partido o del otro, no es posible superar los múltiples desacuerdos. La CUP va un poco por libre, porque se siente fuerte con nueve diputados (una minoría comparada con los 65 escaños de Junts y Esquerra), y considera que tiene la llave de la gobernabilidad. Esto todavía hace más largo el camino para la formación del nuevo gobierno. La CUP no es la bisagra entre los otros dos partidos. En primer lugar, porque, a pesar de las apariencias, como ya he apuntado, ideológicamente reclama cosas que son inaceptables por alguien que quiera tener un mínimo de credibilidad para gobernar. Sobre el papel, Esquerra quizás se atreverá a pactar la disolución de la Brimo, pero hasta que no lo vea no me creeré que el conseller (o la consellera, según los rumores) de Esquerra que se haga cargo de Interior lo aplique. Echaría por tierra la obsesión de los republicanos por constituirse en el nuevo partido de la moderación. Soy partidario de que la CUP asuma responsabilidades gubernamentales precisamente para acabar de una vez con el purismo de quien se siente cómodo en el papel de Pepito Grillo. En los ayuntamientos donde gobierna, la CUP es mucho más pragmática.

5. Si al fin los tres partidos independentistas no se ponen de acuerdo para investir president a Pere Aragonès y Salvador Illa insiste en optar a ello porque por lo menos tiene los votos de su grupo y los de los comunes, quizás que el independentismo deje de hacer el ridículo. Lo más sensato seria, antes de que Laura Borràs acabe en el TC por el recurso que interpondrá el PSC si impide el pleno de investidura de Illa, que Esquerra y la CUP intentaran investir a Aragonès, dado que, según la versión del diputado Carles Riera, los acuerdos entre republicanos y cuperos marchan como una seda. Al final, ERC eligió empezar a negociar antes con la CUP que con Junts simplemente para marcar terreno. Quizás deben transcurrir dos meses para madurar un acuerdo que tiene demasiadas trincheras. Una investidura fallida de Esquerra y la CUP daría el margen de tiempo para limar las aristas y que todo el mundo asumiera el rol que le corresponde. Catalunya no sería una excepción en Europa. Los gobiernos de coalición no son fáciles de gestionar en ninguna parte: ni en los Países Bajos, ni en Italia ni en Bélgica. En 2011 Bélgica batió el récord mundial sin gobierno —589 días— y el país no se hundió. En 2019, los partidos belgas repitieron el prodigio y tardaron 400 días en pactar un nuevo gobierno. La política es sainete y drama.