El cagafierro es la escoria resultante de la reducción de los minerales, especialmente la producida en un horno. Es hierro viejo, de rechazo. También es verdad que este tipo de hierros a veces sirven para utilizarlos en instalaciones artísticas. En este caso, el objetivo es mostrar la obsolescencia, la depreciación programada del tiempo o del espacio. Hay políticos que uno tarda en descubrir que son, por encima de todo, la manifestación más rotunda del político cagafierro. Una escoria inútil, aunque sirva para decorar, que, aun así, se arrastra como si jamás hubiera previsto que podía ir de capa caída precisamente por su conciencia elástica. No cabe duda de que un político es un equilibrista. Ahora bien, una cosa es tener que contrarrestar el efecto de dos fuerzas opuestas con acciones tan hábiles como sea posible, y otra es el oportunismo, que es uno de los peores defectos de los políticos.

Manuel Valls ha sido durante años un político con suerte. Siendo joven era tanto o más arrogante que ahora, pero el elitismo y la soberbia se confundían con la desfachatez de la juventud. Las maneras altivas de un joven se dispensan porque todo el mundo admite que son propias de una edad de iniciación, de afirmación para adquirir seguridad en uno mismo. El problema es cuando estos jóvenes avispados crecen y no solo siguen con el mismo ademán, sino que las maneras desdeñosas aumentan y aumentan hasta perder el norte. Este adulto ya no es gracioso. Más bien es lo contrario. Valls es uno de estos jóvenes suficientemente preparados, macerado en un ambiente elitista, que de mayor se ha convertido, literalmente, en un imbécil, lo que no significa que sea idiota. Nosotros lo “descubrimos”, a pesar de sus orígenes catalanes, que alguien idealizó cuando empezó a despuntar en la política francesa, porque no lo habíamos padecido anteriormente. Hasta que llegó el día en que unos señores —porque estas soluciones acostumbran a darlas siempre los hombres— del Círculo Ecuestre lo fueron a buscar —o él se ofreció, eso da igual— para convertirse en el ariete contra el independentismo. Estaba llamado a ser una Juana de Arco masculina.

No cabe duda de que un político es un equilibrista. Ahora bien, una cosa es tener que contrarrestar el efecto de dos fuerzas opuestas con acciones tan hábiles como sea posible, y otra es el oportunismo, que es uno de los peores defectos de los políticos

A raíz de las ocurrencias estrafalarias del profesor Franz de Copenhague se empezó a popularizar la expresión “parece un invento del tebeo”. Manuel Valls es uno de esos inventos. Las historietas de Josechu, el Vasco, creadas por Muntañola y publicadas en el mismo TBO, también podrían servir para definir a un personaje como él. Lo digo más que nada por la boina roja que por cualquier otra cosa. En Catalunya también sabemos qué significa. La política de la reacción debe mucho a los cómicos. De tan patética como es, da risa. Valls desembarcó en Catalunya como si se fuera a hacer las Américas. Entonces fue cuando se mostró en estado puro. No soy nada afrancesado, lo reconozco. Sin embargo, la aprensión que me provoca Valls no es por sus orígenes, sino por su manera de ser y de actuar, sin ningún valor republicano, como el espabilado del diputado Gabriel Rufián, que cada día da más pistas de a quiénes tiene detrás. Cuando un político da lecciones que después no sabe aplicárselas, acaba siendo el más odiado y marginado de la tribu. A Jordi Pujol le ha pasado un poco lo mismo, porque su insistencia en los valores se le giró en contra cuando el estado mostró en público sus vergüenzas. El político que se atreve a dar lecciones de moral debería ser consciente que su conducta es inatacable.

Manuel Valls es el ejemplo del político que, de creído, se arruina la vida. Dejando a un lado a Jordi Pujol, porque compararlo con Valls sería ofensivo por mi parte, a pesar de la tara que acabo de señalar, unos cuantos políticos catalanes son tan cagafierros como el francés. Militan en todos los partidos. El pasado martes, Enric Vila publicó un artículo en este mismo diario, cuya tesis era bastante interesante. Si no fuera por los insultos innecesarios que profería contra varias personas, que es una manera de escribir que ha creado escuela, lo habría difundido por las redes. El insulto es un argumento ontológico de quien se considera Dios y que el análisis de la realidad queda ratificado por su simple existencia. Hay políticos cagafierros como hay articulistas que también lo son. Dejémoslo aquí, porque lo que me interesa ahora es aprovechar lo que escribió Vila en relación con algunos políticos —él se refería a los de Junts y yo lo hago más en general—. Los comparaba con las viejas glorias del rock — mencionaba AC/DC, Def Leppard, Scorpions y Bon Jovi— que “todavía graban discos o salen al escenario a tocar canciones sin voz y sin fuerza”. Valls aterrizó en Barcelona cuando ya declinaba políticamente. Les han pagado sus conciertos al precio que los cobran estos viejos rockeros, aunque solo alimenten la nostalgia juvenil de quien ya ha perdido la juventud. Siempre habrá quien esté dispuesto a subir al escenario —musical o político— con la ayuda de un tacataca. A diferencia de Vila, yo opino que la influencia de la cultura vintage —propia de las sociedades temerosas del futuro— los ha llevado a creer que no tenían sucesores mejores y que por eso son imprescindibles.

Todo anuncia que la vida política de Manuel Valls ha llegado al final. Su paso por Barcelona le ha proporcionado notoriedad y dinero. Demasiado dinero, porque la productividad no se corresponde con los resultados logrados. Atajó el nombramiento de un alcalde soberanista, pero facilitó la llegada de una alcaldesa que está arruinando los negocios de los promotores burgueses del político francés, excepción hecha del regalo que les ofreció con la Copa América. Colau tampoco sabe qué son los valores republicanos cuando traiciona el programa de los comunes. Valls ha perdido ahora la posibilidad de ser diputado en representación de la diáspora francófona ibérica, a pesar del apoyo de Emmanuel Macron, cuya personalidad no me atrevo a ponderar porque seguramente me equivocaría. Me parece un político hábil, pero si lo tuviera cerca, no sé qué pensaría de él. Lo único que aprecio de los políticos al estilo Valls y Macron es la confianza que tienen en ellos mismos. El pensamiento negativo, actuar condicionado siempre por la creencia de que una cosa no tendrá efecto porque tu oponente lo impedirá, es el augurio de una derrota segura por parte de quien opina así. El otro día vi un tuit de la presidenta —ahora doble— Laura Borràs que me dio que pensar. Tuiteó una reflexión de Winston Churchill que es un compendio de positivismo: “En la guerra, resolución; en la derrota, reto; en la victoria, magnanimidad; en la paz, buena voluntad”. ¡Qué fácil decirlo y qué difícil es cumplirlo! Sobre todo, el hecho de retar a alguien en un combate, mantener con él un duelo, que te haga superar la derrota. La imagen hinchada que Valls tiene de sí mismo lo ha llevado hasta la irrelevancia. Que todo el mundo tome nota de ello.