En Catalunya la democracia está en peligro. Tenemos un Parlament, pero no tenemos Govern desde que el 27 de octubre una coalición de conservadores, socialistas y extrema derecha aprobó en el Senado español la disolución del Parlament, la destitución del Govern y la deposición del president de la Generalitat de Catalunya mediante una interpretación abusiva del artículo 155 de la Constitución. Conviene recordar de vez en cuando este episodio para que no cuaje la mentira que los portavoces catalanes de los conservadores, los socialistas y la extrema derecha quieren imponer. Afirman que el 155 es culpa de los soberanistas y que se mantiene vivo porque los soberanistas no se ponen de acuerdo para formar gobierno. ¡Vaya mentira! El ascenso del autoritarismo en Europa, que es una tónica general, consiste precisamente en la voluntad de algunos grupos políticos de combatir las ideas de otros con mentiras. Culpan a los demás de las decisiones negativas que ellos van adoptando. Contra los inmigrantes o contra los soberanistas catalanes, por ejemplo. Se debería poder ser a la vez unionista y demócrata. Pero esa suma parece imposible. Negar que en la España de hoy hay presos políticos y exiliados es como negar que también los hay en Cuba o en Venezuela o en Turquía. Carles Puigdemont vive en el exilio por un conflicto político y no por ser un delincuente que ha robado el botín del tren de Glasgow.

En España, como en otros muchos estados europeos, la extrema derecha está marcando el ritmo del relato político

En España, como en otros muchos estados europeos, la extrema derecha está marcando el ritmo del relato político. Lo está condicionando de tal modo, que incluso los antiguos conservadores y muchos socialistas abrazan el nuevo ideario de la nueva extrema derecha, que no es estrictamente fascista, como en los años treinta del siglo XX, pero que es igualmente antidemocrática y agresiva. Puesto que lo que da miedo es el “juicio del pueblo”, que es la esencia de cualquier democracia madura —porque el pueblo vota y es el pueblo el que tiene que decidir—, el extremismo de derecha se inventa que hay quién quiere atentar contra el estado sirviéndose, precisamente, de la democracia. Y como está claro que quien se salta las normas es un delincuente, debemos considerar delincuentes a los soberanistas catalanes. Ese es el relato. Es por eso que se busca la complicidad de los medios de comunicación escritos y audiovisuales, cuyo control en España es absoluto, lo que se puede constatar en la unanimidad con la que tratan los acontecimientos en Catalunya o el final definitivo, por disolución, de ETA. La carencia de un pensamiento crítico, que solo encuentra refugio en alguna cabecera digital minoritaria, destruye la democracia. Lo hunde en el pensamiento neojoseantoniano de la FAES, que hoy impregna con el azufre falangista tanto al partido de Albert Rivera, como a antiguos periodistas y profesores universitarios de izquierdas o al Rey. Todos son “patriotas” españoles que se enfrentan a los “españoles” desviados, traidores, embrutecidos por el nacionalismo mezquino de vascos y catalanes. Así es como también se debe interpretar el aviso de Rajoy al gobierno valenciano para que no siga “el ejemplo” de “división” y “enfrentamiento” de Catalunya. Rajoy lanzó esta advertencia en Alicante para cargar contra la ley de plurilingüismo educativo aprobada por la Generalitat valenciana el pasado mes de febrero, y lo acompañó de otra amenaza, aunque no lo parezca: “estamos dispuestos a dialogar antes de recurrir a la norma”. Todos ustedes saben a qué “norma” se refiere y cómo entiende el diálogo el PP.

En la década de los años ochenta del siglo XX, el filósofo alemán Jürgen Habermas difundió el concepto de “patriotismo constitucional” formulado por el también filósofo Dolf Sternberger en 1979, coincidiendo con el 30 aniversario de la constitución de la República Federal. Era una propuesta para Alemania, que quería resolver la problemática histórica alemana y asimilar los efectos del nazismo y, sobre todo, de la memoria del Holocausto. Aznar y los propagandistas de la FAES se apropiaron de esa idea, que el PSOE había introducido en España de la mano de Emilio Lamo de Espinosa o de Andrés de Blas Guerrero, para interpretarla mal. Incluso le dieron la vuelta. También es verdad que en los seminarios de la FAES han compartido mantel y cuchillo muchos intelectuales considerados de izquierda, incluso comunistas. Para Habermas, el “patriotismo constitucional” era una propuesta destinada a superar la idea de Bildung, la idea de la gran civilización alemana en la que se fundamentó el nazismo. Era imposible construir una memoria en común de los alemanes, aseguraba el filósofo, con la memoria del Holocausto todavía viva. Por lo tanto, era necesario buscar un concepto nuevo que superara la “memoria arrepentida” de los alemanes y que en cambio fuera positiva, adaptaba al momento presente. El patriotismo que proponía Habermas no era tan solo “constitucional”, sino que quería ser “contractual”. Y es que los alemanes solo podrían superar la “memoria arrepentida” del nacionalismo difundido por los nazis con ese patriotismo emanado de la fidelidad a la nueva Constitución.

Aznar y los propagandistas de la FAES se apropiaron de la idea del patriotismo constitucional, que el PSOE había introducido en España

El profesor Rafael Aracil, que fue un gran maestro para mí, explicaba en sus clases que los intelectuales de la izquierda española adoptaron la idea de Habermas para intentar superar la propia “memoria arrepentida”, la del nacionalcatolicismo franquista que la Transición no consiguió enterrar. Para la izquierda española la derrota de la Transición había comportado asumir una “memoria avergonzada”. Esto es lo que cambió José María Aznar, el padre de la extrema derecha española actual. “Dignificó” el franquismo. Es por eso que encima del Camp de la Bota se quiere construir un hotel con spa, eliminando la memoria de los 1.734 fusilados por los “nacionales” (los “patriotas”) franquistas, con la alegría del alcalde socialista de Sant Adrià de Besòs, Joan Callau, mientras que Viena dispone de un bonito memorial, en la céntrica plaza de los Judíos, dedicado a homenajear a las víctimas del último pogromo antisemita de los austríacos arios. La memoria de la intolerancia es la memoria de Europa. Hay quién sabe asumirlo y hay quién no.

En el año 2001, el PP de Aznar incorporó a su ideario el “patriotismo constitucional”, a partir de una ponencia redactada por un supuesto moderado, Josep Piqué, y una extremista vasca, María San Gil. Lo cierto es el debate venía de más lejos, de los lamentos patrióticos de algunos profesores universitarios vinculados a los conservadores —o a los socialistas, como ya he dicho— que consideraban que el Estado de las Autonomías había ido demasiado lejos y que eso hacía imposible la proyección de España como una potencia más —y sobre todo orgullosa— en el orden mundial. La obsesión de Aznar por participar en la guerra de Iraq respondía a la misma lógica. Al rebrote patriótico. A partir del segundo gobierno Aznar, el más radical, ese fue el nuevo mantra españolista. Puso la semilla de un cultivo que crecería desordenado, pero creció, durante el periodo gubernamental de José Luis Rodríguez Zapatero, un político socialista muy frívolo, que prometió cosas que fue incapaz de defender, como por ejemplo el Estatuto catalán de 2006. Los conservadores y la nueva extrema derecha podían presumir que tenían un programa, los socialistas sólo repetían viejas palabras del progresismo más rancio. Y así les va ahora, que con Pedro Sánchez son un mero apéndice del autoritarismo de derechas que domina en España. Son una bandera y un puño. Nada, en definitiva.

En el último pleno del Parlament de Catalunya en el que se aprobó la reforma de la ley de la Presidencia, escuché como una diputada conservadora, la que siempre anda como si estuviera en el séptimo cielo, se dirigía a una diputada de Junts per Catalunya para aclararle que ella no era “nacionalista”, sino “patriota”. No definió ninguno de los dos conceptos, pero estaba claro que el primero era negativo y el segundo tenía connotaciones positivas. Si pensara un poco, esta diputada sabría que eso de la “Patria” puede ser entendido a la manera del novelista Fernando Aramburu, el funambulista, quien le da un sentido más bien negativo en manos de los abertzales (literalmente “partidarios de la patria”) vascos, o bien se puede entender como lo hace la película de Joan Frank Charansonnet sobre la leyenda de Otger Cataló y los Nueve Barones de la Fama, un “Braveheart” a la catalana. La “Patria” es poliédrica, y el patriotismo solo tiene sentido porque arranca de la nación que lo sostiene. Y aquí es donde empieza la discrepancia.

El patriotismo español no es para nada inclusivo. Al contrario. Se basa en la centrifugación del pluralismo

John Gray, buen conocedor del periodo de entreguerras, dejó escrito que antes de la Primera Guerra Mundial la Monarquía Austrohúngara (la monarquía dual establecida por la reforma constitucional de 1867 que en alemán denominan Ausgleich) era percibida por buena parte de sus súbditos —búlgaros, eslovacos, bohemios, bosnios, etc.— como un “prisión de pueblos”. Cuando aquella vieja monarquía saltó por los aires debido a los efectos de la derrota de 1918, la sensación de orfandad duró mucho años. Churchill reclamó muchas veces que se reconstruyera ese Imperio disuelto para poder contener la “revolución” bolchevique. Claudio Magris, el escritor del Danubio, idealizó el predominio de la cultura germánica bajo el Imperio Austríaco con la difusión de un nuevo concepto, Mitteleuropa, escrito siempre en alemán, con el que defendió que en aquella región existía una “noción de comunidad, de unidad”. Al fin y al cabo de cultura y de civilización. El comunismo, que en muchos aspectos fue una forma de nacionalismo en los estados centroeuropeos, se encargó de desmentir ese predominio alemán e incluso se encargó de erradicarlo.

El patriotismo español no es para nada inclusivo. Al contrario. Se basa en la centrifugación del pluralismo. Del pluralismo lingüístico, para empezar, que les ofende. Por eso los “patriotas” españoles atacan la escuela catalana o la existencia exitosa de Tv3. Por eso Rajoy amenaza a los valencianos. Pero es que en el caso de los catalanes, el “patriotismo constitucional” español se quiere imponer por la vía de la represión pura y dura. Aplicando medios violentos contra la democracia. Es esa la razón por la que algunos diputados indocumentados e ignorantes —ya sean conservadores, socialistas o de la extrema derecha— proclaman reiteradamente desde el atril del Parlament que los días 6 y 8 de septiembre la mayoría parlamentaria soberanista protagonizó un golpe de estado en Catalunya con la aprobación de la ley 19/2017, que regulaba la celebración del referéndum de autodeterminación, y 20/2017, de transitoriedad jurídica y fundacional de la República. Hay que leerlas para no decir barbaridades. Alguien puede alegar, y quizás le dé la razón, que intentar cambiar el régimen jurídico de Catalunya por la vía pacífica y parlamentaria era idealista. Lo fue, está claro. Pero nos equivocaremos si creemos que el problema vino por la unilateralidad de la decisión. Ni que la mayoría parlamentaria hubiera representado el 70% o más del electorado, la respuesta de los españoles —y lo formulo así porque la reacción de los conservadores, de los socialistas y de los extremistas de derecha o de izquierda fue unánime— habría sido la misma, como también fue idéntico el escepticismo y la decepción de los partidos unionistas españoles ante la disolución de ETA. Europa y el mundo celebra y acompaña el fin del terrorismo vasco menos los españoles. Antes de aplicar “la norma”, como diría Rajoy, hay que aplicar la irracionalidad. El patriotismo imperial. Esta es la cuestión.