La España del PP está podrida. Los casos de corrupción de los conservadores son tantos, que la sentencia del caso Gürtel es sólo la guinda de una práctica que incluso salpica a Federico Jiménez Losantos, que ha chupado del bote corrupto mientras desde el púlpito de su programa radiofónico escupía bilis patriótica. La España del PP está muy carcomida pero también lo está la del PSOE. Desde la época del caso Filesa —uno de los primeros casos de corrupción destapados en la España del Régimen del 78— y los GAL, los socialistas se han convertido un complemento de bisutería en una España dominada por el nacionalismo españolista. El renacido nacionalismo de los socialistas ha diluido, cómo hemos podido comprobar recientemente, aquella inicial defensa socialista de la diversidad plurinacional española. Si cierran los ojos y oyen lo que dicen dirigentes del PSOE y Cs sobre Cataluña o el soberanismo, hoy en día es difícil encontrar la diferencia entre unos y otros. En este aspecto, cuentan las mismas mentiras, abominan de la misma gente y aplican las mismas recetas. No son alternativa. Si José-Luis Rodríguez Zapatero fue una gran decepción, Pedro Sánchez es, directamente, una nulidad.

Lo que el 155 unió ha reventado con la pústula del caso Gürtel

La escandalosa sentencia del caso Gürtel, que al final podría ser menos rigurosa de lo que parece cuando pase por la criba del Tribunal Supremo o cuando se apliquen las rebajas contempladas por el Código Penal de 2015, ha abierto una grieta en la plácida relación entre los conservadores, los socialistas y la extrema derecha populista, unidos para combatir lo que denominan despectivamente “nacional-separatismo”. Lo que el 155 unió ha reventado con la pústula del caso Gürtel. Los socialistas tienen menos escrúpulos para pactar con un partido corrupto como el PP y con la extrema derecha nacionalista de Cs que con los soberanistas catalanes. ¿Qué debe de tener España que ciegue de este modo un partido teóricamente internacionalista? Pedro Sánchez no es, pues, por lo menos para los soberanistas catalanes, una alternativa a Rajoy. Es lo mismo, con el añadido, además, de que ideológicamente no se sabe si es carne o pescado. Los socialistas españoles llevan años abdicando de los principios rectores de la izquierda transformadora.

El PSOE ha dejado claro que está dispuesto a pactar con Cs la moción de censura contra el PP. Digan lo que digan aquellos que blanquean qué es hoy Cs, es evidente que el partido naranja es la nueva extrema derecha española, tan moderna, si se quiere, como lo era el partido Lista Pim Fortuyn. La diferencia entre el odio que acumulaban los seguidores del xenófobo neerlandés y los de Albert Rivera es que el odio al diferente en Holanda se focalizaba contra los inmigrantes y en España contra los “españoles” no homogeneizados según el patrón del Estado-nación. O sea: España. Albert Rivera sueña con una nación española tan homogénea o más como la que proclaman todos los populismos de derecha del mundo. Ser de extrema derecha en el siglo XXI no significa que se quiera acabar con el sistema constitucional para imponer una de las dictaduras típicas del siglo XX. Al contrario. La nueva extrema derecha se proclama “demócrata” para pervertir el estado de derecho y convertirlo en una prisión para los ideales de libertad y de cambio social. A los socialistas no les da repelús pactar con la extrema derecha para echar del gobierno al PP. Y a los que inspira menos temor es a los viejos Guerra y González.

Es evidente que el partido naranja es la nueva extrema derecha española

Por lo tanto, ante una moción de censura que, para ganarla, sería necesario que el PSOE pactase al mismo tiempo con Cs y Podemos (algo inaudito, si los de Pablo Iglesias aplicaran el mismo criterio que siguen en Cataluña para no pactar con la “derecha” independentista) o bien, alternativamente, que Sánchez consiga poner de acuerdo al partido morado y la izquierda vasquista, galleguista y valencianista, además del PDeCAT, ERC y el PNV, parece ser que el PSOE prioriza el acuerdo con Cs. Y es que el PSOE no quiere negociar con los soberanistas catalanes y apoya una solución al conflicto soberanista basada en los porrazos, los encarcelamientos y el exilio. Aun así, los socialistas no se dan cuenta de que si Cataluña ha sido una pesadilla para los conservadores, volverá a serlo para ellos si no rectifican. ¿Qué sentido tiene que los partidos soberanistas apoyen una moción de censura que no comportará una rectificación de la política represiva contra el soberanismo? Ninguno. Hay quién dice que favorecer el caos en España beneficia a los catalanes. El caos nunca es bueno para nadie. Es generar confusión, como se constató el 27 de octubre, y puede costar caro a quien la promueve. Estaría bien poder negociar políticamente con Pedro Sánchez. Estoy de acuerdo con los que le recomiendan que negocie con Junqueras y Puigdemont si quiere ganar la moción de censura. No lo hará, como es obvio. Y no se atreverá a hacerlo porque sabe que la negociación con los soberanistas pasa por el levantamiento del 155 y de la intervención económica de la Generalitat de Cataluña, por desbloquear la constitución del nuevo Govern, por la amnistía de los futuros condenados y exiliados y por la convocatoria de un referéndum de autodeterminación en el plazo de un año. Si los soberanistas reclamaran menos que esto seria como si vendiesen su alma al diablo.

Los soberanistas pueden pactar con los socialistas el ritmo de recuperación de la democracia pero no pueden sacrificar la recuperación de la libertad de ninguna modo. Sin embargo no es necesario pasar ansia con disquisiciones sobre qué se puede pactar y qué no con los socialistas. El PSOE ya ha tomado la decisión y no pactará la moción de censura con los independentistas. Su electorado no se lo perdonaría. Lo ha alimentado con el veneno del odio al otro. Pero los soberanistas también deben ser conscientes de que el electorado independentista tampoco les perdonaría que regalaran los votos a favor de la moción de censura a cambio de nada, como quien se abraza a un amigo, o simplemente para generar más caos en la política española del que ya ha provocado la corrupción y el nacionalismo anticatalanista de los partidos españoles. Yo lo tengo claro: o libertad o abstención. O pacto o inhibición. El soberanismo del 1-O no puede adoptar otra actitud. Y es que los partidos soberanistas deberían tener cuidado de no echar a perder el mandato del 21-D añadiendo más leña al fuego al creciente desasosiego de la buena gente que se desespera ante su ineficacia política.