Toda acción provoca reacciones. Si el núcleo dirigente del PDeCAT se pensaba que el acuerdo de la convención municipalista de presentarse a las elecciones municipales con las siglas Junts per Catalunya no tendría reacciones, es que no sabe qué tiene entre manos. Junts per Catalunya nació porque el president Carles Puigdemont apoyó la iniciativa de Llistaunitaria.cat, reforzada al fusionarse con Respublica.cat, para poner en marcha una agrupación de electores: las dos iniciativas convergieron en la llamada Llista Unitària 1 d’Octubre. El 10 de noviembre del 2017 presentaron la iniciativa Francesc de Dalmases —que había sido uno de los coordinadores del Pacte Nacional pel Referèndum—, Aurora Madaula, Toni Morral y Pere Pugès, con el apoyo de Jordi Sànchez. Hoy los tres primeros y Sànchez son diputados de Junts per Catalunya. Fue entonces cuando Artur Mas y Marta Pascal se trasladaron a Bruselas para convencer a Puigdemont de que se presentase a las elecciones por el PDeCAT. No lo convencieron, pero sí acordaron una solución que al final resultó ser un gran “invento”. Junts per Catalunya, que ya era una marca del PDeCAT, se convertiría en una lista lo más unitaria posible entorno del president Puigdemont, quien tendría la potestad de confeccionar las listas electorales, y de la idea de restitución del Govern depuesto por el 155. El objetivo era tan sencillo como difícil de conseguir, porque lograrlo no dependía solo del éxito de la candidatura. Lo que sí estaba en sus manos es que fuera creíble.

Una candidatura como la de JxCat solo se consigue por la excepcionalidad del momento y por el liderazgo del president Puigdemont

Junts per Catalunya generó tanta ilusión que la noche del 21-D consiguió 34 diputados, muy por encima de las expectativas que creaba el PDeCAT. En Bruselas y en Barcelona, aquella victoria se vivió con gran alegría. Francesc Abad ha descrito muy acertadamente los ingredientes de la fórmula ganadora de Junts per Catalunya en un post de su blog: “JuntsXCat era algo nuevo. Totalmente nuevo. Como marca y, lo que es más importante, como propuesta política. Y triunfó. Gente del independentismo más combativo de toda la vida, gente del mundo convergente, gente de la antigua Unió y de Demòcrates, gente de ERC, gente del PSC, gente de ICV, gente independiente, gente de marcado perfil de izquierdas y gente de perfil liberal, conservador y social cristiano de toda la vida. Sí, JuntsxCat fue, sin ningún tipo de duda, algo más y muy diferente a todo lo que habíamos conocido hasta entonces. Un auténtico revulsivo”. Una candidatura así solo se consigue por la excepcionalidad del momento y por el liderazgo del president Puigdemont. ¿O es que alguien puede creer que Jordi Sànchez, por poner un ejemplo, se habría presentado a las elecciones detrás de Santi Vila, que era la cabeza de cartel que proponía la dirección del PDeCAT cuando quería presentarse en solitario?

Y quien dice Sànchez dice otros muchos nombres de personas independientes, empezando por el president Quim Torra, que aceptaron el reto de aparcar durante un tiempo su vida profesional para encarar uno de los periodos más críticos de la política catalana, obviando las irregularidades de un partido que iba a la deriva. Las bases del PDeCAT se volcaron en cuerpo y alma para apoyar la candidatura en todos los rincones del país, con una generosidad muy superior a la del núcleo dirigente, siempre preocupado por los cargos que perdían y por las deudas de un partido que nació ahogado por la corrupción del anterior. Esta rémora ha condicionado al PDeCAT desde su creación. Jamás se la ha quitado de encima. El núcleo dirigente actual del PDeCAT vive secuestrado por el pasado, lo que ha condicionado su relación con Junts per Catalunya. Los partidos son maquinarias muy complicadas, porque son empresas de servicios globales que dan trabajo a mucha gente, para empezar a los diputados que les representan. Los partidos de gobierno a menudo, además, no saben distinguir entre lo que es su organización y la administración. Uno de los grandes males del régimen del 78 ha sido ese y ha contaminado a los grandes partidos. Les ha provocado un desgarrón de grandes proporciones. La candidatura Junts per Catalunya nació, en cambio, sin ese pecado original, a pesar de que fuera una marca propiedad del PDeCAT. Un remedio, si se desbrava, pierde toda su virtud. Eso es lo que deberían entender los dirigentes del PDeCAT.

La provocación lanzada por la dirección del PDeCAT ha puesto en riesgo la ilusión que generó JxCat

La presencia de un buen número de independientes en una candidatura que se aprovechó de la estructura del PDeCAT no gustó a los cuadros del partido, que tuvieron que hacer un hueco a gente que no era de su entorno “natural”. Pero hicieron de la necesidad virtud y se pusieron a remar a favor de una candidatura que no era fácil que ganara las elecciones. En verdad, no las ganó, porque solo consiguió la segunda posición en el Parlament detrás de Cs. Los que se quedaron con un palmo de narices fueron los dirigentes de ERC, que no habían aceptado someterse al mismo sacrificio que el PDeCAT para favorecer la unidad soberanista en un momento de emergencia como el que se estaba viviendo entonces. Lo hemos pagado todos, porque si bien es cierto que el soberanismo suma 70 diputados en el Parlament, Inés Arrimadas siempre puede esgrimir que su grupo fue el más votado. Fue precisamente constatar que eso era así lo que propició que los diputados independientes de Junts per Catalunya presionaran para transformar la candidatura en un movimiento político unitario, republicano y soberanista, que desbordara los límites de los partidos clásicos. Fue entonces cuando se empezaron a detectar las primeras tensiones. Se han dejado pasar unos meses preciosos para blindar la cohesión interna del grupo, permitiendo que reviviera el partidismo, como si no hubiera ocurrido nada. La actitud caníbal de los dirigentes posconvergentes es la antítesis de la filosofía de Junts per Catalunya y de los electores que confiaron en esa candidatura.

El episodio de este fin de semana puede ser un bálsamo o puede ser un veneno para Junts per Catalunya. La provocación lanzada por la dirección del PDeCAT ha puesto en riesgo la ilusión que generó, bajo las tinieblas del 155, de los encarcelamientos y del exilio, una candidatura que está llamada a ser el motor de un nuevo ciclo político. O bien pone orden en este desaguisado quien tiene la potestad para hacerlo o bien las consecuencias pueden ser muy duras. Es difícil vencer a alguien que no se rinde jamás. La tentación de abaratar el sueño, como cantaba años atrás Lluís Llach, siempre es una posibilidad. Suicidarse, también. Llach, que fue diputado independiente de Junts pel Sí y acabó hasta la coronilla al constatar los navajazos y la irresponsabilidad de los políticos “profesionales”, podría explicar muchas cosas sobre el comportamiento de los políticos que ahora vuelven a despreciar a los independientes, a los que acusan de poco experimentados. Los electores no son bobos y castigan a los partidos oportunistas e incoherentes. Todos los partidos que conforman la mayoría soberanista en el Parlament han probado esa medicina. Y es que la suerte que obtenemos es el resultado de nuestra conducta. Si actúas con deslealtad destruyes la confianza. Si actúas con generosidad refuerzas la ilusión y la complicidad. Cada cual tiene que decidir cómo actuar a partir de ahora y qué puede hacer para seguir luchando por la república. Solo es necesario que tenga presente aquel proverbio chino que afirma que, si uno persigue dos conejos, se le escapan los dos.