Empecemos por la anomalía. El próximo sábado se reunirá en Argelers el congreso de Junts per Catalunya. Es aberrante que un partido legalmente constituido tenga que reunirse fuera de las fronteras donde actúa porque algunos de sus dirigentes viven en el exilio. Dejar pasar por alto esta circunstancia sería tanto como normalizar la represión. Si bien no es excusable, es normal que así lo hagan los partidos unionistas de la coalición del 155, pero para nada lo es que se apunte a la fiesta un dirigente de Esquerra, un partido que también tiene en el exilio a su secretaria general, Marta Rovira. Rufián, un hombre más preocupado por la salud de la izquierda española que por la independencia de Catalunya y por la represión contra los independentistas, se ríe del exilio con una de sus siempre ocurrentes metáforas, habría podido cambiar Waterloo por Ginebra, la ciudad suiza donde reside Rovira. Si la boutade rufianesca la hubiera pronunciado Míriam Nogueras para reírse de Rovira, quizás entonces los militantes republicanos habrían puesto el grito en el cielo para decir en voz alta lo que mascullan en privado y no se atreven a decir sobre su jefe de filas en Madrid. No me imagino una situación parecida en ningún otro lugar del mundo, salvo en Palestina, un pueblo de perdedores, donde sus dirigentes se pelean por controlar la miseria.

La realidad es que Junts se ve obligado a celebrar su congreso en la Catalunya del Nord si quiere que su presidente fundador, Carles Puigdemont, y los demás exiliados participen presencialmente en el cónclave y no mediante una videoconferencia. La represión no es ninguna broma y el exilio es una condena. Estaría bien que los congresistas tuvieran muy presente esto mientras se trasladan hacia la ciudad norcatalana. La represión solo se soporta si uno no se deja vencer. No es una frase para las grandes ocasiones, para cuando cada 15 de octubre se toma el camino del cementerio de Montjuïc y ante la tumba del president Companys se reproducen las palabras que el presidente mártir pronunció al salir de la prisión el febrero de 1936. Aquel “Volveremos a sufrir, volveremos a luchar y volveremos a ganar” era, más que un grito de victoria, una premonición de la derrota final que se produjo en 1939. Al independentismo le sobra épica y le faltan victorias. Ya sé que Companys no era independentista, pero esta no es ahora la cuestión. Lo que quiero decir es que un partido independentista, como es Junts, tiene que vivir más del futuro que del pasado. El 1-O es un referente, fue el momento culminante de un proceso que no acabó bien, porque no trajo la independencia de Catalunya. Podemos entretenernos en reprochar cualquier cosa a los dirigentes de aquella época, aunque también es cierto que prácticamente no queda ninguno en activo en la política autonómica. Solo Rufián, curiosamente, a pesar de que él en aquel momento era un actor secundario. Oriol Junqueras es a Esquerra lo que Carles Puigdemont es a Junts.

Junts ha sido hasta hoy Carles Puigdemont, pero en Argelers tiene que iniciar una nueva etapa porque, guste o no guste, el exilio va para largo. La vía del indulto es imposible

El sábado, en Argelers, Junts entrará en la mayoría de edad. No se habrá desprendido del todo del pasado, porque es imposible si quiere continuar sumando, y por eso los congresistas se encontrarán con una propuesta de dirección que combina el pasado con el presente. Lo viejo con lo nuevo. El procés ha amortizado una generación de políticos que se resiste a admitir que las oscuras prácticas del partido en el que militaban antes han condicionado que se extinguieran gradualmente personas, en plena forma, que rondan los cincuenta años y pico. Les cuesta asumirlo, pero es así. Si todo va como han pactado las dos familias de Junts y ninguna de las dos sucumbe a la tentación de boicotear a la otra con votos de castigo, de Argelers Junts saldrá con una dirección fuerte y cohesionada. Una dirección en la que Laura Borràs ejercerá el liderazgo político que Carles Puigdemont dejará vacío por propia voluntad. Esto será así por la personalidad de Borràs, que es una mujer con un carisma que incluso le reconocen los adversarios. Jordi Turull es, en cambio, un hombre de partido, querido, sobre todo, por sus antiguos correligionarios. Es lo suficientemente inteligente para saber que no puede competir con el liderazgo público de Laura Borràs, que es, según el CEO, la dirigente mejor valorada por sus propios electores después de Carles Puigdemont. En Junts ningún dirigente puede tapar a una Borràs, por lo menos de momento, que, aun así, tiene que acabar de aprender a medir el espacio y el tiempo de la política. Un político debe ser oportuno y no solo oportunista. Con sus actos debe demostrar que tiene un propósito que no está dispuesto a sacrificar porque sí a las oportunidades o a las circunstancias.

Todos los partidos pivotan alrededor de un líder. Eso es de esta manera en todas partes. Cuando un partido se carga a su líder natural, normalmente cae por una pendiente que le lleva a la extinción. Uno de los casos más vistosos en este sentido fue Adolfo Suárez. La UCD murió con él. Cuando los dirigentes del partido traicionaron a Suárez, dictaron su sentencia de muerte. No tuvieron en cuenta que él había sido el político que aseguró una transición que preservaría lo que el franquismo había ganado con la guerra y con la revolución pasiva posterior, para decirlo a la manera del profesor José Luis Villacañas. La coyuntura era otra y Suárez era un peso muerto incluso para la monarquía. El ascenso del PSOE después del —digamos intento— de golpe de Estado de 1981 solo se explica así. Pero esta es otra historia. Lo que quería destacar es la importancia del dirigente único. La lista sería larga, empezando por Jordi Pujol, para recurrir al más conocido por nosotros, y podría seguir con François Mitterrand, Konrad Adenauer o Golda Meir —una israelí nacida en Kyiv—, hasta llegar al francés Emmanuel Macron y a Jacinda Ardern, la primera ministra de Nueva Zelanda. En los EE.UU., los presidentes son la cara visible de Republicanos o Demócratas. Pasqual Maragall probó los inconvenientes de no controlar el aparato de su partido. A pesar del liderazgo social indiscutible que tenía el exalcalde de Barcelona, Montilla y los capitanes socialistas lo derrumbaron. Junts ha sido hasta hoy Carles Puigdemont, pero en Argelers tiene que iniciar una nueva etapa porque, guste o no guste, el exilio va para largo. La vía del indulto es imposible. En primer lugar, porque ninguno de los posibles beneficiarios en el exilio está dispuesto a aceptar esta opción. Sería suicida, incluso para Marta Rovira.

De Argelers, pues, Junts saldrá con una dirección renovada y una líder cada vez más indiscutible. Habrá que esperar al 16-17 de julio para saber cómo quedan las ponencias política y organizativa, que se prevé que sean aprobadas en la segunda fase congresual, que ya no se celebrará en el exilio, sino en el corazón de la Catalunya metropolitana, en la Farga de L’Hospitalet. Algunas ideas se expresan mejor con símbolos. Hay que reconocer, sin embargo, que este es un partido extraño, puesto que actúa a la inversa que todos los partidos. Primero elige una dirección y después aprueba el proyecto que tendrá que dirigir la nueva cúpula. Es un poco insólito. Y lo será hasta que no asuma que Junts es el partido de los independentistas, sin adjetivos. Tiene que ser el Partido, como era conocido en su tiempo el PSUC, a pesar de que en la oposición existía una constelación de partidos comunistas. No se trata de ningunear a Esquerra o a la CUP, que todo el mundo denomina, según propia definición, republicanos y anticapitalistas, respectivamente, sino de destacar el acento que define a Junts, el elemento constitutivo de un partido que solo tiene sentido entendido de este modo.

El independentismo es el mínimo común denominador entre los militantes y dirigentes de un partido nacido de la excepcionalidad de 2017. Junts es un tipo de partido nacional, escorado hacia el centroizquierda, como la mayoría de la sociedad catalana, en cuyo seno conviven liberales, la mayoría progresistas, y socialdemócratas. En Catalunya, el centroderecha y la derecha son mayoritariamente unionistas, y los partidos nacionalistas del pasado ya son historia. Cuanto más se parezca al SNP o al D66 neerlandés, Junts se entenderá mejor. La defensa de una sociedad de libre mercado, socialmente justa, ecológicamente sostenible y radicalmente democrática, tiene que ser el pilar de una forma de ver el mundo y el futuro. Esto permitirá a los militantes de Junts abordar tanto la ampliación del aeropuerto, como si conviene o no celebrar unos Juegos Olímpicos de Invierno, por otro lado, cada vez más remotos. Pero también les guiará para apostar por una política de vivienda que supere la demagogia populista de Ada Colau, por ejemplo, o bien por una organización territorial y un modelo de administración pública que sirva mejor a los intereses colectivos. Patria y progreso, esta es la fórmula.