La vida interna de los partidos interesa a muy poca gente. Lo he constatado un montón de veces. Esto es tan así, es tan exagerado, que el último barómetro del CEO, que preguntaba sobre los partidos que forman el gobierno de España, también revelaba que casi un 50 % de los electores de Esquerra no sabían que el candidato por el que habían votado el 14-F era, ¡ay, ay!, Pere Aragonès. ¡Bestial! Por lo tanto, no debería sorprendernos que, según el mismo sondeo, solo un 40% de los catalanes sepa identificar el nombre del president de la Generalitat. El electorado de Junts y de la CUP es, en cambio, el más implicado en política. El más comprometido con el proyecto que defiende el partido al cual vota. Junts ya no es como los partidos de notables de antes. La voz de los militantes, cosa que a menudo desagrada a los que siempre viajan en coche oficial, suele ser trascendental. Ya lo han demostrado en el pasado y se puede reproducir el 4 de junio, que no lo olvide nadie, porque la propuesta de la nueva ejecutiva deberá ser ratificada por medio de una votación nominal. Habrá que justificar nombre por nombre. La gente quiere que se la escuche, sobre todo si paga una cuota y no recibe nada a cambio. Pero que Junts sea un partido horizontal, a consecuencia de cómo nació, no significa que tenga que tener una dirección débil, desunida e incoherente.

Los partidos son necesarios. Sin partidos no hay democracia. Por lo tanto, es importante que los partidos sean plurales y porosos, pero también que actúen con una mínima cohesión. El pasado lunes escribí que era preferible elegir entre dos opciones que pergeñar un mal pacto entre Laura Borràs y Jordi Turull. Al día siguiente a mediodía, o sea anteayer, los dos dirigentes de Junts comparecieron ante la prensa para explicar el acuerdo al que habían llegado de madrugada. El manifiesto impulsado por el exconseller la pasada semana para presionar a la presidenta del Parlament (la página web ha desaparecido), acabó teniendo un efecto bumerán que dificultó la negociación y puso precio a la renuncia de Borràs a optar por la secretaría general. Turull será secretario general, que parece que es una ambición personal que atesora desde hace tiempo, como si necesitase quitarse la espina por los anteriores fracasos a un coste alto. Cede a Borràs, mediante la reforma de los estatutos, la capacidad ejecutiva para proponer y parar decisiones, dos vicepresidencias, la mitad de la ejecutiva y, muy especialmente, el control de la secretaría de organización. No es poca cosa.

Laura Borràs, pues, sale reforzada en la reorganización de Junts después del anuncio de Puigdemont de alejarse del día a día de la organización. El riesgo de que el turullismo controlara el aparato para dar marcha atrás, hasta volver a los tiempos de Convergència, ha quedado abortado, por lo menos momentáneamente. Aun así, habrá que estar atentos a cómo se reorganiza definitivamente todo el aparato del partido y qué efectos tiene eso en las decisiones políticas que reclama, en primer lugar, la militancia. Desde el martes, la dirección de Junts es muy diferente de la ejecutiva que pilotaba Jordi Sànchez. Para empezar, es más política. Además, responde de una forma más clara al espíritu del 21-D de 2017, cuando los independientes y el PDeCAT se unieron para concurrir a unas elecciones difíciles, convocadas en pleno 155, y con los dirigentes en el exilio o en la cárcel. Nadie debería olvidar que la candidatura de Junts per Catalunya se apoyó en las estructuras del partido al que pertenecía el president Puigdemont.

Ya se ha visto que derrotar al Estado no era tan sencillo; pero si no dispones de los instrumentos para guiar el combate, que normalmente son los partidos y las organizaciones sociales, entonces la tarea es todavía más heroica

El acuerdo entre las dos almas de Junts para compartir al 50 % la capacidad ejecutiva es una buena fórmula si se practica con lealtad. Hasta el momento esto no ha sido así, pues los independientes solo eran utilizados para poner cara al activismo de Junts, mientras que tenían poca incidencia en el día a día de la organización. Esta disfunción originó todo tipo de discrepancias en el discurso, además de la queja de los que se sentían ofendidos por algunas decisiones políticas que no se sabía quién las había tomado y que afectaban al núcleo de la acción política de Junts. De ahí ese “no en mi nombre” que algunos independientes han proferido, a veces con demasiada contundencia. Junts es un partido independentista y tiene que ser coherente con esta definición. No es que no se pueda hacer algo más, y que reivindicar la independencia tenga que impedir una acción política en otros ámbitos. Pero sí que es la guía de todo, tal como en un partido socialista lo es defender políticas sociales. Actuar como un partido independentista significa que las decisiones que se toman tienen que ayudar a avanzar hacia este objetivo y no al revés. Por ejemplo, cambiar la ley de política lingüística para ajustarla a la sentencia del 25% es una capitulación. Al contrario. El texto legislativo debería endurecerse para que el Estado lo impugne y entonces volver a empezar el combate fuera de la esfera judicial. El Estado puede imponer por la fuerza lo que le plazca, ya se ha visto, pero los independentistas no pueden aceptarlo en absoluto. Deben combatirlo. La desobediencia es cosa de todos y solo tiene eficacia si es una práctica colectiva. Sin embargo, primero es imprescindible que las autoridades protejan a los ciudadanos.

Junts per Catalunya tiene que ser el partido de los independentistas. Y tiene que trabajar para recuperar a los electores que se quedaron en casa el 14-F porque el 27-O se sintieron engañados o porque los políticos no supieron dialogar con ellos para explicarles la situación. Junts es el partido de Carles Puigdemont, pero también el de los otros dos eurodiputados, Toni Comín y Clara Ponsatí, que son cargos electos. Junts es el partido de la resistencia y no siempre acierta. Es, sobra decirlo, el partido que apoya al Consell por la República y a la ANC, dos entidades condenadas a entenderse, y que agrupan la sociedad civil concienciada. A la vez tiene que ser un partido que, siguiendo la máxima de Joan Fuster según la cual la política, o la haces o te la hacen, tenga diputados, alcaldes y regidores alineados con el independentismo que ocupen las instituciones, que de momento son autonómicas, sin complacencias inútiles. No puede blanquear la discriminación y el agravio con el típico triunfalismo al estilo del Bienvenido Mr. Marshall. Saber gestionar este mientras tanto es importantísimo para asegurar el bienestar de los ciudadanos, pero, también, para demostrar a los ciudadanos los beneficios que obtendrían en una Catalunya independiente. ¿Quién puede aspirar a gobernar un país independiente si, cuando no lo puede ser, cuando está sometido, abandona a su gente con la justificación de que ya lo arreglaremos cuando el país sea liberado? Solo los diletantes de la política, los que hablan desde un radicalismo estéril, se decantan por la crítica contra quien gestiona la dependencia y la utiliza para denunciarla.

Ya se ha visto que derrotar al Estado no era tan sencillo. Pero si no dispones de los instrumentos para guiar el combate, que normalmente son los partidos y las organizaciones sociales, entonces la tarea es todavía más heroica. Junts necesita una inicialización como a veces también hay que hacerla con los aparatos electrónicos para mejorar su rendimiento. Con el pacto entre Borràs y Turull, que no ha sido nada fácil, ha empezado el proceso de formatear un instrumento político —o esto es lo que espera mucha gente— que sea útil para el propósito para el cual fue creado hace dos años. Ya no se trata de lamentar permanentemente la derrota, porque los derrotados no movilizan a nadie. Junts tiene que prepararse para ser el partido de la victoria y tiene que saber debatir los pros y contras, por ejemplo, de seguir apoyando a un gobierno fallido como el actual o bien qué tipo de alianzas debe priorizar en los entes locales. Y esto vale, también, para tomar decisiones sobre iniciativas que, como por ejemplo los Juegos de Invierno, la Copa América o la ampliación del aeropuerto, afectan al modelo de país que deseamos. Junts es un partido de militantes y sus militantes tienen que poder decidir sobre las políticas del mientras tanto y estaría bien que los observadores no simplificaran sobre quién defiende qué dentro del partido. Tengo la sensación de que el pacto entre Borràs y Turull es algo así como la paráfrasis de aquel verso tan conocido de J.V. Foix que dice: “Me exalta lo nuevo y me enamora lo viejo”. Junts parte de donde parte, pero solo podrá subsistir si es realmente un partido nuevo, progresista y abierto.