1. Profesionales o funámbulos. La década soberanista fue una celebración continua de la democracia. Jamás como entonces se votó tanto y con una participación tan alta. Incluso se pudo votar el 1-O, a pesar de las cargas policiales, las palizas y la confiscación de algunas urnas por parte de la policía. Cuando se diluya el humo de la propaganda unionista, a la que cabe añadir la del neoregionalismo que acusa al independentismo de todos los males, los observadores imparciales destacarán, en especial, este componente radicalmente democrático del movimiento soberanista. Reclamar que se vote y forzar a hacerlo obstinadamente, garantizando los derechos de todo el mundo, debería considerarse un éxito, a pesar de que no sirviera para lograr el objetivo. El gran problema fue la gestión del día siguiente. Cuando el coraje popular se disolvió en los despachos de unos políticos que estaban demasiado acostumbrados a actuar entre bambalinas. El resultado ya sabemos cuál fue. No digo que hubiera mala fe, simplemente que, bajo la apariencia de ser ellos los grandes profesionales de la política, demostraron que eran unos equilibristas amateurs. Cayeron al suelo después de que el Estado les cortase la cuerda. No supieron gestionar la fuerza de las urnas. Hoy se dedican a despotricar los unos de los otros con la excusa de preservar “un proyecto colectivo” que no saben compartir.

2. La disputa entre lo viejo y lo nuevo. Una de las cantilenas habituales contra los dirigentes que se incorporaron a la política a raíz del 1-O, especialmente en Junts per Catalunya, es que no son profesionales. De Esquerra no dicen nada, quizás sea porque casi todos los dirigentes actuales llevan más de una veintena de años militando en el partido, pero, sobre todo, porque antes del 1-O ya demostraron hasta qué punto eran una pandilla de golfos. Ahora han descubierto el poder del teatro. La profesionalidad de la política no es esto. Junts es un partido singular. Es el resultado de la unión, que todavía no ha llegado a la fusión, entre gente que proviene de muchas tradiciones. Próximamente, tiene que afrontar un congreso decisivo, como ya analicé en la última columna. El manifiesto de los altos cargos vinculados al antiguo PDeCAT, que se dio a conocer la semana pasada, plantea el congreso a la antigua usanza, tradicional, como si nada hubiera pasado. Para ellos se trata de volver al pasado y repartirse los cargos entre los viejos y los nuevos dirigentes. Pero para Laura Borràs, como declaró este fin de semana en una entrevista: “El Congreso no va de cargos, va de proyecto” Pienso que esta es una buena síntesis de lo que está en disputa estos días. Existe la oportunidad del cambio. O Junts se renueva para ganar o el statu quo actual, diseñado por Jordi Sànchez, se impondrá, con las consecuencias políticas que esto tendrá para el futuro del país.

Si, como parece, Jordi Turull y Laura Borràs representan dos formas de entender la acción política que, sin embargo, comparten algunos puntos de intersección, pero también otros muchos puntos de discrepancia, lo mejor es saber qué piensan los militantes. Los congresos deben servir para eso y no para perder la libertad o para convertirlos en una reyerta para intentar intimidar a compañeros de proyecto

3. Militantes y urnas. Parece evidente que el turullismo, que conserva intactas las artes de los profesionales de la vieja política que llevó al independentismo a un callejón sin salida, tiene miedo a las urnas. No tendría que ser así. Debería aplicar al partido lo que reclama para el país: que la gente vote. Si, como parece, Jordi Turull y Laura Borràs representan dos formas de entender la acción política que, sin embargo, comparten algunos puntos de intersección, pero también otros muchos puntos de discrepancia, lo mejor es saber qué piensan los militantes. Los congresos deben servir para eso y no para perder la libertad o para convertirlos en una reyerta para intentar intimidar a compañeros de proyecto. Mañana se acaba el plazo para formalizar candidaturas a la dirección de Junts. Laura Borràs se sintió manipulada porque Turull utilizó su nombre sin su consentimiento, en un manifiesto que reclamaba un tipo de organización que solo propone preservar el viejo esquema directivo.

Como al parecer Turull y compañía no han comprendido que los tiempos están cambiando, Borràs quizás no tenga más remedio que presentar su candidatura a la secretaría general para ofrecer a la militancia debatir en profundidad sobre el futuro del partido. Un partido que sea útil al independentismo, que se aleje definitivamente de las malas prácticas y que esté abierto a la sociedad. Un partido de militantes, con opiniones libres y que no estén amordazadas por las dependencias. La disputa no es entre pragmáticos e intransigentes. Es entre los de toda la vida y los que quieren que Junts sea un movimiento de liberación nacional y no un simple comedero para políticos. Estoy convencido de que Laura Borràs se equivocará si accede a cerrar un pacto en falso con Turull para evitar un estropicio que, si es una amenaza, quizás más vale que se produzca. El proyecto de Junts solo tendrá sentido y alguna posibilidad de tirar adelante si sabe desprenderse, no de las personas, pues tienen que caber todas, sino de las maneras que llevaron al callejón sin salida a las formaciones políticas donde se forjaron Turull y Puigdemont.

4. El adiós de Elsa Artadi. Los que la conocen dicen que Elsa Artadi se marcha por razones meramente personales. Estoy seguro de que es así. La dedicación en cuerpo y alma a un proyecto desgasta mucho y a veces tanta dedicación lleva a un bucle que, en un contexto desfavorable, puede acabar socavando la confianza en uno mismo. No es el primer caso, pero sí el más vistoso. Ahora bien, que una política como Artadi, que profesionalmente está muy preparada, que fue el alma de la constitución de Junts per Catalunya, haya llegado a este punto, no dice nada bueno de la política. Artadi se va y no lo hace como otra gente que piensa que debe ser recompensada por los muchos años que ha dedicado a la política. Se va despojada de prebendas, con sencillez, tanta como la que compartí con ella cuando recolectábamos firmas en la calle de la Marina de Barcelona para presentar una candidatura cívica, que finalmente se transformó en Junts per Catalunya. Quizás más adelante volverá, aunque se esté ganando bien la vida. Este país no puede permitirse según qué restas.