Ayer se celebró en el Parlament la primera sesión de control al nuevo Govern. Los consellers y conselleres ya se ven obligados a dar explicaciones antes incluso de haber acabado con los nombramientos de secretarios sectoriales y directores generales. La parálisis gubernamental de los últimos meses no justifica tanta prisa. Pero bien, este es el funcionamiento parlamentario y lo mejor es no quejarse mucho, pues los detractores de la democracia aprovechan cualquier crítica para alimentar el antiparlamentarismo. A Joan Coscubiela, por ejemplo, los debates del mes de septiembre de 2017 sobre la soberanía de Catalunya le parecieron un golpe de estado encubierto y, anteayer, Vox impidió que la cámara catalana aprobase una declaración institucional contra los ataques homófobos ocurridos el pasado fin de semana en Barcelona. Cada grupo tiene sus fobias.

La sesión de control permitió asistir a duelos inéditos hasta ahora. La escaramuza entre el HC Joan Ignasi Elena y el ultraderechista Ignacio Garriga a propósito de si la CUP fomenta o no la violencia, parecía un gag televisivo. Más sorprendente fueron los reproches del PSC, por boca del democristiano Ramon Espadaler, a Elena, un socialista de toda la vida, por la sospecha de que los pactos de Esquerra con la CUP cuestionen el modelo policial, que es el mismo argumento que usa Vox. Ojalá tuviera razón el flamante conseller cuando dice que “hay que alejarse de los estigmas y hay que alejarse de valorar las cosas en función de quien las dice”. En Catalunya el sectarismo está tan arraigado como en la política española. Todo contamina, malgré nous. La colaboración estratégica entre políticos de distintas ideologías, como ocurría en el tiempo de la Mancomunitat, fue perdiéndose con los años, a medida que el sectarismo se imponía. Ahora una colaboración plural, pero leal, es impensable incluso en el seno de un mismo partido.

Cuando Junts decidió formar parte del Govern, elegir a Giró fue una sagacidad que consiguió tapar muchas bocas. La solvencia profesional de Giró, despojado de cualquier liderazgo político, solo se podía combatir desde el prejuicio

El enfrentamiento más impactante, y también el más previsible, de esta primera sesión de control fue el que protagonizaron el ilustre diputado de los comunes Joan Carles Gallego y el HC de Economia Jaume Giró. El exdirectivo de “La Caixa” cerró su intervención agradeciendo la disposición de Gallego a seguir de cerca la política económica del Govern, pero también con una premonición, extraída de una máxima de Albert Einstein: “Es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio”. Las opiniones preconcebidas jamás son verdad. Ni los sindicalistas defienden siempre los intereses de los trabajadores (esta semana, por ejemplo, la UGT ha planteado un ERE para echar a 45 trabajadores, un 20% de la plantilla, y ya es el segundo), ni los ejecutivos empresariales son esos monstruos cornudos que someten a los obreros tal como eran representados en los carteles del realismo socialista de los años treinta. La intervención de Gallego fue de manual, aunque dijo una cosa desconcertante. Mientras exponía su preocupación por el tipo de fiscalidad que implantará Giró y por si aprovechará la colaboración público-privada para engordar al sector privado, soltó, como quien no quiere la cosa, la expresión “como ha sido habitual en los últimos años”. ¿A qué años se estaba refiriendo el diputado? Los dos últimos consellers de Economia son Pere Aragonès y Oriol Junqueras, dirigentes del partido que los comunes buscaban para formar gobierno. ¿Es que ERC no es de izquierda, a pesar de su nombre? Ciertamente, no, según la doctrina clásica de los poscomunistas. Aunque, claro, el entorno de los comunes también dice que Carles Puigdemont es el Salvini catalán.

Jaume Giró fue el fichaje más sorprendente del nuevo Govern. Como recalcó él mismo, desde que aceptó la propuesta le han llovido críticas por todas partes, a derecha y a izquierda. El establishment catalán lo considera un traidor y un vendido a la causa secesionista, mientras que el unionismo de izquierdas ve en él la encarnación de la Ibex-35 sentado en la Sala Tàpies del Palau de la Generalitat. Seguro que no es para tanto, como también son exageradas las críticas de los puristas independentistas, a los que les parece que Giró no supera la prueba del algodón, sin darse cuenta de que Catalunya solo conseguirá ser independiente el día que estén a favor de la secesión no uno, sino centenares de ejecutivos y empresarios como Giró. Con Bon Preu y Tatxo Benet no basta. Cuando Junts decidió formar parte del Govern —lo que, como ustedes saben, porque lo he escrito, servidor no habría hecho, a pesar de investir a Aragonès—, elegir a Giró fue una sagacidad que consiguió tapar muchas bocas. La solvencia profesional de Giró, despojado de cualquier liderazgo político, solo se podía combatir desde el prejuicio. Tiene razón el nuevo conseller. Las partículas elementales de la política no se desintegran fácilmente. Los prejuicios son, al fin, un perjuicio para la inteligencia.