“Un espectro, el espectro del independentismo, se cierne sobre España. Contra este espectro se han conjurado en una guerra santa todas las potencias de la vieja España: el Rey y los partidos del sistema, González y Aznar, la extrema derecha y los tribunales. De este hecho se desprenden dos consecuencias: La primera es que el independentismo se halla ya reconocido como una potencia por todos los poderes del estado y por eso se centran en destruirlo. La segunda es que ya es hora de que los independentistas expresen a la luz del día y ante el mundo entero sus ideas, sus tendencias, sus aspiraciones, saliendo así al paso de esa leyenda del espectro independentista con un manifiesto de su partido. Con este fin, los independentistas de todas las tendencias se han congregado en Cornellà y han redactado el siguiente manifiesto, que será publicado en catalán, aranés, castellano, bereber, árabe, chino, inglés, urdú, italiano, francés, flamenco, danés, ruso y en todas las lenguas de uso en Cataluña”.

Así es como podría empezar un hipotético Manifiesto Independentista, que aquí es una copia casi literal, como ya deben observado, del manifiesto del Partido Comunista, popularmente conocido como Manifiesto Comunista, que fue redactado por Marx y Engels en 1848 en el contexto de las revoluciones liberales del siglo XIX. Aquel año se produjo un movimiento insurreccional en París contra el gobierno corrupto y cada vez más deslegitimado de los liberales moderados. La revuelta culminó con el asalto al palacio real, la fuga del rey Luis Felipe de Orleans y la proclamación de la Segunda República el 24 de febrero. La rebelión, no obstante, fue sofocada con la intervención del ejército y una dura represión que culminaría con la detención y deportación de los líderes del movimiento obrero parisino. La revolución social había fracasado. Fue entonces cuando Marx y Engels decidieron organizar un movimiento con la intención de representar los intereses del proletariado derrotado. El espíritu revolucionario acabó siendo tan importante que cambió el mundo. Que los anticomunistas más salvajes no salgan ahora con el argumento diacrónico de que el comunismo es una ideología totalitaria porque Lenin y Stalin la convirtieron en eso. En 1848 todavía no lo era y representaba la oposición al nuevo statu quo. La nueva normalidad acabó siendo resumida con la frase que uno de los protagonistas de Il gattopardo, Tancredi (Alain Delon), le dijo a su tío, el príncipe Salina (Burt Lancaster), en una escena memorable del film de Visconti: “Si queremos que todo siga como está, hagamos que todo cambie”.

Ha llegado la hora de que los rupturistas creen un instrumento político, alejado para siempre jamás de la sombra del 3%, y que sea realmente democrático y popular

En el mundo independentista hay muchos personajes dispuestos a ser Trancredi para eliminar estorbos. Por un lado está ERC, el partido que cambia a menudo de camisa para balancearse de un lado para otro a la velocidad de la luz, pero que desde que ha probado el poder se comporta como los herederos del 3%. En Junts per Catalunya también hay gente como esa. Ya se ha visto con los primeros en abandonar el barco, ahora refugiados en el PNC, chupópteros profesionales del pecho convergente, pero que solo han decidido romper cuando han sido desposeídos de los cargos que ocuparon durante décadas. Ahora, además, el sector del PDeCAT que domina la ejecutiva ha decidido plantarse ante los que perdieron el congreso fundacional del partido en 2016 y que se convirtieron en protagonistas de la inédita candidatura de Junts per Catalunya el 21-D. Una candidatura constituida por Carles Puigdemont que desbordó el partidismo para aglutinar a su alrededor un gente que jamás habría aceptado presentarse bajo las siglas de los herederos de Artur Mas. Puesto que después de la “inesperada” victoria de Junts per Catalunya no se abordó seriamente la constitución del Partido Independentista, al final ha ocurrido lo que tenía que ocurrir, que otros herederos del 3% reivindican nada más y nada menos que el 50% de una futura colación electoral —y supongo que el 100% de los cargos— entre la Crida y el PDeCAT. No será porque no hubiera quien ya advirtiera que esto ocurría tarde o temprano. No es por reivindicarme, pero servidor podría confeccionar una antología con todos los artículos que he dedicado a la cuestión y que me han comportado todo tipo de acusaciones con la intención de silenciarme groseramente (por cierto: me gustaría saber quién me veta en los medios públicos). Los profesionales del cargo no soportan los políticos ocasionales.

Carles Puigdemont es el líder del independentismo rupturista. Es, en este sentido, la cara que la sacrosanta alianza de los que quieren acabar con la pretensiones rupturistas le ponen al independentismo. Los aliados son de todo tipo, catalanes y españoles, e incluso vascos que antes defendían la violencia. El recurso es retornar a la lucha ideológica, a la vieja normalidad, que es el refugio de quienes hoy, objetivamente, no creen que la independencia sea el objetivo prioritario para abordar incluso el cataclismo económico y social de los próximos años. ERC y la CUP son la cara de una moneda cuya cruz son Marta Pascal y David Bonvehí. El sarcasmo es justificar una votación con clara intención represiva con el argumento de estar en contra de la corrupción y después colgarse del bazo de los que no pueden sacudirse la corrupción de encima porque las pruebas son irrefutables. Ambos apelan a la ideología —de izquierdas o de derechas— para mostrar su oposición a la unidad independentista. Una excusa barata porque cuando repasas las medidas económicas de Pere Aragonès te preguntas, perplejo, quién es más de derechas, si él o Andreu Mas-Colell. De la CUP no hay mucho que hablar, porque en los momentos cruciales ha sido protagonista de grandes “éxitos” que han favorecido la inestabilidad, de manera que, como ha escrito Jordi Galves, “paradójicamente, eso ha ayudado bastante a la estrategia represiva del Estado español”.

Por lo tanto, como se apunta en el imaginario Manifiesto del Bloc Independentista por la Ruptura (el Bloc, para resumir) que me he inventado, ha llegado la hora de que los rupturistas creen un instrumento político, alejado para siempre jamás de la sombra del 3%, y que sea realmente democrático y popular. La Crida fue pensada para ser eso. Pero, qué mas da, si se tiene que volver a empezar de cero para que el artefacto sea creíble, pues se empieza de cero y se da protagonismo a todas las tendencias que, voluntariamente, sin chantajes ni exigencias, estén dispuestas a seguir con la estrategia de ruptura para alcanzar la independencia. Hay que estar preparados para ganar las próximas elecciones autonómicas. Si se quiere evitar que el espectro que se cierne sobre España acabe siendo cazado por los ghostbusters unionistas, el objetivo solo puede ser que los independentistas por la ruptura consigan la mayoría y dejen en minoría a los defensores de la nueva normalidad.