Eulàlia Reguant / El Nacional - Sergi Alcàzar

1. Hay que tener paciencia. La independencia no está cerca. Se perdió la oportunidad en octubre de 2017, si bien no está claro que se hubiera conseguido saliendo a la calle en masa. La brutalidad policial del 1-O y la indiferencia de la opinión pública española ante la represión podría haber provocado muchos muertos y ninguna reacción. La Unión Europea no habría servido de paraguas porque, como se puede constatar una y otra vez, los derechos humanos no están en la agenda del Club de los 27, ni internamente (Hungría y Polonia son un buen ejemplo) ni externamente. Las relaciones internacionales son un salvoconducto para los autócratas de Rusia, Turquía, Hong Kong, Birmania y un largo etcétera. Catalunya es una pequeña región de la UE que, de momento, tiene aliados aislados y dispersos, como quedó demostrado en la votación en el Parlamento Europeo sobre el retiro de la inmunidad de los eurodiputados Carles Puigdemont, Toni Comín y Clara Ponsatí. Tiempo al tiempo, pues.

2. Haber perdido la ocasión de independizarse no debe desanimar a nadie. Hay muchos factores endógenos y exógenos que explican el porqué de aquella derrota. Los elementos endógenos hay que buscarlos dentro del movimiento independentista y dependerá de los actores solucionarlos o agravarlos. Los quebequeses perdieron dos referéndums de autodeterminación y el movimiento independentista entró en una fase de peleas internas que han alejado la perspectiva de un tercer referéndum por unos cuántos años. En Escocia, las disputas entre Alex Salmond y Nicola Sturgeon, que se asemejan mucho a los rifirrafes entre Oriol Junqueras y Carles Puigdemont pero sin faldas de por medio, pueden provocar un descalabro. Los factores exógenos, en cambio, no dependen de ti. La correlación de fuerzas no cambia a porque sí, porque tú lo desees. Las coyunturas adversas no se transforman con voluntarismos ni luchas compartidas. La política, como ha quedado demostrado después de la investidura de Pedro Sánchez a precio de saldo, no es un laboratorio para politólogos. La negociación es, cuando menos de momento, un wistful thinking universitario. Un deseo ilusorio.

Haber perdido la ocasión de independizarse no debe desanimar a nadie. Hay muchos factores endógenos y exógenos que explican el porqué de aquella derrota. Los elementos endógenos hay que buscarlos dentro del movimiento independentista y dependerá de los actores solucionarlos o agravarlos

3. Por lo tanto, centrémonos en la historia del presente, que es lo que sucede realmente. Desde el inicio del procés, las disputas entre independentistas han llegado a ser salvajes. Aunque los encontronazos entre Esquerra Junts han sido de aúpa, seguramente la CUP ha demostrado ser el grupo más sectario. Ha actuado como la carcoma que se come la madera sin que se note hasta que debilita toda la estructura de los muebles; del independentismo, en este caso. Les gusta tanto la papelera de la historia que acaban tirando en ella el valor más preciado: el anhelo de independencia. Ya sé que escribir esto es injusto para muchos votantes cupaires, pero ahora que la CUP ha “comprado” el discurso de Esquerra de que es necesario ampliar la base, la paradoja es que se plantee de nuevo expulsar a independentistas por razones ideológicas. Pensar así tiene un nombre, que ahora no escribiré, pero que lleva a confundir Artur Mas con José María Aznar; a Jordi Turull con Artur Mas i a Elsa Artadi con la líder parlamentaria de la extrema derecha, cosa que también hacen los tertulianos a sueldo de Esquerra. Este es un factor endógeno que explica la derrota de estos años. Mas fue el inventor de la vía amplia y escalonada (pacto fiscal, concierto económico, etc.) para demostrar la fragilidad de la autonomía y Esquerra y la CUP se le echaron encima. Hoy, después del paso atrás de Mas, los gradualistas son los partidos que más le criticaron.

4. La política consiste, entre otras cosas, en saber administrar el tiempo y aprovechar las oportunidades. El 30 de enero de 2018 era el momento para atreverse a enfrentarse con el estado imponiendo la investidura de Carles Puigdemont. Esquerra lo evitó, no por miedo, como se proclama erróneamente, sino para evitar consolidar el liderazgo del dirigente de Junts que acababa de ganar las elecciones a los republicanos con la promesa del retorno. La CUP presionó para que fuese posible, pero no hizo nada para convencer a Esquerra. Puigdemont, al final, no tenía el perfil ideológico de su gusto. También es cierto que un sector de Junts, el que después mayoritariamente se escindió con el PDeCAT, tampoco veía demasiado claro aquella investidura. Lo manifestaban en voz baja por los pasillos del Parlamento. La desobediencia habría sido mayúscula y nadie sabe si Puigdemont se habría desdicho de la promesa, porque los independentistas no le dieron la oportunidad de cumplirla. Cuando has renunciado a un acto de rebeldía como aquél en un momento tan dulce a pesar de la represión, ¿qué sentido tiene dejarse inhabilitar por una declaración de intenciones, ya sea contra la monarquía, ya sea a favor de la autodeterminación, o por una pancarta? Ninguno. Hay que preservar la soberanía del Parlament para las cuestiones importantes y trascendentes y no para las representaciones teatrales. Por eso simpaticé con lo que declaró Jaume Alonso-Cuevillas al respeto en una entrevista reciente. Los pata negra de Junts también deberían calmarse.

5. La crítica no es que sea necesaria, es que es imprescindible en una sociedad democrática. La discrepancia es la expresión del pluralismo. Pero una cosa es discrepar y otra vetar a personas, como desea Eulàlia Reguant en otra entrevista reciente. La coalición gubernamental —si es que finalmente se acuerda— que tiene que investir a Pere Aragonès merece unos políticos mejores y, sobre todo, menos sectarios. Mientras los políticos estén en activo deberían ser más prudentes con sus declaraciones. Cuando se retiran, también, en especial si su opinión tiene público. Los reproches se escriben al cabo de los años y no en caliente, mientras todavía se está luchando por la independencia. He celebrado la discreción negociadora anterior al primer intento de investidura. Si la CUP aspira a apoyar, o incluso a participar, en un gobierno de coalición de Junts y Esquerra, quizás estaría bien que sus dirigentes supieran y aprendieran a pactar con la realidad, ahora que han vuelto a los planteamientos de diez años atrás. Tengo un estudio demoscópico que demuestra la correlación entre los votantes de Junts y la CUP. La proximidad es máxima. Por lo tanto, prudencia si no se quiere repetir el fracaso del 27-O y que este gobierno “republicano” dure menos que la declaración de independencia.