¡A buenas horas mangas verdes! Los mangas verdes eran los cuadrilleros de la Santa Hermandad, quienes vestían de verde y se encargaban de detener y encarcelar a los malhechores en el siglo XVI —o eso se dice—, y que habitualmente llegaban tarde, cuando los ladrones ya se habían dado a la fuga o bien cuando la gente del pueblo había conseguido solucionar el embrollo. De ahí la expresión tan comúnmente utilizada que acabo de reproducir y que se suele utilizar para expresar la sorpresa cuando algo que era muy esperado se produce o se presenta cuando ya no sirve para nada. Miquel Iceta también llega tarde cuando pide “cortesía parlamentaria” a los partidos independentistas para que se le designe senador autonómico después de que el líder socialista votara a favor de suspender como diputado al MHP Carles Puigdemont en enero del presente año. Iceta es, a menudo, el bombero pirómano. Al primer secretario del PSC se le atribuyen muchas virtudes, pero ninguna de ellas le ha servido para ayudar a resolver el conflicto soberanista. Al contrario. Sus maniobras solo han servido para dar cobertura a la represión. “Yo lo he intentado”, parece que dijo en su día, antes del 27-O, pero vayan ustedes a saber lo que intentó.

Todas las biografías tienen muchas caras. La de los muertos sólo una, en especial si cuentan con el favor —y el fervor— del establishment. Los elogios fúnebres dirigidos a Alfredo Pérez Rubalcaba son de vergüenza ajena, con olvidos clamorosos. En 1993, Felipe González confió a Rubalcaba el Ministerio de la Presidencia y la Portavocía del Gobierno. Eso le convirtió en la voz del Ejecutivo en la legislatura en la que el felipismo terminó por descomponerse en medio de grandes escándalos, de los GAL a los papeles del Cesid, pasando por los flecos de Filesa o la fuga de Roldán. Desde la sala de prensa del Consejo de Ministros, puso rostro al terrible declive que fue padeciendo aquel Gobierno hasta terminar derrotado en las elecciones de 1996. Viernes tras viernes, Rubalcaba puso cara a los peores atropellos, si descontamos los actuales contra los independentistas catalanes, que el PSOE de “Por el cambio” cometió contra la democracia española. Ahí también estaba Miquel Iceta, ocupando la plaza de director del Departamento de Análisis del gabinete de la Presidencia del Gobierno (1991-1995), y luego la de subdirector del mismo gabinete (1995-1996). Algo debía saber sobre lo que se cocía ahí dentro. Esas artimañas pusieron fin a la “ilusión” de 1982.

Si Iceta quería ser presidente del Senado por la puerta invisible de los senadores autonómicos, primero debería haber intentado una aproximación a los independentistas

Iceta es un político de la vieja escuela. Le van los corros sin público y en los salones privados del poder. Tiene labia, eso no lo duda nadie. Y desfachatez. Pero “los tiempos están cambiando” y Iceta, tan aficionado al baile, debería recordar los versos de la canción de Bob Dylan que supuso un himno generacional cincuenta años atrás: “Senadores y congresistas escuchad la llamada / no os quedéis en la puerta / no bloqueéis el paso / porque el que saldrá herido será el que se ha quedado atrás / fuera hay una batalla y es brutal / pronto sacudirá vuestras ventanas y hará temblar vuestras paredes”. En Catalunya y España llevamos una década de temblores y “murallas humanas”. La cortesía se perdió el día que unos políticos decidieron acabar con la autonomía catalana y deponer al Govern legítimo haciendo uso de la mayoría en el Senado. Iceta lloró con lágrimas de cocodrilo y la prueba de que sus lágrimas eran falsas la dio el día que se mantuvo impávido en su escaño, manoseando su móvil, mientras los diputados de la mayoría independentista y soberanista aplaudían con entusiasmo a los familiares de los presos políticos presentes en la tribuna de la cámara catalana.

Si Iceta quería ser presidente del Senado por la puerta invisible de los senadores autonómicos (por cierto, ¿cuándo JxCat le retirará la confianza a esa otra senadora autonómica llamada Marta Pascal?), primero debería haber intentado una aproximación a los independentistas. Lo malo del PSC es que su valor se mide por la fortaleza del PSOE y eso es, precisamente, lo que destruyó a un partido que se ve obligado a actuar en Catalunya como el baluarte del socialismo español. Iceta es un buen cuentacuentos, pero es peor político de lo que aseguran que es los propagandistas del frenazo. No tengan ustedes nostalgia de los políticos que ahora exalta ese nuevo establishment. Ellos nos trajeron el terrorismo de Estado, la corrupción, la guerra de Iraq y el rescate de bancos después de proclamar la existencia de brotes verdes que no veía nadie. Ellos también fueron los que se cargaron el Estatut del 2006 (auspiciado por un socialista “rebelde”) y son ellos los que mantienen a Catalunya bajo un régimen fiscal que es un verdadero espolio. Se acabó la cortesía, Don Miguel. O por lo menos se le acabó el crédito entre los que defienden la libertad.