1. El pasado jueves lancé una idea en la tertulia de El matí de Catalunya Ràdio sobre con quién debía aprobar los presupuestos el Govern de la Generalitat que ha pasado desapercibida. Y eso que era bastante osada (ya se lo contaré en el próximo artículo). Supongo que la razón que nadie prestase atención a lo dicho fue porque todo el mundo está de vacaciones. Incluyendo al 10 % de caraduras, como los calificó el director-propietario de este diario en un editorial reciente, que no se han presentado a la cita que tenían concertada para recibir la segunda dosis de la vacuna contra la covid-19. Esta gente, preferentemente jóvenes entre los 20 y los 40 años, ha priorizado las vacaciones a la salud pública. ¡Qué desvergüenza, sí! Porque la agenda de vacaciones es un plan particular, mientras que vacunarse para lograr rápidamente las cotas de inmunidad es, además de un asunto de salud personal, un acto de solidaridad colectiva. La irresponsabilidad social a veces es tan bestia que aturde. ¿Esta gente es culpable? ¡No cabe ninguna duda! Si los políticos hubieran hecho su trabajo, que es convertir en obligatoria la vacunación, como piden muchos expertos, ahora podríamos perseguir a estos vándalos nihilistas.

2. Cien años atrás, solo los ricos y las clases privilegiadas viajaban y disfrutaban de vacaciones en balnearios, capitales extranjeras y playas. A principios de siglo XX, y en virtud de una ley de 1918, los empleados públicos, los militares y los maestros consiguieron permisos vacacionales con derecho a percibir el salario. No fue hasta la proclamación de la Segunda República que las vacaciones remuneradas se generalizaron para todos los asalariados, siguiendo el ejemplo de Austria, Finlandia, Suecia o Italia, pero antes que en Francia y la Gran Bretaña. La Ley del Contrato del Trabajo contemplaba en el artículo 56 un permiso anual retribuido de siete días para todos los asalariados con un contrato superior a un año. Esta ley fue aprobada el 22 de noviembre de 1931 a instancias de un ministro realmente socialista, Francisco Largo Caballero. El desarrollismo franquista llenó las playas de la costa mediterránea. La generalización del SEAT 600 ayudó mucho a ello. El franquismo duró tanto por culpa de este progreso anestésico y por la falta de una oposición democrática liberal que desbancara a los comunistas.

No presentarse a la cita de vacunación va en contra de los servicios públicos y es una corrupción ética imperdonable

3. Disponer de vacaciones no es un privilegio, es un derecho humano. En los EE. UU., que tienen una regulación laboral mucho menos proteccionista que la europea, a menudo la gente no coge vacaciones por miedo a perder el trabajo o porque necesita poder seguir trabajando para subsistir. Las vacaciones pagadas no son la muerte, como sugería el título de un poema de Pere Quart en que el poeta vallesano se autorretrataba sin cielo, exiliado en casa. Al contrario. Es dramático constatar la ligereza de los ciudadanos que no se presentan a la cita con la salud pública, que es otro derecho adquirido con sangre, sudor y lágrimas. Hoy en día, el derecho de las personas a recibir asistencia y prestaciones sociales en caso de necesidad forma parte de los derechos básicos, económicos y sociales. Nadie quiere convertirse en invisible como el personaje desequilibrado y marginal que interpreta Richard Gere en la película Time Out of Mind (2014). Nadie quiere ser pobre, evidentemente. Ni tampoco quiere vivir sin las prestaciones sociales universales que le ayuden a afrontar situaciones que cada vez son menos excepcionales (paro, invalidez, dependencia, larga enfermedad, etc.). Todas esas prestaciones pueden irse a pique si no se controla una pandemia como la actual, que obliga a aumentar el gasto público. Incluso Stuart Mill, el mayor teórico sobre la libertad individual, previó que el Estado tiene derecho a intervenir y sancionar a la gente cuando las cosas no funcionan. 

4. No sé dónde han ido de vacaciones los que se han saltado la tanda para vacunarse. Pero si han decidido coger un avión, tendrían que saber que los modelos estadísticos demuestran que los viajes aéreos internacionales fueron el medio de propagación global de la covid-19. Ha quedado demostrado, por ejemplo, que en 2020 el tráfico aéreo desde España, Italia y Alemania esparció por el mundo la variante alfa del coronavirus. Nueva York fue, por razones obvias, una de las primeras ciudades globales propagadoras de la pandemia. Siempre ha sido así. La peste negra de 1348, que puso fin a la vida del 60 % de los barceloneses, llegó a la ciudad con los tripulantes de un barco procedente de Génova. La última epidemia registrada en Catalunya, la del cólera de 1971, también entró por el puerto. Ante la gravedad de la situación, el Hospital del Mar (que ya nació en 1905 para dar respuesta a las pandemias cíclicas que sufría Barcelona) se vio obligado a abrir una unidad de diagnóstico y tratamiento del cólera en tres pabellones. Si al final resulta que priorizar las vacaciones pagadas perjudica la salud, el negocio habrá sido una ruina. La última encuesta de la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología (FECYT) demuestra que en el estado español existe una gran franja de población que se sitúa en una zona equidistante entre los negacionistas y los entusiastas de las vacunas. Esta zona gris la ocupan las personas que tienen dudas, que relativizan la eficacia de las vacunas. Además, casi un tercio de la población española (31%) considera que las mascarillas son malas para la salud y solo el 16 % cree firmemente que no lo son. Ya lo ven. Los desastres son siempre promovidos por los malvados, pero son consentidos por los tontos.

5. Las cotas actuales del estado del bienestar son consecuencia de la Revolución Industrial. De la lucha obrera, concretamente. La vía inglesa y la vía prusiana a la industrialización dio como resultado dos modelos de protección social. El primero, el inglés, tiene su origen en el “derecho de pobres”, y se orienta básicamente hacia el ejercicio de la caridad, a menudo privada, hacia aquellas personas que, por los motivos que sea, no se pueden sostener por sí mismas. El otro modelo, el alemán, se incluye dentro de un proceso estatista de mejora de las condiciones de vida de los trabajadores a través de la legislación social y de la seguridad social regulada por la administración. Al final triunfó, de manera generalizada, el estado del bienestar, digamos centroeuropeo, inaugurado por Bismarck, pero definido por Keynes. Les cuesto esto porque hay muchos indicadores que alertan de que hoy en día esta seguridad peligra. Para empezar, por culpa de los neoliberales que se niegan a pagar impuestos o bien que los quieren tan bajos que amenazan el sistema. Son equiparables a los antivacunas o a los tierraplanistas. Pero también ayuda a ello el pasotismo ciudadano que reivindica derechos y después los derrocha. No presentarse a la cita de vacunación va en contra de los servicios públicos y es una corrupción ética imperdonable. ¿Qué podía esperarse de una sociedad que es tan permisiva con la corrupción de los políticos?