Jordi Amat publicó un panfleto, según propia confesión, sobre el procés con un título hiriente: La conjura de los irresponsables (Anagrama, 2017). La política catalana, que incluye a sus analistas, está dominada por un sinfín de personas que tiene un ego que les sale por la boca. Todos se creen muy importantes. Todos tienen recetas para todo. Todos son capaces de perder amistades porque se creen superiores a los demás, cuyas opiniones consideran prescindibles y menos profundas que las suyas. Todos están encantados de haberse conocido, hasta que descubren que su influencia va menguando. Entonces se ponen agresivos, se les agría el carácter y se deprimen. Descubren que su influencia era efímera y lo atribuyen a la imbecilidad de los demás. Nada de autocríticas. ¿Para qué, si ellos siempre tienen razón?

Jamás me gustaron los ensayistas y articulistas que se consideran infalibles y, además, neutrales. Son hipócritas. Cuando un ensayista se atreve a calificar de irresponsable a los que no piensan o actúan como él, debería estar dispuesto a que le calificasen de traidor. Eso es lo que ocurre con la crónica personal de Santi Vila sobre lo ocurrido en Catalunya en los últimos tiempos y, concretamente, durante la Semana Trágica (la analogía es suya) del 27 de octubre. Desde la primera página del libro De héroes y traidores: El dilema de Cataluña o los diez errores del procés (Península, 2018), Vila se exhibe y exhibe su resentimiento. A nadie le gusta que le cuelguen el sambenito de traidor y convertirse en el chivo expiatorio de las frustraciones ciudadanas. Claro que no. Pero que cada palo aguante su vela, sin escudarse o culpar a otro de lo que uno mismo no supo defender. Eso es lo que no quiere entender Vila. Para empezar, por ejemplo, se queja del matiz izquierdista del procés cuando lo que está más que claro es que el independentismo creció sólo cuando las clases medias y CDC optaron por defender la independencia de Catalunya sin complejos. Lo que pasó en realidad es que fue su partido, CDC y luego el PDeCAT, quienes no supieron estar a la altura de las circunstancias. El sesgo izquierdista que Vila atribuye al infantilismo lo confunde con la reclamación de buena parte del electorado para que los corruptos fueran expulsados del entorno convergente. Todavía nadie ha pedido perdón por la corrupción ni ha asumido responsabilidades por lo que ocurrió. Vila no habla de esas cosas. A mí, personalmente, me interesan mucho más, que las pocas intimidades que cuenta en este libro sobre lo que fue el “Estado Mayor” del procés. CDC y ese partido impronunciable llamado PDeCAT no han sabido regenerarse y han cedido la dirección del procés a los que, ciertamente, estaban libre de polvo y paja. La debilidad del procés fue siempre esa y restó credibilidad a los dirigentes denominados “moderados”.

Quien sigue a un irresponsable es él mismo también un irresponsable, por muy crítico que se considere

Ni Marta Pascal –ni aún menos Artur Mas–, ejercieron ningún liderazgo, su protagonismo fue decayendo por las malas decisiones que tomaron, incluida la de marcharse tarde y mal, cuando el daño ya estaba hecho y no tenía remedio. Las historias de héroes y villanos siempre son subjetivas, como reconoce Vila, que ya desde las primeras páginas del libro confiesa que lo será sirviéndose de una ocurrencia de Maruja Torres. Todo el mundo escribe desde la subjetividad. Yo mismo acabo de mandar una andanada contra CDC, el PDeCAT, Artur Mas y los demás dirigentes nacionalistas porque estoy harto de que me relacionen con el caso Palau y el 3% sin haber tenido nada que ver con él. Fui un empleado de los convergentes para poner en marcha la Casa Gran del Catalanisme, un proyecto que ellos mismos destruyeron cuando volvieron al poder en 2010. Digo esto como respuesta a la segunda parte del libro de Santi Vila que quiere ser una especie de manifiesto político para la nueva derecha. Para ese fin estaría bien que además de reflexionar sobre las miserias del procés, también entendiera que lo que la gente ahora llama “régimen del 78” se caracteriza por ser unos de los más corruptos de la historia de España, junto con la Restauración de 1876.

En la literatura, y en especial en la literatura política, son casi más importantes los adjetivos que los sustantivos. El libro de Santi Vila contiene demasiados adjetivos negativos. Seguramente porque lo ha escrito con intención terapéutica, reparadora y para justificarse a sí mismo, como indica en las páginas finales. Calificar de “histéricas” las semanas de octubre que culminaron con la proclamación de la República es una maldad y una mentira. Servidor también podría exhibir los whatsapp de aquellos días para desmentir lo dicho por Vila. Agarrarse a la interpretación periodística sobre por qué el presidente Carles Puigdemont no acabó convocando las elecciones después de haberlo anunciado a los altos cargos de la Generalitat mediante reuniones en cada Departamento, es un recurso fácil. El libro de Vila se podría decir que demuestra la debilidad del autor. Fue más débil Vila que Puigdemont. Es la historia de un fracaso. Si Vila tenía tan claro que todo aquello era un error, ¿por qué esperó hasta el último minuto para abandonar el Govern y no lideró otra opción que salvase la cara de los “moderados”? Puede que estuviese condicionado por lo que le había ocurrido a UDC en las elecciones de 2015. Cuando sus socios, los del partido de Santi Vila, apostaron por la independencia, los democratacristianos optaron por el catalanismo tradicional y desaparecieron electoralmente. Lo que todavía queda en pie de la antigua UDC está integrado en el PSC del 155. Algo debía temer Vila para no aprovechar la gran ocasión que tuvo de salir del Govern con los consejeros que se manifestaron en contra de la vía unilateral. No es suficiente con decir que fue crítico con los suyos hasta el último aliento. Su obligación consistía en ser “valiente” cuando discrepó a las claras del rumbo que estaba tomado el gobierno presidido por su amigo Carles Puigdemont. Pero eso Neus Munté puede seguir aspirando a ser algo en política y Vila lo tiene más crudo. La justificación que esgrime sobre la lealtad al amigo me parece pobrísima. Tan pobre que resulta poco creíble. Quien sigue a un irresponsable es él mismo también un irresponsable, por muy crítico que se considere. En este sentido, el libro debería ser honestamente un mea culpa en vez de magnificar los errores de los demás.

¿Por qué Vila no dimitió ni se ausentó en la votación que ahora le parece la peor afrenta a la democracia desde los tiempos de Tejero?

Vila es historiador, se doctoró siendo conseller, algo que me parece curioso, extraordinario, y debería saber que los hechos son más importantes que las opiniones. La sesión parlamentaria del 7 de septiembre de 2017, que según él quedará “como la página más negra de mi currículo como ciudadano y como servidor público”, se ajustó a derecho, aunque el filibusterismo parlamentario de PSC, PP, Cs y los reproches de Joan Coscubiela convirtiesen aquella sesión en un lío monumental. En opinión del Tribunal Constitucional, la polémica reforma del reglamento del Parlament catalán promovida por JxSí y la CUP en julio de aquel año se adecuaba a la Constitución española. Así lo indicó el alto tribunal español el 29 de noviembre, en una sentencia en la que avalaba la modificación del artículo 135.2 del reglamento de la Cámara catalana, considerando legal que se permita la aprobación de leyes por lectura única a petición de dos grupos, siempre que se permitiera la introducción de enmiendas. Estuve ese día en el Parlament y el sainete no me gustó en absoluto, pero de ahí a exagerar y a dramatizar lo ocurrido en aquella sesión va un trecho. Es el deporte favorito de quienes quieren equiparar las cargas policiales, las detenciones y el exilio con el mero ejercicio del parlamentarismo. Es tramposo y distorsiona la realidad.

Les voy a contar algo que Vila sabe perfectamente. La aprobación de las llamadas leyes de desconexión debía servir para hacer realidad esa fantasía que ideó Carles Viver i Pi-Sunyer sobre la transición de “la ley a la ley”, como si eso fuera posible en una España donde el Estado está aún en manos de quienes provienen de la dictadura. Los franquistas y los que en 1976 tenían 18 años y ahora son sesentones y siguen activos y apegados a la admiración por Franco. Para protegerse a sí mismos cedieron el gobierno en tiempos de Suárez, pero jamás perdieron el control del Estado. Ese Estado que los independentistas catalanes tienen en contra, incluyendo al rey Felipe VI. Ese es el principal obstáculo que impidió llegar a un acuerdo entre las dos partes y no lo fue, en absoluto, la anécdota de que a Puigdemont le temblaran las piernas o no ante un tuit asqueroso como el que escribió Gabriel Rufián. Los pragmáticos en España a menudo son también corruptos, mientras que los idealistas sueñan con un mundo mejor, con menos hipocresías. Dicho todo lo anterior, es verdad que fue el idealismo de Viver lo que invitó al Govern a seguir un plan que no se podía sostener sin el acuerdo del Estado. Lo que Vila admite servilmente del relato de los unionistas sobre el “golpe de Estado” parlamentario contra la democracia española es una simpleza, si no fuera también una acusación muy grave e insultante. Seamos serios, pues, ya que estamos hablando de que sus señorías utilizaron un mecanismo parlamentario para aprobar unas leyes que superasen la cerrazón de un Estado que no permitía celebrar un referéndum de autodeterminación debido a un nacionalismo españolista exacerbado. ¿Por qué Vila no dimitió ni se ausentó en la votación que ahora le parece la peor afrenta a la democracia desde los tiempos de Tejero?

La moderación consiste en saber calibrar en cada momento cuál debe ser la respuesta a los retos políticos planteados

Según Vila, entre los diputados de JxSí había unos cuantos fanáticos. Marta Rovira, por ejemplo. Cuesta creerlo, ya que ahora la diputada sostiene los mismos planteamientos que defienden Vila y el PDeCAT del tándem Pascal/Bonvehí. Algo no encaja. Puede que el resentimiento al que aludí al principio nuble la vista al exconseller de Cultura, quien aborrece a los intelectuales. Lo deduzco de lo que he podido leer en una entrevista reciente en relación a los que califica de “intelectualillos” de JuntsxCat, pero a los que, sin embargo, recurre —a los intelectuales— para sazonar las páginas de su libro. La política sin ideas acaba siendo el pastizal donde pacen los que se consideran a sí mismos pragmáticos, aunque no sepan qué justifica lo que están haciendo. Los idealistas sin estrategia no son peligrosos, simplemente son inútiles. Es por eso que me parece que no sirve para nada intentar explicar el procés como una especie de combate entre idealistas y pragmáticos, en el cual los primeros representan a los fanáticos y los segundos a los moderados. La moderación no es una “convicción vital”, como pretende Vila. Eso es conservadurismo y nada más. Yo me considero un moderado, en tanto he renunciado a la revolución para seguir el consejo de Albert Camus y apuntarme a la rebelión. Y no concibo la práctica política que no responda a un ideal. La moderación consiste en saber calibrar en cada momento cuál debe ser la respuesta a los retos políticos planteados. Las interpretaciones no son correctas o incorrectas por un imperativo moral, lo son en la medida que aportan algo de verdad a lo ocurrido en un momento dado. Cuando aportan luz para medir los aciertos y los errores. La interpretación de Vila sobre lo que ocurrió en octubre del 2017 es sobre todo emocional, servida para alimentar el periodismo de ahora. Al fin y al cabo, Vila prefiere ser tachado de traidor antes de que alguien le califique de cobarde. De la supuesta traición uno puede defenderse con un libro como este. De la cobardía es imposible zafarse. La irresponsabilidad te inhabilita.