1. ¿Quién ha perdido la batalla? Por lo que parece, a la presentación del libro de Manel Pérez sobre las élites catalanas asistió la flor y nata del unionismo autonomista. O por lo menos esto es lo que me pareció leyendo la crónica de Llucia Ramis. También se dejaron ver un par o tres de cargos de Esquerra y de Junts. Aunque a menudo cueste de creer, este es un país educado. Miquel Puig, el concejal de Esquerra en el Ayuntamiento de Barcelona, también estaba y según explica Ramis soltó una frase lapidaria: “Hemos ido a la guerra y la hemos perdido”, siguiendo el argumento repetitivo de los republicanos que la lucha por la independencia ha llegado a su fin. Como ustedes saben, no es mi visión de la coyuntura actual. Este mantra solo lo suscribe el unionismo en todas sus versiones, sea socialista, convergente o de extrema derecha.

Servidor lo resume de otro modo: “Hemos ido a la guerra y el Estado Mayor provocó que perdiésemos la primera y la más dura de las batallas”. Lo cierto es que el libro de Pérez va de pérdidas, pero no precisamente de las que haya podido ocasionar el independentismo. Los que han cometido el mayor sacrilegio que se podía cometer durante la década soberanista, son las élites. Eso del sacrilegio lo sacó a colación Jordi Amat (presentador del libro junto a Francesc-Marc Álvaro, quien un día se verá obligado a quemar su bibliografía), citando a Josep Maria de Segarra. La burguesía sacrílega, en 2017 renunció al progreso de Catalunya, lo descapitalizó, por ideología, igual que en 1936. Entonces, según ellos, quién había emprendido una falsa ruta era el catalanismo. Ahora es el independentismo. El problema es que esta élite lucha siempre contra los intereses de la patria catalana mientras los “moderados” agachan la cabeza.

2. La ANC tenía razón. La Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia (CNMC) anunció el pasado viernes que ha archivado las actuaciones contra la ANC por su campaña “Consumo estratégico”, puesto que no se ha considerado acreditada la existencia de ninguna infracción. La noticia ha merecido tan solo un breve en los periódicos que en noviembre de 2018, que fue cuando se puso en marcha esta campaña, casi lincharon a Elisenda Paluzie —y por extensión a todo el independentismo— con apelativos como por ejemplo “supremacista” y todo tipo de improperios. La iniciativa, que era una, entre otras muchas, de la campaña Eines de País, se proponía “empoderar a la sociedad catalana, en este caso en el ámbito económico, mediante la toma de decisiones de consumo cotidiano. Buscamos una realidad económica desvinculada de los poderes políticos y de los oligopolios que participan en la campaña del miedo”.

Cuantas más cosas se saben de la ingenuidad del Estado Mayor que dominó la década soberanista hasta 2017, más claro nos tiene que quedar que no se puede repetir el mismo camino con los mismos instrumentos. Hay que calcular los pros y los contras de algunas acciones y pasar página de las debilidades y rencores que los líderes de 2017 se han dedicado a divulgar sin ningún pudor

Las empresas del Ibex-35, incluyendo algunas catalanas, pusieron el grito en el cielo. La denuncia contra la ANC la interpuso Foment de Treball, que ya estaba presidido, aunque acababa de estrenar el cargo, por el antiguo diputado de CiU Josep Sánchez Llibre. La denuncia llegó al juzgado mercantil 11 de Barcelona, que dictó medidas cautelares para paralizar inmediatamente la campaña. Cada cual está al servicio de quien está, pero todavía recuerdo los artículos burlones e hirientes de algunos articulistas de cabecera del autonomismo del 78. Se tenía que desactivar el independentismo como fuera. Aun así, los del Foment no pudieron evitar que Eines de País ayudara a llegar a la presidencia de la Cambra de Comerç de Barcelona a Joan Canadell. Los unionistas sabían lo que se hacían para intentar “ganar la guerra”. La Operación Catalunya y el dedo acusador de Sánchez Camacho contra personas eminentes, entre ellas el editor-director de este diario y el conseller Jaume Giró, respondían a la misma guerra sucia. El independentismo debería tomar lecciones del arte de la guerra de Sun Tzu y ser capaz de transformarse según actúe el enemigo. Quizás no será divino, como afirmaba el famoso militar chino de quien lo consiguiera, pero por lo menos será eficiente.

3. Estrategia y sacrificios. Todo el mundo echa de menos una nueva estrategia para retomar el combate por la independencia. Es evidente que es necesario encontrarla. Aun así, para lograr la victoria, previamente hay que hacer unos cuántos cálculos. Y el primero, y posiblemente el más doloroso, es reconocer que el 52 % de apoyo parlamentario que tiene el Govern actual solo sirve para administrar la autonomía. E incluso eso tampoco es seguro, como ya se vio durante el debate de presupuestos. Si el bloque independentista no existe en el Parlament, todavía tiene menos vida para encarar la lucha unitaria por la independencia. No se olviden del diagnóstico de Miquel Puig que he transcrito al principio. Y es que cuantas más cosas se saben de la ingenuidad del Estado Mayor que dominó la década soberanista hasta 2017, más claro nos tiene que quedar que no se puede repetir el mismo camino con los mismos instrumentos. Hay que calcular los pros y los contras de algunas acciones y pasar página de las debilidades y rencores que los líderes de 2017 se han dedicado a divulgar sin ningún pudor.

Les pongo un ejemplo, para que se entienda de qué estoy hablando cuando apelo a la inteligencia activa. Pronto se volverá a plantear uno de esos dilemas/trampa que se autoimpone el independentismo por un error de cálculo sobre las consecuencias que puede tener no saber jugar bien tus cartas con anterioridad. El conseller Lluís Puig es diputado en el Parlament y el PSC interpuso un recurso para impugnar su voto delegado desde el principio. Cualquier día sabremos cómo resuelve la cuestión el Tribunal Constitucional. No tengo ninguna duda sobre cómo acabará. El poder español no falla nunca y practica, cuando se le da la oportunidad, la caza mayor. Pues bien, mi parecer es que Puig tendría que renunciar al acta de diputado antes que se dicte ninguna sentencia. Yo no lo habría incluido como candidato, porque esta ya no es la fase de reivindicar legitimidades honorables. Su ausencia en el hemiciclo ni siquiera se recuerda con el típico lazo amarillo ocupando el escaño. El argumento de los que se oponen a lo que defiendo es jurídico (para preservar quién puede juzgar a Puig), el mío es político. Proteger la presidencia independentista del Parlament, que se ha arriesgado mucho, incluso demasiado, es mucho más importando que determinar quién juzgará a alguien que ya está exiliado. Se trata de no perder más batallas y ganar la guerra sin ofrecerse en sacrificio.