Los gobiernos españoles no han sabido contrarrestar la brutalidad de ETA con armas políticas, por eso Arnaldo Otegi se pasó casi siete años en prisión por un delito estrictamente político y ahora mismo sigue inhabilitado para ocupar cargos públicos. Los jueces que lo condenaron el 2011 junto con otros dirigentes consideraron que él y sus compañeros pertenecían desde 2009 a Bateragune, un “órgano diseñado para sustituir la mesa nacional de Batasuna y para actuar como una comisión permanente que adoptara las decisiones estratégicas del frente institucional” de la organización terrorista. Entretanto, todos los implicados en la guerra sucia promovida por el Estado o incluso en el golpismo han sido indultados uno tras otro, incluyendo los cargos políticos del PSOE que montaron los GAL. ETA era un grupo terrorista que asesinaba a personas por el simple hecho de que pensaban diferente, pero España es un Estado de baja calidad democrática, que perdona a asesinos confesos si son de los suyos y encarcela o inhabilita a políticos si los considera una amenaza contra la santísima unidad de la patria.

El problema de España ha sido ese desde hace mucho tiempo. Incluso la extrema izquierda —con alguna excepción— se muestra indiferente ante las arbitrariedades del Estado cuando se trata de defender a quienes ven conculcados los derechos humanos simplemente porque quieren dejar de pertenecer a un Estado que maltrata a las minorías lingüísticas y nacionales y utiliza el terrorismo, que ciertamente existió, para condenar a los movimientos nacionales que persiguen la soberanía. A estas alturas es más casta Podemos y la pandilla de jóvenes políticos descamisados que los esforzados adheridos a la ANC, Òmnium, la AMI, ERC o el PDeCAT. La suerte que tenemos en Cataluña —aunque a menudo sea una desgracia— es que disponemos de una extrema izquierda patriótica (porque la traducción exacta de abertzale es esa) que contrarresta a la otra, la unionista. Incluso este hecho demuestra hasta qué punto somos un país diferente, con un doble sistema de partidos.

Pero volvamos al País Vasco. Hace siete años que ETA dejó las armas. Desde 2010 no ha habido ningún atentado, si bien la declaración oficial de alto el fuego tuvo lugar en octubre de 2011, y la izquierda patriótica vasca ha evolucionado siguiendo el ejemplo de los patriotas del Sinn Féin, el partido político dirigido por los dos Gerry —Adams y Kelly— y los dos Martin —McGuinness y Ferris—. El ejemplo norirlandés ha incidido mucho en el País Vasco. El conglomerado que agrupa a la izquierda patriótica vasca —que es tan diverso como las múltiples facciones que integran la CUP— ha tomado Irlanda del Norte por ejemplo incluso para diseñar el proceso de paz. El potente movimiento pacifista vasco, más numeroso que ETA, ha ayudado a transformar la izquierda patriótica hasta el punto de arrastrarla hacia la defensa de la paz sin condiciones.

En Irlanda del Norte la autoconsciencia de los dirigentes republicanos también fue capital para acabar definitivamente con una violencia que había costado la vida a 3.526 personas. Según el Police Service of Northern Ireland, entre 1969 y 2003 se confiscaron un total de 12.025 armas de fuego y 112.969 kilos de explosivos. Aquello era una guerra en toda regla. Y a pesar del gran coste humano de aquel conflicto, el 28 de julio de 2005 el IRA Provisional anunció el cese de la lucha armada. Oficialmente, el IRA se consideró desmantelado el 3 de septiembre de 2008, cuando su Consejo Armado ya no era operativo, según había informado la Comisión Independiente de Control, añadiendo que no existía una estructura de líderes capaz de organizarse. Lo viví en directo y fue muy emocionante.

Pero el problema del País Vasco es que los gobiernos españoles, de derecha o de izquierda, quieren aparecer como ganadores, quieren aparentar que derrotan a ETA para prevenir la victoria futura de los patriotas de izquierda. En Irlanda, los que antes “justificaban” la violencia ahora son políticos respetables y se visten con corbata sin dejar de defender lo mismo que defendían antes, cuando lucían las boinas negras de los paramilitares y los pendientes de los alternativos. El espejo irlandés asusta a todo el mundo, pero en especial a los que tienen una baja cultura democrática. ETA ha sido la causa de un gran sufrimiento por sus acciones terroristas durante décadas y su entorno también ha tenido que empoderarse desde un punto de vista democrático, pero el Estado español todavía tiene que pedir perdón (y lo escribo en un sentido metafórico, porque a mí eso de pedir perdón no me ha convencido jamás) por los GAL, los fondos reservados y la corrupción que acompañó aquellos actos criminales. España no es el Reino Unido y el perfume del fascismo se puede oler en las sedes de varios partidos, instituciones, diarios y fundaciones.

Al final, y celebro que no haya ningún otro muerto por esta razón, la paz llegará al País Vasco de la mano de los patriotas en contra del facherío español, más unionista e intransigente que el mismo azote de los republicanos norirlandeses durante años, el reverendo Ian Paisley, traspasado el 12 de septiembre de 2014. Costará resolver definitivamente el conflicto vasco, sobre todo porque el Estado utiliza a los presos de ETA como rehenes y no quiere dar su brazo a torcer, pero si la izquierda patriótica persiste en su actitud de “normalización” política, el futuro que espera al País Vasco puede que sea el mismo —o mejor— que el que se vive hoy en Irlanda del Norte, donde el Sinn Féin ya es imprescindible para asegurar la gobernabilidad tanto en el sur como en el norte de la isla de los santos y de los sabios. Esa es la gran victoria de los que apostaron por garantizar la paz de sus hijos y nietos.