No hace mucho, el pasado mes de abril, el kibutz Gvulot se enorgullecía de ser el primer asentamiento agrícola que, en 1943, se había establecido en el Negev, en Israel, y lo celebraba con un lema muy elocuente: “80 años transformando el desierto”. En 1948 Israel proclamaba la independencia y en estos setenta y cinco años que han transcurrido —que justo se cumplen el domingo— el país ha convertido el desierto y las tierras áridas en las que se aposenta en un territorio fértil del que proviene buena parte de los alimentos que consume. Y lo que ha hecho posible el milagro de que del desierto salgan frutas y verduras es el agua.

Por esas mismas fechas, en Catalunya, después de meses y meses de sequía que en realidad se arrastraban de hacía años, agricultores y ganaderos conocían la noticia de que se quedaban sin agua para regar y que, en consecuencia, verían las cosechas de cereales destruidas —apenas se podría salvar algo para alimentar al ganado— y en el caso de los productores de fruta vete a saber si los árboles también. Todo ello con pérdidas multimillonarias que no solo contribuirían a un nuevo encarecimiento del precio de los alimentos, sino que quizá harían que muchos agricultores se vieran obligados a replantearse el futuro y decidieran abandonar definitivamente la actividad. Y esto mientras las restricciones para piscinas, campos de golf y bañeras de los alojamientos turísticos son mínimas.

El contraste entre ambas realidades es de escándalo. Catalunya no resiste en este campo —y en otros tampoco— la comparación con Israel, y la pregunta es qué se ha hecho durante estos mismos años para llegar a este punto. La respuesta no es difícil de adivinar: nada. Mientras Israel trabajaba para sacar agua de donde fuera y aprovecharla hasta la última gota, Catalunya se envolvía en grandes proclamas políticas, pero era incapaz de emprender la más mínima acción para adelantarse a un quebradero de cabeza que se veía claro que tarde o temprano acabaría estallando. La falta de agua no es de anteayer. Cierto que el cambio climático ha agravado sus consecuencias, y más rápido de lo que todo el mundo podía imaginar, pero hace tiempo que se veía venir que la sequía se convertiría en uno de los problemas más graves, si no el más grave, que Catalunya debería afrontar. La del 2008 fue un aviso, pero como se ve que funcionó la invocación a la virgen de Montserrat de todo un conseller teóricamente comunista de Medi Ambient como lo era Francesc Baltasar y al final llovió, no se tomó ninguna medida para evitar que la situación se reprodujera, como si nada hubiera sucedido.

Que hoy, en definitiva, Catalunya no pueda hacer frente a la sequía que sufre, por severa que sea, es responsabilidad de todos los gobiernos, de todos los colores políticos, que ha tenido la Generalitat desde 1980 y que no han sabido prever una situación que trabajo costará ahora salir de ella

Catalunya no ha apostado decididamente por utilizar el agua del mar, por caro que sea el funcionamiento de las desalinizadoras —peor es no tener agua, como se está comprobando—, por reaprovechar las aguas depuradas o por almacenar los excedentes en los años que ha habido. Pero no solo eso, sino que durante todo este tiempo se calcula que ha derrochado una cuarta parte del agua potable disponible pura y simplemente por el mal estado de las tuberías que la transportan, con fugas por todo el territorio que ninguna administración, ni la Generalitat ni los ayuntamientos afectados, ha sido capaz de arreglar. Y lo grave es que esto pasa ahora mismo, se tira el agua, sin que nadie le ponga remedio. Encima también se ha malgastado en campos de golf y piscinas privadas en las viviendas de supuesto alto standing que se han construido sin ton ni son por todas partes. El resultado es un cóctel perfecto para que el problema se cronifique.

Israel, en cambio, pese a que las zonas áridas y desérticas ocupan más de la mitad del territorio y que los recursos hídricos son escasos, ha desarrollado tecnologías para posibilitar el ahorro de agua, la más popular de las cuales es sin duda el riego gota a gota, que se ha extendido por todo el mundo. También recicla el 90% de las aguas residuales domésticas para regar campos. Esto ha facilitado un desarrollo intensivo de la agricultura, que ha permitido que el país sea prácticamente autosuficiente en la producción de alimentos y que sus principales exportaciones incluyan fruta y verdura. Además, tiene cinco plantas que tratan el agua del mar y suministran el 75% de la que llega a los hogares y hay otras dos en construcción, de modo que cuando entren en funcionamiento el 90% del consumo doméstico e industrial se hará con agua marina desalada. Israel, de hecho, es líder mundial en conservación de agua, porque en realidad ha logrado tener más de la que necesita, y también en uso per cápita de energía solar. Todo ello hace que los efectos del cambio climático, que están ahí, no se noten tanto.

¿Tan difícil es proceder con un mínimo de racionalidad, aunque sea copiando lo que otros hace tiempo que hacen y hacen bien? Pues por lo que se ve, sí. En Catalunya ahora todo son lamentaciones y prisas, pero como no se ha actuado cuando tocaba, como nunca se ha planificado nada, ahora se pagan las consecuencias. Porque es catastrófico que el campesinado que se abastece del canal de Urgell se quede sin agua, pero es que resulta que en toda esta área el riego todavía se hace por inundación de los campos, no con sistemas eficientes como la aspersión o el gota a gota. Como fatídico es también que después de tantos años clamando por el canal Segarra-Garrigues resulte que cuando se tiene no se pueda utilizar por falta de agua. Son las grandes paradojas que ejemplifican cómo se han hecho y se hacen las cosas en este país. Los problemas no se resuelven pidiendo siempre amparo a la Moreneta para que llueva.

Que hoy, en definitiva, Catalunya no pueda hacer frente a la sequía que sufre, por severa que sea, es responsabilidad —además de la administración española en la parte que le toca— de todos los gobiernos, de todos los colores políticos, que ha tenido la Generalitat desde la recuperación de la autonomía el 1980 y que no han sabido prever una situación que trabajo costará ahora salir de ella, si es que todavía es posible. Gracias a todos ellos, Catalunya está con el agua al cuello. Climáticamente hablando, y también políticamente, que es lo que en el fondo condiciona el día a día de la vida del país.