Lejos de ser estimulantes por su resultado last minute, gane quien gane, las municipales de Barcelona marcarán un hito histórico por la decadencia absoluta de las propuestas que concurren en estas y su particularísima agonía. Lo demuestra, por ejemplo, el hecho de que Ada Colau se haya marcado una de las mejores campañas de la historia democrática reciente a base de olvidar el activismo, dirigirse a los ciudadanos casi solo en catalán, y perpetrando una cosa tan socialista como camelarse a pakistaníes y acabar las obras en el Eixample justo antes de abrir las urnas. Así también Collboni y todo el unionismo en bloque que —ni con el apoyo de las élites, de casa Godó a la Moncloa— alcanzará la fuerza cultural que aglutinaba el PSC de los años 90. También el independentismo, incapaz de dinamitar esta polarización a pesar de exhibir dos cristos casi jubilados de la sociovergencia más ancestral.

El rompecabezas de Barcelona es importante por muchos motivos: demuestra que el independentismo no amplía la base de nada cuando renuncia a su motivo rector de acción política, que el españolismo ya no tendrá nunca ningún tipo de relevancia en la capital del país y, en definitiva, que el autonomismo es un sistema incapaz de aportar nada de nada a una ciudad que se afane por competir entre las mejores urbes del planeta. Las municipales de la capital resultarán trascendentales porque han demostrado que los incentivos de cualquier conciudadano (a la hora de progresar social y económicamente) resultan alérgicos al actual sistema de partidos. El alarmismo que ha provocado la abstención en los medios de comunicación y dentro de la casta procesista (justamente porque el acto de no votar ya no es equiparable a la negligencia o a la falta de implicación con el futuro del país) es una muestra más de esta agonía.

El abstencionismo activo es solo el primer peldaño del interinato de esta agonía; no es una solución permanente, pero es el arma más poderosa a la hora de poner en escaque a nuestra casta política. Gane quien gane en Barcelona, todo el mundo saldrá perdiendo de estos comicios

Mientras Pedro Sánchez agota los últimos réditos de la política de comprar votos a los padrinos mediante el arte de sufragarles una tarde en el cine (el presidente sabe que le quedan pocas balas en la recámara: Alemania empieza a pasarlas putas y, quién sabe si muy pronto Europa ya no tolerará más fiestas), los líderes catalanes se aferran al arroz más socarraet de la paella que les ha permitido prosperar económicamente desde los inicios del procés. El crédito que el procesismo tenía con la ciudadanía se está acabando, los apologetas de los partidos han quedado empotrados en los platós de 8tv (porque en TV3 ya no se habla de política, como en tiempo del dictador Franco) y los partidos van quedándose sin pajes. Lo he podido comprobar personalmente con muchos compañeros de generación y de gente más joven a quienes los partidos habían prometido solucionarles la vida y a los cuales solo han acabado regalando posiciones de conserje.

Todo esto que pasa en nuestra capital se acabará contagiando a todo el país y tendremos que fortificarnos mucho (a nivel mental, pero también físico) para cuando llegue el momento de crear alternativas al actual sistema. El abstencionismo activo es solo el primer peldaño del interinato de esta agonía; no es una solución permanente, solo faltaría, pero es el arma más poderosa a la hora de poner en escaque a nuestra casta política. Gane quien gane en Barcelona, todo el mundo saldrá perdiendo de estos comicios, de la misma manera que las hienas quedan muy poco satisfechas cuando son manada y no pueden repartirse golosamente la escasa carroña de un desdichado ñu. Solo cuando los partidos del sistema catalán enmagrezcan todavía un poco más podremos ver cuáles serán los espacios por los que la ciudadanía puede empezar a filtrar su talentosa iniciativa. De las grietas de este templo saldrá la ciudad del futuro.

Hoy, por primera vez desde los dieciocho años, no acudiré a las urnas. Diría que es el acto político más genuino que me he regalado en toda la vida.