Barcelona, Catalunya, necesitan un buen aeropuerto. Un aeropuerto global que conecte la capital del país con vuelos directos al Pacífico. Nada que ver con el pretexto del colapso que esgrimía Aena y que compró el conseller Puigneró a pies juntillas. El Prat no está saturado. Los datos son rotundos. En 2019 registró a 53 millones de pasajeros. En 2022, 42. Y en 2021, cuando Puigneró se tragó la moto de Aena, menos de 20. Pero da igual. No va de número de pasajeros. Barcelona es el sexto aeropuerto europeo después de Barajas en pasajeros. Y si fuera a más, siempre pueden ir a Reus. O a Girona —que ha perdido un montón de pasajeros en los últimos años. Pasa en Londres o Nueva York, hay un aeropuerto principal y unos aeropuertos secundarios.

No tiene ningún tipo de sentido que la prioridad del Prat sea ampliar la capacidad de pasajeros. La mejora del Prat pasa por conectar Barcelona con el mundo. Un aeropuerto global. Que es hoy su principal déficit. Pocos vuelos transoceánicos y poquísimos en el Pacífico. Una ciudad como Barcelona que proyecta Catalunya al mundo, que es el motor de una potencia exportadora (33% del PIB catalán) y que tiene, por lo tanto, una economía internacionalizada —además de tener una enorme capacidad para atraer inversión extranjera (Financial Times)— necesita un aeropuerto global para competir y triunfar.

Y es muy obvio que el proyecto de Aena no garantizaba en ningún caso un aeropuerto global. Por no hablar del pretexto de la saturación que parece pensado para traer todavía a más turistas low cost a Barcelona. Y poca cosa más. La única solución de Aena era alargar la pista de mar y pavimentar la Ricarda, una laguna salina protegida. Y solo 500 metros. De modo que la nueva pista pasaría a tener escasamente 3.100 metros. Del todo insuficiente para garantizar el despegue de los aviones de tres y cuatro pasillos. Basta con observar que la actual pista de montaña mide más de 3.700. Y que Barajas tiene cuatro pistas. Una de cerca 4.500 metros. ¡Y las dos más cortas, 3.500!

Aquí radica el problema, el elemento clave. Una pista larga infrautilizada por la proximidad de las urbanizaciones de Gavà y Castelldefels. Una cuestión que solo podría afrontar Aena vía expropiación o encontrando una improbable fórmula técnica que minimizara el ruido. Hace unos días se proponía una pista encima del mar. Finalmente, queda la opción de una pista larga en uno de los aeropuertos satélites. ¿Reus? Siempre, claro está, que se dibujara un complejo aeroportuario y se garantizaran las comunicaciones con un tren lanzadera. O bien alguna otra fórmula híbrida que, como pasó en Leizaran (la autovía de montaña), conjugara la preservación ambiental con la mejora de las comunicaciones entre Navarra y Guipúzcoa.

Finalmente, hace falta que el Gobierno de Catalunya lidere. Planifique y proponga. Que no tiene nada que ver con la actitud acrítica y acomodaticia que escenificó Puigneró y que debilitó al Govern y perjudicó los intereses del país, que no son exactamente los de Aena —por decirlo finamente— que se afana solo por subordinar el Prat a Madrid. Y a los que, por cierto, les importa un rábano si Barcelona está o no conectada con el mundo.