Hace muy pocos días, el eminentísimo periodista de deportes, doctor honoris causa y maestro de cronistas Ramon Besa despedía el 2022 escribiendo un artículo donde publicitó el fin de sus 25 años como profesor universitario en Blanquerna ("Aprendre i desaprendre"; leedlo en el último Quadern de El País). Uno podría sorprenderse del hecho de que la jubilación voluntaria de uno de nuestros mejores filósofos-narradores sobre el movimiento del balón (también de los vaivenes que provoca en la psique colectiva de hombres y mujeres) haya suscitado un silencio casi sepulcral dentro de la secta periodística y, consecuentemente, una nula sacudida en el universo de lo noticiable. A mí la cosa me parece tristemente normal dado que, pese a quien le pese, la salud de nuestras facultades (especialmente las de la sectorial humanista) y el hecho de que los mejores profesores las abandonen antes de lo deseable no interesa ni a dios.

Como muchos profesores que huyen de las aulas, Besa afirmaba mantener intactas las ganas de enseñar; motivación que, no obstante, ha acabado castrada por una academia enfermizamente burocratizada y mucho más obcecada en las peripecias administrativas que en la excelencia de profesores y de alumnos en general. La conversión universitaria en un nido de trámites y acreditaciones sería pasable si no hubiera derivado en una docencia periodística, dice Besa, en la que "no queda claro de qué sirve la pirámide invertida ni por qué hay que jerarquizar las noticias, del mismo modo que no penaliza escribir bien o mal, el trabajo de campo no puntúa y se premian más la opinión y el entretenimiento, fórmulas que se utilizan a menudo como atajos informativos y no como una evolución del periodismo clásico que obliga a buscar noticias y a saber que la palabra escrita tiene un valor". Más claro, el agua.

A mí me sabe mal, Ramon, que a partir de este año haya cronistas del deporte que no pasen por tu aula. Y todavía me fastidia más, qué le podemos hacer, eso de vivir en un país donde a nadie le importe una puta mierda que abandones el magisterio

Hará unos seis años y aprovechando los ecos del libro Adéu a la Universitat de Jordi Llovet, el digital de cultura Núvol dedicaba una serie de artículos al tema docente firmado por profesores universitarios de solvencia contrastada como Francesc Foguet, Antoni Dalmases, Joaquim Gestí y Jaume Radigales. Este último, admirado amigo, insistía en el asunto de la burocratización (repescad el texto nuvolaire, "La necessitat de la insubmissió"), recordando las dificultades actuales de la mayoría de profesores para ejercer su trabajo en libertad lejos de las intromisiones absurdas y las modas de una plaga llamada "líneas de investigación" y de una peste todavía más letal: "las injerencias de pedagogos, psicopedagogos o psicólogos de tercera en materia docente". Y remachaba advirtiéndonos del arrinconamiento, en la mayoría de planes de estudio, "de aquellas materias que sirven para una sola cosa: para pensar".

Desdichadamente, el retrato de Jaume sobre el carácter progresivamente banal de los estudios universitarios resulta más funesto a día que pasa. A las ocurrencias y la ineptitud del poder político en el ámbito de la docencia se suma una precarización que nos tendría que hacer sonrojar. Lo resumía muy bien el traductor literario del ruso Miquel Cabal, cuando en 2019 publicó un tuit donde fotografiaba su nómina de 150,81 euros como compensación de una asignatura impartida en la Universitat de Barcelona (entre las horas de docencia, tutoría y preparación de clases, el sueldo comportaba una media de 14,53 euros brutos por hora de trabajo). Para quien no lo sepa, que tristemente será la mayoría de peña que me lee, Cabal (y podríamos añadir a muchos de sus compañeros) ha traducido más de una treintena de libros durante lustros y es Premi Ciutat de Barcelona por su versión de Crimen y castigo.

Todo esto que os cuento deriva en una universidad decadente que ya no incide en el debate público y donde los estudiantes son condenados a cuatro años de tregua antes de adentrarse en el apasionante mundo del paro. El drama no es culpa de nuestros jóvenes, faltaría más: ellos son los principales damnificados de una academia en la que van desapareciendo filologías y la bibliografía secundaria (aquello que antes llamábamos "leer libros") ha acabado proscrita en la mayoría de asignaturas. Toda esta sangría ocurre imparablemente, por desgracia, sin que nadie mueva el puto culo. No me extraña que, en medio de este panorama, un periodista excelente como Ramon Besa tenga la ocurrencia de largarse del lodazal tan discretamente. Y tampoco es excepcional, insisto, que el mundo académico no lance ni una lagrimita por una universidad que hoy todavía será un poco menos exigente y un poco más banal.

A mí me sabe mal, Ramon, que a partir de este año haya cronistas del deporte que no pasen por tu aula. Y todavía me fastidia más, qué podemos hacer, eso de vivir en un país donde a nadie le importe una puta mierda que abandones el magisterio. Lo hago constar en acta por aquello que dicen los maestros antiguos de nuestra condición de notarios del presente.