Eras menuda como un garbancito y al mismo tiempo fuerte como un roble. Dentro de aquel cuerpo pequeño había acumulados 104 años de vida. Y qué vida. Tú, la chica de la caja de hilos, cosiste y recosiste una historia irrepetible. De Barcelona y Badalona al exilio francés. De ArgelersSant Cebrià. Y de Occitania, al Delta de l'Ebre, donde nos obsequiaste con tu último latido. El alfiler de Remei Oliva Berenguer ya no zurcirá ninguna tela más. Su voz ya no podrá contarnos ningún recuerdo más.

La última madre que quedaba viva de las que parieron en la maternidad de Elna se ha marchado en paz y con su despedida, a pesar de la añoranza y la tristeza, también llegan, paralela y paradójicamente, la satisfacción y el honor de haberla tenido tanto tiempo entre nosotros, con aquella memoria prodigiosa, con aquella tierna lucidez y el compromiso brillándole siempre en los ojos. Tenías un aire a Neus Català. Nos habéis dejado a la misma edad, nos habéis dado un ejemplo vital único.

Su último acto público fue hace menos de un mes, en la biblioteca de Deltebre, localidad donde vivió la parte final de su vida. Allí presentó su libro La noia de la capsa de fils. Memòries d'un exili no desitjat  —¿hay alguno que lo sea?— donde cuenta su relato de supervivencia en los campos de concentración de la Catalunya Nord y narra cómo ella y su familia trataron de reponerse a un país que no era el que los había visto nacer.

Tu último acto fue hace un mes en Deltebre, donde vivías últimamente, donde presentaste tu libro y donde todavía recordamos tu lucidez, vitalidad y ternura

Todos los asistentes todavía recuerdan bien tu vitalidad, tu agudeza mental, la finura de tus palabras. Fue el último homenaje que te hicimos. El último regalo que nos hiciste. Si no llegan a quitarte el micrófono, todavía estarías, allí, narrando tus peripecias, recordando cada detalle. Sonriendo siempre que podías, con aquel catalán con regusto afrancesado.

Al final del acto te canté Vaig nàixer aquí, la canción que compuse en homenaje a Elizabeth Eidenbenz, la enfermera suiza que creó la maternidad de Elna. Seguro que ahora ya estáis juntas. Ella, que te salvó la vida a ti y a tu hijo Rubén, que te ahorró un parto en la arena fría de la playa de Argelers y os empezó a ofrecer un poco de luz entre tanto sufrimiento.

El abrazo que me diste al terminar de cantar, Remei, lo llevaré siempre pegado a mi cuerpo. Igual que las conversaciones, los almuerzos y las meriendas en Occitania o en tu casita del Delta, donde te gustaba ponerte al sol del Ebro con un sombrero de paja, sentada en la silla de enea. Allí, al lado de tu hija Iolanda, que últimamente te hacía incluso de mánager, pues todo el mundo quería venir a verte y tu agenda estaba abarrotada.

Te llevas los hilos de colores allí donde vas, seguro que seguirás siendo una modista excelente. Podrás reencontrarte con tu querido Joan, muerto demasiado joven por culpa de una silicosis provocada por tantos años de trabajo en la mina del exilio. Gracias por tu amistad y por quererme incluir en tu humilde y noble testamento: guardaré aquel cuadro que tú pintaste en la mejor pared de mi casa. Te vas y nos dejas —como dice tu hijo en el libro— tu tozudo afán de invocar, siempre, la bondad y la esperanza.