“Necesito, al menos, creer en mi protesta.”
Albert Camus

Lo más terrible que nos puede pasar en esta economía de la atención es que una idiotez tenga éxito o, sobre todo, que tenga repercusión, porque seremos enterrados bajo toneladas de estupideces similares. Antes decían que un tonto cogía una linde y que cuando la linde se acababa, el tonto seguía; ahora sufrimos además el surgimiento de otro montón de tontos que intenta copiar la linde para que les den casito.

El activismo de pega lo es en el doble aspecto de que consiste en pegarse a las cosas y en el de que es más falso que Judas. Es un paripé que ni siquiera adopta las condiciones estándar de una protesta en condiciones: coherencia con el objetivo y coraje. Lo habrán visto en el último episodio en esa valentía de Loctite con la que enfrentarse a Goya o, más bien, a sus marcos labrados. Desde el pasado mes de julio los activistas de pega se han pegado por la cabeza a un cuadro de Vermeer, con las manos en otro de Picasso, a la mesa de un debate televisado en Holanda, a un atril en un acto en Barcelona, al pedestal del Laocoonte en los museos vaticanos, a la emblemática Consagración de la Primavera en los Uffizi y, para ponerle una gota de originalidad, le han tirado una sopa de tomate a la obra más emblemática de Van Gogh y puré de patatas a Monet.

No quieren los conservadores de museos y monumentos que hablemos de esto por ver si se pasa la oleada de ataques estúpidos y contraproducentes al grito de "¿qué importa más, la vida o el arte?", como si no debiera ser nuestro empeño conservar ambos. Es tan estúpida la protesta y tan negativa para la lucha común contra el cambio climático que si me dijeran que eran ataques de falsa bandera, creo que lo compraría. ¿Cómo se le puede ocurrir a ningún activista preocupado de verdad por el abismo de cambio climático por el que nos estamos despeñando que es buena idea ligar esa digna pelea con el ataque pueril a obras maestras? Creen que se salvan porque ni quieren ni buscan hacer daño a las obras, por eso se pegan pero poquito y manchan sólo lo que se puede limpiar. Lo cierto es que la mera unión de ambas cuestiones: supervivencia natural y destrucción del patrimonio cultural, es tremendamente nociva y no sirve sino para dar argumentos a los cenutrios que aún consideran lo del calentamiento global una lucha ideológica y para lograr una mueca de repulsión en personas tan concienciadas como ellos pero con un profundo respeto por la belleza y el arte legado por generaciones anteriores.

A mí el activismo de pega me parece una estupidez contraproducente y de fachada, pero, como se descuiden, les meten en FIES y les acusan de terrorismo

El activismo de pega es un activismo líquido, como casi todo en este mundo actual. En la historia se han producido verdaderos ataques a obras de arte como el acuchillamiento de un Velázquez por una sufragista que protestaba por la detención de sus compañeras, la inscripción con spray de la frase "Kill all lies" en el Guernica de Picasso y también ha habido muchas acciones para promover la protección medioambiental encarnadas por las espectaculares protestas de los activistas de Greenpeace a bordo del Rainbow Warrior. En estos casos, corriendo riesgos en protestas relacionadas directamente con la causa ecologista —interponiéndose ante balleneros, colgando pancartas en las plataformas de Gazprom en el Ártico, escalando edificios—, no sólo asumieron los riesgos propios, sino los derivados. Recordemos que el barco de los ecologistas saltó por los aires en 1985, con el resultado de un fotógrafo muerto, debido a dos cargas de profundidad colocadas por los servicios secretos franceses. Nada nuevo lo del Imedio. Ante esto, el activismo de pega pierde toda su carga de reivindicación y lucha para quedarse en una performance que acabará cualquier día en un mal cálculo que estropee una obra de arte y eche un cubo de basura sobre las justas reivindicaciones

Dicho esto, llega la policía y detiene a las del pegamento y, al día siguiente, a dos periodistas de un diario alternativo que estaban grabando la acción. Es curioso que las asociaciones de la prensa mesetarias hayan corrido a decir que estas dos chicas no estaban actuando como periodistas y que podrían ser “cómplices”. Me llama mucho la atención porque, aplicando la presunción de inocencia, al menos podían callar, como hacen casi siempre que el periodista en apuros no es de los suyos.

En el caso del Prado pueden darse dos hipótesis: que les avisaran de que iba a tener lugar la acción de pega para grabarla o que las dos periodistas también hubieran participado planificando, comprando el material y repartiéndose los papeles, algo así como: “Tú haces esa cosa tan inteligente de pegarte al marco y yo grabo”. Eso habrá que probarlo. Habrá que demostrar cómo una cámara de seguridad ha captado esa “complicidad”. Me parece peligroso considerar que si un periodista es avisado de una acción de protesta y acude a cubrirla, incluso en buena sintonía con los activistas, pueda darse por sentado que es cómplice de la protesta. Me pasé años yendo a cubrir los encadenamientos de los insumisos a la mili a las puertas de juzgados y audiencias. Me caían bien. Compartía su reivindicación y, sin embargo, a nadie se le ocurrió detenerme ni acusarme de “complicidad”. Ser cómplice, en el sentido de manifestar solidaridad o camaradería, no implica complicidad delictiva y menos en el caso de un periodista.

Tampoco existe ninguna obligación de impedir o comunicar el conocimiento de que otros van a cometer un delito, excepto, como dice el artículo 450 del Código Penal, cuando éste afecte a la vida de las personas, a su integridad y salud, a su libertad o libertad sexual. No parece que el barniz de un marco, por muy antiguo y labrado que sea, ni siquiera la integridad de una obra de arte, fíjense, entre en ese listado. No, no tenían obligación de denunciar lo que iban a hacer las activistas. Pero en este país la policía es mucho de matar moscas a cañonazos, reprime que algo queda, y en junio pasado les mandaron la Brigada Antiterrorista a otros activistas que echaron agua tintada a la fachada del Congreso para protestar por lo mismo que les puso a disposición judicial por delitos contra las altas instituciones del Estado y de daños.

A mí el activismo de pega me parece una estupidez contraproducente y de fachada, pero, como se descuiden, les meten en FIES y les acusan de terrorismo. No lo digo en broma, porque ya saben que se ha hecho. El activismo, que puede ser criticado por la forma que adopte, no debe ser criminalizado por principio ni exterminado de la vida social, que es a veces el odioso mensaje que se envía.

Y los del pegamento, ¡por Dios, dejad de hacer el idiota! Seguro que os da para pensar algo más beneficioso para los fines loables que buscáis. Seguro.