De la misma forma que el pacto entre Oriol Junqueras y Pedro Sánchez para conseguir los indultos a cambio de una penosa mesa de diálogo (donde, como pasa siempre, el Gobierno no tiene ningún tipo de incentivo o de obligación para cumplir sus compromisos) dinamitó el poco margen de autoridad moral que tenían los presos políticos, el retorno de Anna Gabriel ha acabado por edulcorar casi toda la fuerza que podrá mantener el exilio. El viaje de la cupera al Supremo no solo es desdichado por el hecho que ella misma juró que nunca se acogería a la justicia enemiga, sino porque el país reencuentra a una de las escasas líderes del país que había hecho algo por alcanzar la independencia revestida de convergente, con la camiseta lisa y sin eslóganes, declarando en español ante Llarena, con aquel tono llorón de anuncio de Òmnium y sin aceptar preguntas de los periodistas, como hacía Pujol.

Gabriel no tenía ninguna necesidad de marcharse de Catalunya. Como Marta Rovira, se largó del país para hacer un Erasmus en Suiza y ahorrarse toda la degeneración del procés después del 1-O; también para poder sacudirse cualquier enmienda de la ciudadanía con un martirologio que ella misma se ha hecho a medida (respecto a la líder de Esquerra, a estas alturas ya se encuentra negociando su retorno, y muy pronto la tendremos protagonizando mesas redondas de nivel inframental con las ministras podemitas de Madrid). Paulatinamente, se acabarán los Erasmus en el país favorito de la progresía catalana y las voces del país en Europa consistirán en los discursos de Carles Puigdemont y Clara Ponsatí: el Molt Honorable 130 muy pronto se convertirá en un maulet que hace oposición a los convergentes de Junts y Clara pasará lo que le reste de carrera intentando redimirse las mentiras esquerrovergentes que se tragó.

La performance de Gabriel es todavía más dolorosa porque, a diferencia de los nombres que he citado, la antigua amazona de la CUP es de los escasos políticos a quienes he visto defender la libertad del país con un discurso de poder bien acuñado. Que yo me haya podido entender en lo básico, a pesar de pensar que hablar en femenino es una mamonada y que ella repruebe la economía de mercado, demostraba de nuevo que la independencia no se basa en un asunto de tolerancia ideológica y de ensanchamiento de base, sino más bien en el hecho que la gente ambiciosa del país pueda convivir en la misma trinchera. Que España permita el retorno de Gabriel va en la línea sanchista de confiar en que el independentismo se desinfle manifestando que la mayoría de sus antiguos héroes son un grupo de cagados y mentirosos. No saben, pobrecitos, que somos capaces de mantener el proyecto, aun enmendando a quien lo ha querido prostituir.

Las entidades cívicas del país tienen razón al pedir caras nuevas para enderezar el movimiento. Sabemos, no obstante, que los nuevos rostros que tendrán suficiente fuerza para revivir el conflicto con el Estado no podrán surgir ni de la ANC ni de Òmnium, sino de estructuras políticas que se tejerán en la próxima década y que, de momento, todavía sólo son flashes de luz en el cerebro de nuestros jóvenes más desvelados. La mayoría de ellos todavía están fuera del país estudiando o trabajando en Erasmus mucho más productivos que los de las antiguas lumbreras del procés. Leed mucho y embriagaos de libertad, que dentro de una década quizás tendréis trabajo en casa. De momento, toca esperar y que todo vaya cayendo.