Junqueras ha ganado y, gracias al intercambio de cromos con Pedro Sánchez (indultos para convertir a Esquerra en una máquina del "peix al cove", modificación de la sedición para aprobar presupuestos en el Congreso), Clara Ponsatí y Marta Rovira podrán volver muy pronto a Catalunya sin pisar la chirona. Se acabará así la historia del exilio provocado por los hechos de 2017, una cascada de retornos que empezó al terminarse los Erasmus de Meritxell Serret en Bruselas y de Anna Gabriel en el paraíso fiscal preferido de la progresía catalana. Después de la modificación de los delitos mayores que se inventó el juez Marchena para castigar la "ensoñación" de los responsables electos en el 1-O, ERC ha matado de un solo tiro el vínculo de los políticos fugados con la fuerza del referéndum, castrando así la poderosa anomalía de un grupo de líderes que ejercían como Eurodiputados mientras eran perseguidos en España.

Aparte de recuperar a su lugarteniente para que le haga de secretaria en esta nueva transición al autonomismo, Junqueras pretende poner en jaque mate al "Sant Cristo Gros" del exilio, no solo porque no soporte a Carles Puigdemont, sino porque desgastar la figura del antiguo president resulta la única tarea pendiente que le han mandado los socialistas. El líder de Izquierda lo ha tenido ciertamente fácil, pues Puigdemont no ha opuesto mucha resistencia a ser un objeto de folclore y, ahora mismo, solo es capaz de provocar erección a un número importante de donecperficiams de Twitter y a un grupo notable de jueces españoles. No es extraño que, para acabar de desactivar cualquier estallido resistencialista en Catalunya, Pedro Sánchez esté tratando de colocar magistrados amigos incluso en los juzgados de paz, mientras pinta a Alberto Núñez Feijóo como un simple subordinado de las togas.

Junqueras pretende poner en jaque mate al "Sant Cristo Gros" del exilio, no solo porque no soporte a Carles Puigdemont, sino porque desgastar la figura del antiguo president resulta la única tarea pendiente que le han mandado los socialistas

En todo este contexto, Junqueras puede anunciar (con toda la pachorra del mundo y de forma coordinada con su pequeño Muy Honorable) que asistirá a la manifa contra la cumbre del próximo día 19 en Barcelona. Primero, porque la primacía del gen convergente implica la capacidad inaudita de repicar mientras se va a misa, aun escarneciendo al independentismo y su movilización. Y ya me diréis si no existe una mejor forma de convertir la presidencia de la Generalitat en una payasada totalmente cumplida que tener al pobre Pere Aragonès persiguiendo a Emmanuel Macron por los rinconcitos del MNAC mientras el presidente francés se besa con Sánchez delante de un fresco de nuestro genial Ramon Casas. Todo eso, mientras el capellán de Esquerra encabezará una manifestación independentista rezando para que alguien lo silbe. Como cuando Pujol iba a Santa Coloma. Lo tienes bien aprendido, Oriol.

Pero el último elemento clave del pujolismo junquerista consistirá en intentar marcar la agenda del retorno de Puigdemont a Catalunya. Junqueras espera hacer lo mismo que Pujol con Tarradellas; a saber, comprar su imagen de santa continuidad institucional mientras se lo sacaba de encima pagándole un pisito. El éxito de esta operación dependerá de la resistencia de Puigdemont a un abrazo del oso contra el cual cada vez tiene menos margen, y no solo por el efecto de Esquerra, sino también por una formación como Junts per Catalunya (en teoría, la suya) que parece lo bastante cómoda presentando a un convergente de siempre a la alcaldía de Barcelona. Es una lástima, porque Puigdemont ha disfrutado de unos años como eurodiputado y de pasadas de gol como el asunto Pegasus que podrían haber agrandado su imagen. Sin embargo, como pasa siempre con los políticos, Puigdemont solo hace caso de los amigos y de Twitter.

El exilio se ha acabado y, como ha entendido incluso el imbécil del príncipe Enrique, los exiliados siempre acaban repudiados por la familia de la metrópoli (demasiado preocupada en poner la mesa como para entender de sentimientos). Descanse en paz y que vuelvan muy pronto, que los esperamos para acabar de enterrarlos.