El partido de los abstencionistas ha ganado las últimas municipales en Catalunya. La cosa no va de porcentajes ni otras contingencias de la numérica electoral: por primera vez desde el 2017, los electores catalanes han demostrado que pueden situarse por encima de las dinámicas políticas del régimen del 78 (y del cinismo mayúsculo del club 155). Que la abstención sea la primera fuerza (o la más vivificadora) de la política catalana actual ya se ha visto en la reacción de los conciudadanos a los cuentos de la lista única de Junts para el 23-J y del frente democrático por los derechos y las libertades de Aragonès: no hay un solo independentista en Catalunya que no se tronche de risa ante los enésimos ejemplos de chantaje procesista de manual que solo responden a la táctica vetusta de patear la pelota muy arriba esperando que la gente se quede embelesada como si fuera la luna.

Ya no cuela, chicos. Habéis agotado el crédito y la buena fe de los electores y la gente ha empezado a recordaros que puede ser muy bienintencionada, pero no idiota. Fijaos si la abstención es un arma poderosa que los convergentes ya lo han empezado a pervertir (utilizándola como un arma electoral contra Junqueras) y la gente de espíritu cupaire no para de achacarla al auge de Vox, a la aparición del fascismo en Europa y, si hace falta, a la resurrección en cuerpo y alma del mismísimo Adolf Hitler. Habrá que mantener el temple de este primer impacto hasta las elecciones de julio, donde la abstención tendrá que golpear la cabeza pelada de los cretinos en una segunda vuelta todavía más letal. No será fácil, ya que Pedro Sánchez ha caído también en el espíritu procesista, inventándose unas elecciones plebiscitarias entre él mismo (la verdad revelada) y los fachas, y estos juegos mesiánicos de pacotilla siempre han gustado a una gran parte de los catalanes.

Hoy por hoy, el catalanismo ancestral solo puede sobrevivir en pactos estrambóticos y agónicos del tipo Trias-Collboni, una alianza que solo busca agarrarse a la Diputación de Barcelona para seguir repartiendo el pastizal entre los municipios y colocar funcionarios

Resistid la tentación porque, cuando menos, ahora resulta mucho más fácil razonar que hace días. Cuando el pequeño Molt Honorable Aragonès se ponga la capa de Superman contra el fascismo interplanetario, recordadle que tiene poca cosa a hacer, él que solo se ha dedicado a vivir del 155 desde su implantación y que, para no combatir, no ha podido ni doblegar al cura que le dicta las órdenes. Cuando la Lauríssima os venda la moto de un frente común por la independencia en Madrit y de toda cuánta desobediencia, recordadle como de firme se mantuvo ella con la inhabilitación de Pau Juvillà y también a raíz de su condena por trocear cositas. No hace falta que miréis muy atrás, porque el currículum de los valientes se hace en cinco minutillo y sus imposturas ya no se aguantan más. A muchos nos ha costado mucha letra y cinco años de paciencia, pero el resultado valdrá la pena.

Hoy por hoy, el catalanismo ancestral solo puede sobrevivir en pactos estrambóticos y agónicos del tipo Trias-Collboni, una alianza que solo busca agarrarse a la Diputación de Barcelona para seguir repartiendo el pastizal entre los municipios y colocar funcionarios (tendrá mucha gracia, pero veréis rápidamente como incluso las administraciones colauistas tendrán más glamur que este nuevo Frankenstein). En efecto, a los políticos que se agarren al régimen del 78 solo les queda la administración y sus prebendas. Por eso resulta todavía más importante insistir en la abstención y hacerlo especialmente en unas elecciones, las próximas, que marcan todavía más la dinámica colonial del catalanismo con respecto al poder central. Hay que volver a repetir el mapa de estas municipales, donde los colores de la nación destacaban notoriamente con respecto a las luchas PSOE-PP en España. Hasta entonces, atentos y en guardia.

Empieza, pues, la segunda vuelta de la abstención.