A las estructuras de partido les cuesta mucho de entender (y si llegan a entenderlo no se lo creen) que los votantes no tenemos el proselitismo ciego que sí denotan sus bases y seguidores acérrimos. Dentro de un mismo abanico de principios —más o menos amplio— podemos ir alternando siglas en las urnas y hacer trasvase de votos (que es el único tipo de trasvase que tendría que poder existir). El problema viene cuando, dentro de este mismo espectro, ya hemos gastado todos los cartuchos y no nos quedan opciones. Entonces la disyuntiva no es posible: ir a la derecha nunca en la vida. Solo nos quedaría la tristeza del nulo o el blanco y también la abstención, que ideológicamente no convence y que moralmente es motivo de chantaje, como ya se encargan de hacer los partidos que, curiosamente, decepcionándonos continuamente nos vierten.

Cada vez más, la alta política vive en su mundo. Una burbuja de realidad paralela a la que pare que poco le interese la vida de los conciudadanos a quienes dice representar. Nunca me ha gustado considerar que todos son iguales —cuando menos en convicciones— pero con respecto a tocar poder nos ponen difícil no pensarlo porque se toman decisiones incoherentes, extrañas e interesadas que parecen beneficiar más al partido que al país. Ya se sabe: la democracia es la menos mala de las fórmulas. Por lo tanto, no quiere decir que sea ninguna bicoca. Simplemente, vamos haciendo, como muchas relaciones amorosas que con eso ya tienen bastante y que prefieren no abordar el tema para evitar males mayores o aplazar grandes decisiones.

Tenemos claro a quién no votaremos pero tenemos un hartón para escoger qué papeleta metemos en la urna. Nos vierten a la abstención pero hay que ir a las urnas para decirles a los "nuestros" que así no y que hagan el favor de volver al surco que nos puede llevar hacia la independencia

Tenemos claro a quién no votaremos, pero, cada vez más, tenemos un hartón para escoger qué papeleta metemos en la urna. Estamos hartos de mítines a donde acuden solo ellos y sus adeptos (muchos a sueldo) y se aplauden los unos a los otros, en un círculo endogámico interminable que incluso el gremio de periodistas critica por excesivo y porque en el seguimiento de los actos no les permiten aplicar suficientes criterios de objetividad. Estamos hartas de las poco baratas campañas, precampañas y las modernas preprecampañas, que todo eso cada vez empieza antes, y muy sospechoso parece que pocas horas después de la nueva e inesperada convocatoria de elecciones ya hubiera salas reservadas para hacer grandes acontecimientos y empezar a disparar eslóganes y discursos. Con el cuerpo de esta legislatura todavía caliente, algunos ya se fumaban el cigarro del escrutinio del 12 de mayo.

Soy de las que cree que el adelanto electoral en Catalunya responde a una estrategia para que el desgaste del actual gobierno no vaya a más, para que la amnistía no tenga tiempo de llegar a todo el mundo que tendría aspiraciones de presentarse y hacer campaña en condiciones de igualdad y porque algunas viejas formaciones tengan que escoger a un candidato con prisas y otras nuevas —como Alhora— no tengan margen de concurrir (la propuesta de Ponsatí y Graupera merece recoger las suficientes firmas para poder acudir a la contienda y después que la gente decida). Y no, verlo así no quiere decir ser afiliados de aquí o enemigos de allí. Que los que sí tienen carné pecan demasiado a menudo de pensar que el resto somos tontos, irresponsables o vamos con segundas intenciones. No, señores. El ladrón piensa que todos roban y afirmar desde la política que otros estamos politizados es como mínimo paradójico.

A veces, incluso tengo la tentación de pensar que todo es una estrategia: malgobernar lo suficiente para que nos hartemos tanto que se provoque una abstención tal que les permita seguir haciendo y deshaciendo con más facilidad y menos control. Me huelo que querrían que el rechazo a su gestión no fuera un voto de castigo hacia alguien más, sino hacia nadie. Este desencanto generalizado nos llevaría a no salir de casa, ciertamente. Alguna vez lo he hecho. Esta, no. Y no por la pesadita coerción que nos aplican (que si la fiesta de la democracia, que si si tú no vas ganan ellos, etc.) sino porque nos merecemos, como pueblo, decirles a los "nuestros" que así no y que hagan el favor de volver al surco que nos puede llevar hacia la independencia. Porque el país merece salir del callejón sin salida donde ellos mismos nos han puesto. Volver a votar no es garantía de que no se repita este galimatías (mirad dónde estamos) pero es la única opción de poder salir.