Se veía a venir que la abstención marcaría el resultado de las elecciones municipales en Catalunya. ERC, JxCat y la CUP hacía tiempo que estaban avisados que una parte significativa de los votantes independentistas dejarían de hacerles confianza como castigo por la renuncia de todos ellos a seguir defendiendo la separación de España después del referéndum del Primero de Octubre. Y eso es lo que ha ocurrido, si bien con gradaciones diferentes en cada una de las formaciones con respecto a las cifras del 2019.

El principal damnificado de esta realidad es ERC, que se desploma y pierde en todas partes, no solo en Barcelona, sino también en Lleida y en Tarragona, donde prácticamente no tiene posibilidades ni remotas de retener las alcaldías. JxCat, en cambio, aguanta mejor el golpe, como hacía la CiU de los últimos años, que a cada colada perdía una sábana, pero iba resistiendo, y globalmente los daños parece que serán mínimos, circunstancia que, sin embargo, no le garantiza mantener la alcaldía de Girona. Caso aparte es el de Xavier Trias en Barcelona, que por mucho que sea JxCat la fuerza que capitalice el resultado, la victoria se debe al candidato más convergente que existe en estos momentos, que no responde a los estereotipos de confrontación con el Estado español que preconiza el partido de Carles Puigdemont y sí a los de entendimiento y moderación de toda la vida de CiU. La sociovergencia está servida. Y de la CUP lo mejor que puede decirse es que mantiene posiciones en los lugares más emblemáticos donde hasta ahora ya las tenía, como también en la propia Girona.

Al otro lado de la balanza, el gran beneficiado es el PSC, que gana por votos los comicios en el conjunto de Catalunya, y que parece que volverá a tener en sus manos las principales ciudades del país como en sus mejores épocas, pero no tan solo por la repercusión indirecta de la abstención independentista. Lo es también porque recoge buena parte de los restos de Cs —Tarragona será el mejor ejemplo—, que en su día ya había crecido a expensas del PSC y que ahora literalmente desaparece del mapa, excepto contadas excepciones. Unos Cs que también se convierten en el vivero del PP y de Vox, que por primera vez entra en la mayoría de los principales ayuntamientos de Catalunya, en algunos casos por delante incluso de ERC y de JxCat y también de la CUP.

Pero se equivocarán también los que pretendan resolverlo blandiendo el mensaje del miedo y recurriendo al chantaje emocional, porque los responsables de lo que está pasando son los partidos y no los electores

Y todo eso es así porque en el fondo es la elevada abstención de un segmento del independentismo lo que habrá modulado los resultados de estas elecciones municipales y lo que se convierte, además, en un claro aviso para navegantes. Habrá que ver la lectura que hacen los afectados y la nota que toman. Se equivocarán los que piensen que los independentistas han plegado velas, porque sencillamente lo que han expresado los que se han quedado en casa —y los que han votado nulo o en blanco— es la falta de partidos y de líderes que los representen. Pero se equivocarán también los que pretendan resolverlo blandiendo el mensaje del miedo y recurriendo al chantaje emocional, porque los responsables de lo que está pasando son los partidos y no los electores. De hecho, a esta hora en cualquier otro país de reconocida tradición democrática ya se habrían producido unas cuantas dimisiones.

Dicho de otra manera, la abstención ha destapado la caja de los truenos, pero si ERC, JxCat y la CUP son incapaces de darle la respuesta adecuada, el castigo se repetirá cuantas veces sea necesario en los comicios españoles de final de este mismo 2023, a los comicios europeos del 2024 y a los comicios catalanes del 2025. Y es que también en la abstención se está demostrando que Catalunya es diferente de España. En Catalunya la participación ha bajado notablemente y en España, por el contrario, ha subido. Y eso los partidos de aquí no pueden obviarlo.