Mucho se ha escrito sobre el último de los juicios al president Pujol. Y por más que se lo quiera juzgar penalmente pese a su delicado estado de salud, ya nadie duda a estas alturas de que la gran mayoría de los catalanes lo han absuelto de todas las sombras que se han ido construyendo maliciosamente a su alrededor desde la maldita aparición de la deixa en el imaginario colectivo.
Pero no hablaré del proceso judicial. En los últimos tiempos, los procesos judiciales en el mundo político se han convertido —por desgracia, con demasiada frecuencia— en instrumentos arrojadizos de una dudosa y difícil imparcialidad. No quiero entrar a valorarlo. La justicia siempre debería ser un poder independiente. Quiero hablar del juicio mediático que tiene como objetivo sacar rédito de la situación penal del acusado. La fatídica circunstancia que hace que los tiempos judiciales se alarguen a menudo demasiado y por motivos poco explícitos, acaba generando una sentencia en los medios que obliga al presunto culpable a un ingente esfuerzo mediático para defender su inocencia también en la palestra y los foros periodísticos. Y este es el juicio que el president Pujol ya ha ganado.
Lo ha ganado porque no lo podía perder. La obra de sus veintitrés años de Govern es y será un ejemplo de construcción de país. Contra eso nadie puede hacer nada. Se puede reescribir la historia de Catalunya, pero no se puede destruir la obra de gobierno. No se pueden destruir escuelas, juzgados, hospitales, edificios de mossos, carreteras, campos deportivos. No se pueden destruir todas las asociaciones de país ayudadas por sus gobiernos. Como tampoco se puede evitar pensar qué trenes tendríamos si Rodalies hubiera sido traspasado hace años a la Generalitat y funcionara como nuestros queridos ferrocatas.
La imagen obscena de un president mermado de fuerzas, envejecido, enfermo, lúcido solo a ratos, dejará huella como ejemplo de poco sentido común
El president Pujol también ha ganado la batalla del imaginario colectivo de un país que se creyó que podía aspirar a todo, que el cielo estaba a su alcance. Y Catalunya puede aspirar a todo, pero no ahora. No por derecho, sino porque ni somos suficientes, ni nos dejan, ni sabemos cómo seremos. Pero para el president Pujol, esto es irrelevante. Para el president Pujol siempre se reivindica el país, sobre todo, haciéndolo. La Catalunya del trabajo bien hecho de muchos eslóganes. La Catalunya de quienes trabajan en ella. La Catalunya del "Fem i farem". La Catalunya del pilar central. Esa es la Catalunya del president Pujol, la que ha sobrevivido a la Catalunya del procés. El president Pujol no esperó a ser muchos, ni pidió permiso. Se puso a hacer Catalunya como pudo. Y como él, varias generaciones de derechas o de izquierdas que se dejaron la piel en ello.
El president Pujol gana la batalla judicial en la calle porque no la puede perder. Porque ha hecho tanto que no hay hoguera lo suficientemente grande para quemar toda su obra. Incluso sus detractores y enemigos le reconocen una cualidad innegable: todo por Catalunya. Obsesivamente, imprudentemente, pero todo para construir Catalunya.
La imagen obscena de un president mermado de fuerzas, envejecido, enfermo, lúcido solo a ratos, dejará huella como ejemplo de poco sentido común. No se entiende muy bien adónde se quiere llegar con este pequeño calvario final al que lo expone la judicatura. El juicio se alargará inevitablemente y el president Pujol, por ley de vida, se irá degradando. No hay ninguna certeza de que pueda escuchar lúcidamente su sentencia dentro de un año. A esto se le llama indefensión en toda regla. La improbable, e impensable, sentencia de culpabilidad que lo definiera como jefe de una organización ilícita —lo de criminal ha decaído— acabaría de consumar su martirologio. Porque Pujol puede ser el jefe de muchas cosas, pero de una organización criminal o ilícita… no hay por dónde cogerlo.
El juicio a Pujol justo en el momento en que el president se acaba nos deja una tristeza difícil de expresar. Imaginamos a cualquiera de nuestros venerables abuelos y abuelas de 95 años teniendo que declarar en un juicio, y nos damos cuenta de que no tiene ningún sentido. A nuestros abuelos, les queremos ayudar a vivir los últimos días con dignidad, con amor, con tranquilidad. Queremos que les dejen disfrutar de la familia, ya que amigos les quedan muy pocos. Los queremos en casa mientras puedan. Y queremos disfrutar de sus recuerdos, de su preciado tiempo, de sus historias. Si la muerte nos iguala, la vejez nos deja tiempo para prepararnos para ella. También muchos han absuelto al president porque quieren que dejemos tranquilos a nuestros abuelos. Y seguro que muchos queremos que dejen tranquilo a nuestro president.