Todo lo que está pasando, la confusión infumable, la inexistencia de proyectos solventes, el indecente retroceso, la indecisión, la falta de iniciativas, el ridículo correspondiente... todo parece un remake a la catalana de la película El sexto sentido. ¿Y si resulta que están muertos y no lo sabían? Es decir, se mueven, gesticulan, hacen declaraciones altisonantes, sacan a sus tuiteros a morder, a veces fingen que se reúnen, pero todo es solo un espejismo, porque ya no están vivos, sino atrapados en un simulacro de vida. No hay que decir que, antes de que nadie se escandalice, no me refiero obviamente al aspecto biológico de la vida (que espero y deseo que sea sano y de larga duración), sino a la vida política, tan mortal como la primera. Para concretarlo, da la impresión que el tripartito independentista y la mayoría de sus dirigentes y activos políticos, no tienen nada que ofrecer, más allá de la retórica vacía, porque quedaron fulminados por la represión y se han convertido en almas malas que se pasean por la realidad sin poder intervenir. Quizás no lo saben, como el pobre Bruce Willis de la película, o quizás se sienten cómodos en el papel de fantasmas. Sea como sea, los activos políticos que ahora hablan y teóricamente dirigen el movimiento independentista (al margen de alguna notable excepción), están totalmente caducados, incapaces de plantear ni una sola estrategia, más allá de la retirada. Por eso han dejado de ser líderes, convertido en simples funcionarios que, con obediencia cortesana, gestionan la miseria autonómica. De hecho, la misma presidencia muestra tan poca altura, que no llega a virreinato con galones.

La mirada a vuelo de águila es desoladora: unos, los de Esquerra, en retroceso completo, tan sumisos que ya hace tiempo que caminan de bruces. Son el paradigma de la derrota, aniquilados hasta el punto de convertirse en sirvientes del régimen que los reprime. Los otros, los de Junts, más orgullosos y, sobre el papel, mucho más comprometidos, pero siempre medio embarazados y, en consecuencia, incapaces de parir nada que no sea aire. Es cierto que algunos de sus líderes mantienen posiciones coherentes, pero el conjunto del partido es un Cafarnaúm de indecisiones y estrategias disonantes, que neutraliza su capacidad de liderazgo. Y los de la CUP, los protesteros oficiales, instalados en la pancarta permanente, habitantes impertérritos del ruido, útiles para nada, excepto para no perder ninguna oportunidad de perder todas las oportunidades. Si estos tres partidos tenían que dirigir el procés de independencia en 2017, cinco años después ni tienen hoja de ruta, ni proyecto, ni complicidad, ni tienen, sobre todo, el coraje para culminar el proceso que se emprendió. Y coraje es, sin duda, la palabra clave, perfectamente resumido en este tuit que publicó Josep Costa: "Harto de oír a ERC y la burbuja subvencionada preguntando cómo se hace la independencia. Se hace tal como se planificó entre 2012 y 2017, pero sin detenerse a medio camino. Que por cobardía o conservadurismo no queráis acabar el trabajo no significa que otros no sepamos cómo hacerlo." Cobardía, conservadurismo o catatonia derivada de la represión, es este panorama el que hizo estallar la Assemblea y agujerea, como una gota china, la confianza de la gente.

Los activos políticos que ahora hablan y teóricamente dirigen el movimiento independentista (al margen de alguna notable excepción), están totalmente caducados, incapaces de plantear ni una sola estrategia, más allá de la retirada. Por eso han dejado de ser líderes, convertido en simples funcionarios que, con obediencia cortesana, gestionan la miseria autonómica

¿Quiere decir eso que hace falta hacer tabula rasa y construir de nuevo con el fin de volver a levantar el edificio independentista? ¿Una lista cívica, tal como insinuaba —a modo de amenaza sutil— la Assemblea? Sinceramente, no creo que este tipo de experimentos, que pasan por derribar todas las construcciones anteriores, resulten efectivos, pero sí es fundamental que el movimiento ciudadano organizado esté activado y ponga contra las cuerdas las miserias de los partidos, hasta el punto de obligarlos a reaccionar. En este sentido, también puede ser de enorme importancia el papel del Consell per la República, cuya capacidad de movilización todavía es desconocida, aunque tendremos una cata en el acto por el aniversario del Primero de Octubre. Además, el liderazgo del Consell está en manos de uno de los pocos líderes todavía creíbles del independentismo.

A diferencia de Junqueras —el auténtico protagonista del Sexto Sentido catalán—, o de los diletantes dirigentes de la CUP —incluidas aquellas que van disciplinadamente a Madrid y, en perfecto castellano, piden que se les perdonen los pecados—, Puigdemont ha mantenido una firmeza en la estrategia y una claridad en los objetivos, casi inexistentes en el resto de dirigentes del 2017. ¿Sin embargo, su fuerte liderazgo, junto con la ANC, el Consell per la República y las entidades, son suficientes para cambiar el paradigma político y devolvernos a la ruta de la independencia? No parece probable, por mucho que el movimiento independentista sea de abajo hacia arriba, es decir, de la ciudadanía a los partidos, pero sin estos, el camino parece impracticable. La cuestión es si habrá alguno de ellos capaz de recoger la antorcha con decisión. ¿ERC? Poco probable a estas alturas, decidido como está a refundar un pujolismo de rebajas; ¿JUNTS? Podría si aclara el lío interno, muestra un poco de inteligencia estratégica y finalmente asume el reto y se moja de verdad, aunque de momento parece tener pánico al agua; ¿y la CUP? Inimaginable, felizmente instalados en la excelsa comodidad de la rotura.

De aquí viene toda la confusión. No es cierto que no haya estrategias posibles, ni camino lógico. Lo que hay es un enorme acojonamiento disfrazado de pensamiento político. Palabras, palabras y más palabras para esconder que las únicas palabras que realmente importan las han borrado del diccionario.