Hace unos años hablar de la Mina era hablar de un barrio asociado a populares delincuentes como el Vaquilla o el Torete, famosos por sus andanzas recogidas en las páginas de sucesos, y populares gracias al llamado cine quinqui. La Mina más que un barrio de Sant Adrià de Besòs, municipioal que pertenece administrativamente, es una extensión de Barcelona; un barrio surgido de la nada, hijo de las postrerías del franquismo, con vecinos desplazados forzosamente de Can Tunis o el Camp de la Bota.

De siempre, en Sant Adrià de Besòs, que poco o nada tiene ver con el estigma que arrastra la Mina, ha gobernado el PSC, a veces con mayorías que habían llegado al 65% de los votos. Y tanto cuando conseguían mayorías abrumadoras como ahora, que siguen gobernando con un porcentaje del 31%, la Mina no ha enterrado aquella marginalidad de los años del Torete y el Vaquilla.

Seguro que no es responsabilidad única de la administración municipal que los problemas se perpetúen, ahora que parece como si volviéramos a revivir épocas remotas, del pasado, de los populares delincuentes de aquella Barcelona postfranquista, de los años setenta y ochenta. En Sant Adrià de Besòs, el municipio de menor población de Barcelona, volvió a ganar el PSC. La única diferencia destacable, visto con perspectiva histórica, es el ascenso a segunda fuerza política del independentismo, una circunstancia impensable hace unos años. La lista liderada por el republicano Rubèn Arenas ha conseguido cinco concejales delante de los ocho del PSC. Un trabajo lento, constante, de picar piedra, de ser, de querer ser, de ambición. Impagable.

Me pregunto qué sería capaz de hacer a un Gobierno municipal en Sant Adrià de Besòs liderado por un independentista, por Rubèn por ejemplo. Cuáles tendrían que ser sus prioridades y cómo afrontaría la gobernabilidad. A menudo, hay un independentismo que ignora completamente que hay un municipio enganchado a Barcelona como Sant Adrià de Besòs, que hay una realidad social que rodea Barcelona que poco tiene que ver, por ejemplo, con una comarca recién nacida como El Moianès, que también tiene sus problemas. Algunos, no menores. Tanto es así que su capital, Moià, fue el primer municipio al límite de ir a la quiebra por un endeudamiento salvaje. Arrastraban una deuda de 25 millones de euros, el 400% del presupuesto municipal, después de ocho legislaturas de alcaldía convergente ininterrumpidas. Y muy ganadas por mayoría absoluta hasta que el alcalde de siempre decidió no volver a presentarse. Y entonces, en el 2011, afortunadamente accedió a la alcaldía el republicano Dionís Guiteras que, para sorpresa suya, se encontró una herencia devastadora, infinitamente peor de lo que había admitido el alcalde saliente. ¡Ni las nóminas de los trabajadores se podían pagar! Guiteras abrió las ventanas, se arremangó y obró el milagro: en un esfuerzo sostenido de ocho años, titánico, reflotó un ayuntamiento que había llegado a una situación límite, habiendo batido un récord estratosférico de endeudamiento e insostenibilidad. Lo decía el alcalde Guiteras el pasado febrero: "Hasta ahora hemos hecho de gestores pagando la deuda. Ahora, si nos acompaña más gente, podemos plantear proyectos y nuevas propuestas". Y de propuestas tiene un montón. Por el camino, cabe decir, Guiteras ha sido el artífice de la creación de El Moianès, batallando contra un Govern de la Generalitat que no se lo ponía fácil. Pero salió adelante. Devolvió Moià a la normalidad e hizo nacer la primera comarca después de muchos años.

Sant Adrià de Besòs no es Moià. Pero qué gran paso sería que, un día, un republicano gobernara la ciudad. Primero, para ventilar los despachos; segundo, para demostrar de qué se es capaz de hacer y qué respuestas ofrece, desde el gobierno municipal, a las necesidades ciudadanas. Y al mismo tiempo, como colofón, sería un paso enorme, gigantesco, para el conjunto del país, para su homogeneidad, para acabar con la etapa de guetos políticos, de una dualidad que repartía el país a dos lados en función de su realidad sociológica y demográfica. Y eso sólo los republicanos lo pueden hacer, dando respuesta, planteando retos de futuro o sumando el conjunto del país a un reto todavía más colosal: el de la emancipación nacional, el de una Catalunya que para ser República necesita ser toda ella republicana.