Cuando un medicamento puede generar efectos secundarios, se indica en el prospecto para que el paciente esté advertido. Hay pastillas que no sientan bien a según qué organismos y, más allá de que en el cuerpo de cada individuo determinados tratamientos sientan diferente, hay, además, fármacos que entre ellos no se pueden combinar porque son incompatibles, como mezclar agua y aceite. Con las personas o con según qué decisiones pasa lo mismo. Si, por ejemplo, te quieres mudar de piso, antes de dejar lo que tienes ahora tendrás que tener otro preparado para disponer de un lugar donde ir a vivir y no quedarte en la calle. Quizás sí que una vez te instalas en el nuevo vas mejorando los detalles, pero lo esencial tiene que estar listo: agua, luz, cocina, una cama. Entre la clase política de determinadas esferas esta lógica no solo parece que no se aplica, sino que, según cómo, da la sensación que se actúa en dirección completamente contraria y tan pronto recetan medicamentos con contraindicaciones como hacen mudanzas sin tener todavía un nuevo techo preparado.

Últimamente, han aparecido en los medios de comunicación varias noticias relacionadas con la movilidad que cuestan de entender. Por una parte, tenemos el anuncio del Estado que la AP-7 tendrá un cuarto carril a su paso por el Vendrell, en dirección al Papiol. Por la otra, la Generalitat de Catalunya nos dice que el gran objetivo es que el año 2030 se reduzca en un treinta por ciento el uso del vehículo privado en Barcelona y su área de influencia. Ambas decisiones muy compatibles no parecen, no. Más carreteras para menos coches, a pesar de que ahora lo que está pasando es justamente lo contrario y, encima, te obligan a cambiar según qué modelo de vehículo porque no están permitidas las emisiones, mientras al mismo tiempo amplían carriles de la autopista. El prospecto del medicamento no da abasto y el paciente está mareado.

En los últimos siete años se han reducido carriles de acceso a Barcelona en vehículo privado, pero no se ha mejorado el transporte público, sino al contrario: el caos en alrededores va a más y rara es la vez que no tenemos que hablar de retrasos y averías; cuando en Twitter veo que Renfe pone "normalidad en el servicio" pienso, "sí: vuestra normalidad es llegar tarde casi siempre". Cada día, medio millón de vehículos circulan por el área metropolitana, cada día tienen menos espacio y cada día los trenes van peor. Felicidades, queridos programadores. Estáis vaciando el piso donde vivíais y todavía no sabéis dónde iréis a vivir.

La ciudadanía sufre las recetas contradictorias de unos gestores incompetentes (o interesados) que no saben dónde tienen la derecha y la izquierda, ni literal ni metafóricamente

La rotonda de Glorias parece un túnel del terror —con hombretones con motosierra aterrorizándote en cada esquina—, mientras en paralelo algún representante del ayuntamiento de la ciudad plantea como solución pedir a los vecinos que eviten usar el coche en horas punta. Rodeados de lumbreras, estamos. O sea: no bebas cuando más sed tengas. O llega tarde a trabajar. O coge el tren, que ya hemos dicho que no está para muchas fiestas. Este sería el otro túnel del terror, el ferroviario, estamos rodeados de sustos, ruido de cuchillos afilándose y vías que se descomponen.

Entre todos han empezado la casa por tejado: amplían carriles de autopista dirección norte (no hacia el Ebro, claro está) mientras la entrada a Barcelona es caótica, generando un embudo que cuando llega al tubito cilíndrico final ya no sabe hacia dónde tirar. Dicen que quieren desaturar el área metropolitana de coches, pero no se piensa en la descentralización laboral o en ofrecer oportunidades de teletrabajo (ahora que la pandemia nos había medio vertido a ello), decisiones que favorecerían no solo la descongestión de la capital catalana, sino que contribuirían, de paso, a evitar el despoblamiento de aquellos a quienes no nos llegan ni los carriles nuevos ni los trenes buenos. Dicen que quieren mejorar la oferta de transporte público, pero día sí día no, la red ferroviaria catalana sufre retrasos endémicos y tomaduras de pelo generalizadas a unos usuarios que saben cuándo suben a un tren, pero no cuándo los dejarán bajar. Por no hablar, claro está, de las consecuencias para la salud y el medio ambiente que tiene todo este despropósito.

Y en medio de toda esta confusión se plantean organizar unos Juegos Olímpicos de invierno porque se ve que, si no, la red de carreteras y trenes de la zona del Pirineo no mejorará nunca. Eso se llama osadía y coacción. En la Cerdanya esperan el desdoblamiento de vías desde el siglo pasado y mientras la promesa no se cumple los amenazan con el chantaje de unos JJ. OO. y van viendo como a otras zonas del país les mejoran las comunicaciones. Como ha explicado en un tuit la escaladora Aracel·li Segarra, "no mola que se te cuelan mientras haces cola". Mientras tanto, el paciente —que somos nosotros, la ciudadanía— va sufriendo las recetas contradictorias de unos gestores incompetentes (o interesados) que juegan a médicos sin saber dónde tienen la derecha y la izquierda, ni literal ni metafóricamente, y todo es un embrollo de ideología gris, de desplanificación territorial, de decisiones precipitadas y vergüenzas ajenas que como país nos hace ir a arrancadas.