Jordi Basté se ha inventado una tertulia llamada "Madrid DF" y, ayer, dos de los participantes, Pablo Iglesias y Enric Juliana, hablaban del clima guerracivilista que se ha instalado en Madrid. Sin embargo, deberíamos puntualizar que es un clima que se ha instalado en el Madrid del poder, pero no en la calle. Es verdad que los partidos políticos y los medios de comunicación son capaces de trasladar su crispación a la calle. Pero también es verdad que cada vez hay un mayor divorcio entre los problemas que ven los partidos y la agenda que imponen y los problemas que, en realidad, tienen —tenemos— los ciudadanos y la agenda de la gente o el punto de vista de la gente.

Esto lo vimos en toda su crudeza en las elecciones del 23 de julio. Los medios de comunicación y los partidos de la derecha impusieron un relato tan bestia a golpe de encuesta que se acabaron creyendo que los ciudadanos querían barrer a Pedro Sánchez y su gobierno Frankenstein. Tanto se creyeron su película que la noche electoral no supieron ni reaccionar y ahora le dedican portadas al encuestador de cabecera.

Existe un estado profundo y no tan profundo que, para mantener el statu quo, es capaz de utilizar todas las herramientas legales e ilegales a su alcance para mantener la tutela a la democracia, liquidando los dos virus que han afectado al sistema, el independentismo y los peligrosos rojos de Podemos

Le he oído decir al Gran Wyoming que su programa de sátira ha acabado convirtiéndose en un informativo serio de referencia porque cada vez más gente en España se siente huérfana de alguien que les cuente la realidad tal y como la ven ellos. Y así estamos. Con programas de humor haciendo telediarios. El periodismo, o parte del periodismo, quiere hablar de nosotros, pero sin nosotros. Y eso, que no es mío, es de Iñaki Gabilondo, se ha vuelto a poner en evidencia cuando el propio Basté se ha dedicado a tirar de la lengua un poco más a Villarejo en el papel de El Fumador de Expediente X y quienes deben contar las cosas siguen sin contarlas, aunque sea poniendo en cuarentena la verdad del personaje, símbolo, eso sí, del deep state.

El problema de todo ello sigue siendo que existe un estado profundo y no tan profundo que, para mantener el statu quo, es capaz de utilizar todas las herramientas legales e ilegales a su alcance para mantener la tutela a la democracia, liquidando —o al menos dejando en coma— los dos virus que han afectado al sistema, el independentismo y los peligrosos rojos de Podemos. Y, gran parte de los medios, que son empresas y se deben a su economía, ayudan creando un clima que hace que pase por medio normal que un señor que ha sido político con responsabilidades diga que aprobar una amnistía —lógica, porque si indultas a los de arriba, no puedes hacer pagar a los de abajo— es como “violar a 40 millones de españoles”. Lo retrata el propio Rodríguez Ibarra cuando dice que él votó España “tal y como es”. Claro, España no puede ser de otra forma. O sí, es de otra forma, pero les importa un bledo.